miércoles, 27 de octubre de 2010

EL PERIODISMO REGRESA A LOS LIBROS (II)

Que los periodistas hayan recuperado el libro como soporte para plasmar su trabajo y el público haya respondido con entusiasmo ante tal iniciativa encuentra su origen, como no podía ser de otra forma, en la casi siempre infalible ley de la oferta y la demanda, o de la demanda y la oferta, en el orden que se quiera, es decir, en la búsqueda, por parte de informadores y consumidores de información, de mayores alardes cualitativos en los contenidos. Tal fenómeno ha sido motivado por una coyuntura en la que las empresas periodísticas se ven obligadas a prescindir de profesionales de amplio bagaje y contrastada calidad, en no pocos casos acreedores de un cierto grado de reconocimiento por parte de un público harto especializado. Ambas circunstancias, la mayor exigencia del respetable y el incremento de las lista de desempleados en la profesión, se retroalimentan a la hora de sumar cada vez más títulos a las librerías.
Un ejemplo contundente de tal fenómeno lo hallamos en la sección de Internacional de diarios y cadenas de radio y televisión. El mantenimiento de un corresponsal supone una pesada carga para el departamento de administración, igual que el pago de los onerosos gastos del enviado especial. Solución: que el corresponsal vuelva a casa (a la propia, que la sección de Local se encuentra más que completa a pesar de los últimos despidos) y los contenidos se toman de cualquier agencia, que a fin de cuentas pueden salir hasta treinta veces más baratos. Evidentemente, al gerente que ha sustituido al director en la toma de las grandes decisiones no es que le importe que la información internacional que se vaya a ofrecer a partir de entonces sea exactamente la misma que publiquen un centenar de diarios en ese mismo país, incluidos los comarcales, y que con ello se eche por tierra acaso el principal valor de un medio: la diferenciación. Es que tal empobrecimiento cualitativo (y la consiguiente pérdida de valor comercial) ni siquiera se le ha pasado por la cabeza. Del caso de los enviados especiales, mejor ni hablar.
Así las cosas, el diario favorito de don Juan Pérez, un fiel lector de las páginas de Internacional (además de seguidor de la web creativacanaria.com), deja de ofrecer la información que tanto le gustaba. El bueno de don Juan advierte que su periódico no es lo que era y que los restantes le andan a la zaga. Decepcionado, cuando no enojado, rompe su arraigada disciplina periodística, se despide amablemente del quiosquero y mira hacia otro lado con ansias de reencontrar lo que se le ha acabado por negar. Nada más cruzar la calle se topa con una librería rebosante de atractivos títulos.
Trasladémonos del ejemplo general al caso personal: en el reciente Hay Festival celebrado en Segovia, la periodista Olga Rodríguez, una inquieta reportera especializada en el conflicto de Oriente Medio que ha estado presente en guerras como las de Irak y Afganistán y goza de un merecido prestigio, reconocía que se ha quedado sin trabajo y, ante la absoluta carencia de nuevas oportunidades, los libros se han convertido en la única opción para continuar desarrollando su carrera. Compañeras como Mayte Carrasco, otra avezada reportera de guerra, y la propia Rosa María Calaf, ex corresponsal de TVE y en la actualidad presidenta del Centro Internacional de Prensa de Barcelona, coincidieron en el diagnóstico y se aventuraron a prever que tal fenómeno continuará in crescendo.
El caso de la sección de Internacional puede aplicarse a cualquier otra, especialmente a las que compiten con los económicos contenidos que ofertan las agencias. Las fórmulas periodísticas que se han aplicado en las últimas décadas no se limitan a mutar para adaptarse a internet. Los libros también tienen mucho que decir en este trepidante proceso.
continuará
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lunes, 18 de octubre de 2010

