martes, 18 de marzo de 2003

AJOS FRITOS

Atisbé un enorme fluorescente que rezaba "Autoservicio" y raudo me dirigí en su pos. Comprenderán que determinadas actividades corporales prefiera realizarlas en soledad. Un buen señor me preguntó "qué pasó" y yo, aturdido ante el cariz enciclopédico que había tomado la tarde aunque, a decir verdad, más pendiente de la contención de los esfínteres que de ninguna otra cosa en el mundo, me encontré en la vicisitud de decantarme entre el Génesis o las teorías de Darwin. Confiando en exceso en la fortaleza de mi vejiga, me decidí por el homo, y en esas estaba cuando el amable e inquieto caballero me interrumpió para plantearme una nueva cuestión, inquiriéndome si era cretino. Le respondí que no, que aunque viajero, jamás he pisado Creta ni ninguna otra ciudad griega. Ni creo que lo haga, porque verguenza debería darles el mal estado que presentan sus monumentos.
Notable amabilidad la de aquel paisano, que con exquisitos modales se ofreció a quebrarme el culo con su pie. De bien nacidos es ser agradecidos, y así se lo hice constar. Que no hacía falta, le expliqué, que de suerte que siempre lo he tenido dividido en dos, separado por nalgas equidistantes que tan buen servicio prestan a mis intestinos.
Qué especimen humano tan cordial, rutilante ejemplo de desprendimiento, aunque no por ello asistido en todo momento por la cordura y el buen tino, porque de buenas a primeras, sin terciar advertencia, me pregunta si habita en mí un candidato a concejal. No encontró espárragos, así que tuve que conformarme con unos ajos fritos.

Santiago Díaz Bravo
El Día