miércoles, 5 de enero de 2005

EL PLANETA DE LOS TONTOS


SI ALGO caracteriza a la especie humana es su insistente tendencia a la imbecilidad. El desastre de Asia, los cientos de miles de víctimas y los millones de afectados, ha vuelto a reflejar de forma contundente, y van unas cuantas, que habitamos en un planeta de tontos.
El mundo entero se desgañita de dolor por las vidas perdidas tras el terremoto, los gobiernos de aquí y de más allá destinan dinero y medios humanos y materiales para ayudar a los países destruidos, los informativos encabezan sus titulares con las últimas novedades en Tailandia o en India, y en medio de tal desajuste pocos son quienes reparan en que durante los pasados diez días, en los que todo el interés ha pendido de un área concreta del Océano Índico, 300.000 personas han muerto de hambre en el mundo, 200.000 de ellas niños menores de seis años, según los cálculos que se desprenden de las estadísticas de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Esas 300.000 personas, a las que mañana se sumarán otras 30.000, y una cantidad similar pasado mañana, y así sucesivamente, habrían muerto de igual forma si el mar no se hubiese enfurecido, como hicieron antes del 26 de diciembre millones de seres humanos que no han merecido tamaña atención por parte de todos nosotros. Cadáveres vivientes que han dicho adiós a los suyos, presos de impotencia, dolor y resignación ante una existencia indigna, esperan a la parca sentados en cualquier estepa africana, asiática o americana mientras tratan de encontrar sentido a tan amargo devenir.
Y mientras, Japón dona 500 millones de dólares a repartir entre Sri Lanka, India, Indonesia, Tailandia, Malasia, Bangladesh,Maldivas y Birmania; y Estados Unidos unos cuantos menos; y la Unión Europea se moviliza a su manera; y Canarias envía un trío de especialistas sanitarios que sonríen a las cámaras antes de partir; y se abren cuentas bancarias por doquier; y nosotros, cretinos como siempre, nos creemos que es ahí y sólo ahí donde conviven dolor y sufrimiento, sin reparar en que mientras leemos estas líneas han muerto de hambre, al menos, dos niños.

Santiago Díaz Bravo
El Día