UN EJERCICIO DE REFLEXIÓN

El Premio Planeta no deja de estar de actualidad, ahora debido a la decisión de una jueza de Barcelona de llevar a juicio el presunto plagio de la novela Carmen, Carmela, Carmiña, de la escritora gallega María del Carmen Formoso, por parte de un paisano suyo, nada menos que el Premio Nobel Camilo José Cela, uno de los más grandes autores españoles del siglo XX. La magistrada considera que existen indicios racionales de que se cometió un delito contra la propiedad intelectual en la elaboración de la obra La Cruz de San Andrés, con la que Cela obtuvo el galardón en 1994, así como otro de supuesta estafa o apropiación indebida por parte de la editorial Planeta, que habría entregado al ganador el original de la primera de las novelas, que también optaba al premio, con el fin de que la ‘retocase’ y la presentara.
A la espera de que la Justicia cumpla con su trabajo y nos permita acabar con la procelosa duda que nos invade desde hace una década, cuando la señora Formoso advirtió las similitudes entre ambas obras, me limito a proponerle un ejercicio de sana reflexión: si usted, como fue el caso del gran Camilo José Cela, hubiese obtenido el Premio Nobel de literatura en 1989, es decir, contase en su currículum con la madre de todos los premios, con el reconocimiento que lo convierte en un escritor ‘fuera de concurso’, ¿se jugaría cinco años más tarde su universal prestigio compitiendo en un certamen literario al que se presentan centenares de primerizos y en el que, vaya usted a saber, corre el riesgo de quedar del segundo puesto hacia atrás? Yo, desde luego, si no estuviese del todo seguro de la victoria, ni me lo plantearía, pero usted, sólo faltaría, es muy libre de pensar y hacer lo que le venga en gana.
Santiago Díaz Bravo

sábado, 16 de octubre de 2010

CUANDO ANSON CONFIRMÓ UN SECRETO A VOCES

El 14 de octubre de 2008, el ex director de ABC, fundador de La Razón, presidente de El Cultural y ocupante de la silla ‘ñ’ de la Real Academia Española de la Lengua, Luis María Anson, confirmaba en un artículo publicado en el diario El Mundo un secreto a voces: el Premio Planeta de novela, con todas las matizaciones que se quieran realizar, es una completa farsa. Los medios de comunicación, sin embargo, lejos de cumplir su deber de revelar la verdad, se prestan desde hace años al juego que ensalza a este galardón como el más célebre del mundo a un libro inédito en lengua española.
Pero a pesar de tan arraigado entreguismo a la ceremonia de la confusión en la que se ha convertido el Premio Planeta, las tornas comienzan a cambiar. Los diarios, convencionales y digitales, las radios y las televisiones ya no lo denominan “el más prestigioso”, ni siquiera “el más importante”, sencillamente se refieren a él como “el más cuantioso”, y en eso, desde luego, no mienten.
Otro evidente signo de que este evento literario empieza a dejar de ser lo que era, víctima de sus propias contradicciones, lo hallamos en las primeras páginas de la prensa, porque hoy, 16 de octubre de 2010, el día posterior a la concesión del premio a la novela “Riña de gatos”, del escritor Eduardo Mendoza, advertimos que nada menos que tres diarios de ámbito nacional ignoran tal hecho en sus portadas, mientras que el resto le dedica un alarde tipográfico claramente modesto. La única excepción, como no podía ser de otra forma, es La Razón, propiedad del Grupo Planeta.
A pesar de todo, tal farsa no desmerece las obras laureadas, muchas de ellas extraordinarias, como seguramente lo sea la reconocida en la cena de anoche, porque si bien en el resultado de la deliberación del jurado influyen de forma determinante los directivos de la editorial, estos se cuidan mucho de que la novela que se alce con el reconocimiento sea, las más de las veces, de aceptable, buena o excelente calidad, al igual que las restantes nueve finalistas. Basta con echar un vistazo al currículum del premio para cerciorarnos de ello. Y es que el pecado no estriba en un engaño literario, porque tal engaño, a ciencia cierta, no existe, sino en el camuflaje de una mastodóntica estrategia de promoción y ventas detrás de un concurso que no lo es.
Con todo, el verdadero problema es el obstáculo que el Premio Planeta y otros conocidos galardones representan para la renovación de la literatura española. El hecho de que los más destacados concursos estén convocados por las propias editoriales, y, sobre todo, se destinen a obras no publicadas, impide el surgimiento de nuevos valores literarios. Se trata de un asunto tan importante que bien merece una próxima reflexión en la que indaguemos a fondo en dicho fenómeno.
Ahora les dejo con Luis María Anson y su polémico artículo.
LA FARSA DEL PREMIO PLANETA
En la cena mañana del Planeta, y salvo circunstancias imprevisibles, estará en una de las mesas el vencedor o la vencedora del premio. El afortunado o la afortunada sabe que va a ganar, la mayoría del Jurado también. Pero las votaciones y las eliminaciones se irán produciendo por el sistema Goncourt durante toda la cena. La ceremonia de la confusión se oficiará con el mayor cinismo. La gran farsa se representará una vez más con la aceptación sumisa de los que la conocen. El premio está concedido de antemano. Cuando Juan Marsé se dio cuenta del juego al que se estaba prestando dimitió del Jurado. Marsé escribe hoy por hoy el mejor castellano de nuestra literatura y yo lo he propuesto varias veces para el Premio Príncipe de Asturias. También para el Cervantes.
El fundador de Editorial Planeta, José Manuel Lara, me escribió en 1996 una carta que conservo proponiéndome que aceptara presidir el Jurado del premio Lara que había fundado en homenaje a su hijo, Fernando Lara, muerto en triste accidente de tráfico. Fernando estaba llamado a suceder a su padre en el control del imperio Planeta. La responsabilidad recayó por el azar del accidente en su otro hijo José Manuel y, aunque son muchas las críticas que se vierten sobre él, yo no las comparto. El actual Lara es un empresario sagaz, que conoce como nadie las interioridades de las empresas y que ve a corto, a medio y a largo plazo. Por eso el éxito le acompañará casi siempre en sus aventuras empresariales.
Conocía yo la farsa del premio Planeta. Sin embargo acepté presidir el premio Lara porque me parecía y me sigue pareciendo conveniente que existan premios literarios de envergadura, lo cual es positivo para la república de las letras, aunque la elección del ganador sea una farsa.
Cuando un editor se juega docenas de millones de pesetas con una novela quiere que ésta, antes que nada, sea comercial. Así es que expertos de los comités de lectura leen las obras presentadas para elegir entre ellas a la media docena que se pasan al Jurado, con el denominador común de su futuro éxito de venta. No sólo eso. La mayoría de los miembros del Jurado reciben una indicación de la novela preferida por la editorial.
Como muchas veces lo que se presenta al premio es bazofia impublicable, la editorial desde hace bastantes años elige a un novelista de renombre y le propone escribir una novela para presentarse al Planeta. Es el tapado. Con él la editorial está segura del éxito comercial y de recuperar con creces los más de cien millones de pesetas que acompañan al premio.
Yo conocía bien en qué telares se iba a tejer el premio Lara, igual que el premio Planeta, pero estaba de acuerdo en sumarme a una farsa que, en definitiva, favorece al mundo de las Letras. Me retiré de la presidencia del Jurado cuando la compra del diario “Avui” por parte del hijo del fundador de la editorial, lo que me causó un grave problema de coherencia ideológica. Presidía yo el Consejo Editorial del Grupo y me desayunaba, día tras día, con un diario serio y excelente como “Avui” que, en el ejercicio de su libertad de expresión, proponía la independencia de Cataluña; y otro, “La Razón”, por mí fundado, que defendía la unidad de España. Así es que en su día escribí una carta al hijo del fundador de Planeta dimitiendo de todos los cargos que tenía en el Grupo, que eran muchos, entre ellos la presidencia de “La Razón” y la del Premio Lara de novela.
Mañana, en fin, se interpretará un año más la gran farsa del premio Planeta, con beneficio, insisto, a pesar de todo, para la literatura española. El escritor tapado estará, si algo no lo impide, entre el público y el Jurado sabrá antes de empezar las votaciones quién va a ganar.
Luis María Anson
El Mundo. 14 de octubre de 2008

jueves, 14 de octubre de 2010

EL PERIODISMO REGRESA A LOS LIBROS (I)

El periodismo atraviesa una etapa de cambios profundos, vinculados los más de los casos a la eclosión de internet y al abandono de los diarios convencionales por parte de un significativo número de lectores. Pero en contra de lo que pueda parecer, hay algo más que pantallas y teclados en la viña del señor, porque de forma paralela al crecimiento exponencial de la información periodística en la red, asistimos a un inesperado fenómeno con el que pocos contaban: el regreso del periodismo a los libros.
A decir verdad, los libros periodísticos, que en el caso de España vivieron su época dorada durante los años de la transición, cuando respondieron a las ansias de información de un país que acaba de atravesar el oscuro túnel de la dictadura, jamás han desaparecido del todo, pero durante las dos últimas décadas han perdido protagonismo en los estantes de las librerías hasta quedar relegados a una suerte de subgénero menor. Ahora, sin embargo, acaso para acabar de dar la razón a quienes aseguran que el tiempo es circular y las modas y costumbres de antaño están condenadas a resucitar, las tornas cambian y el periodismo ‘de profundidad’ renace a través de las editoriales. El catálogo de títulos no para de crecer y un ejército de lectores parece decidido a continuar azuzando a los editores para que no cejen en su empeño.
Como en todos los ámbitos de la realidad, los porqués cabe hallarlos en múltiples causas, pero si realizamos un ejercicio de simplificación podemos reducirlos a la pérdida de confianza de la opinión pública en la prensa generalista, al mayor interés de esa misma opinión pública por la profundización en determinados asuntos de la actualidad, un interés que nace de la decepción ante los paupérrimos contenidos que ofrecen los medios de comunicación convencionales, y a la pérdida de ingresos económicos por parte de los considerados ‘diarios serios’.
Que los españoles cada vez miran con mayor recelo hacia la prensa no es ningún secreto: los estudios de opinión del propio Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) así lo atestiguan. Explicar los motivos requeriría de un extenso artículo dedicado en exclusiva a tal fenómeno, y no es éste el foro adecuado, pero baste comentar que la gestión de los medios de comunicación se fundamenta en un doble núcleo: el periodístico, donde prima la labor informativa, y el empresarial, donde prima la cuenta de resultados. Históricamente, el peso del núcleo periodístico ha sido mayor, pero en el último lustro, caracterizado por un considerable descenso de la inversión publicitaria y el peligro de quiebra económica de un sinfín de medios, el núcleo empresarial ha tomado el mando y su influencia se deja sentir, incluso, en los contenidos informativos. Resultado: en no pocos casos el criterio periodístico queda subyugado a la égida del interés empresarial, lo que impide la jerarquización de las noticias y provoca un maremagnum donde lo importante comparte escenario con lo accesorio. De forma paralela, la inversión en la generación de contenidos disminuye a marchas forzadas. Consecuencia: los lectores, cada vez más exigentes, en buena medida por las posibilidades de acceso a la información que ofrece internet, se sienten decepcionados y buscan otros soportes que respondan a sus inquietudes. O lo que es lo mismo: la audiencia se ha vuelto más minuciosa a la vez que los medios ofrecen una oferta de peor calidad. En tal tesitura, vendedor y consumidor están condenados a desentenderse, y a estos últimos no les queda otra opción que mirar hacia otro lado. Las librerías se tornan en una magnífica opción.
Santiago Díaz Bravo

lunes, 11 de octubre de 2010

EL INGENIERO QUE HIZO DE POLÍTICO

Adán Martín fue una buena persona, que a fin de cuentas es lo mejor que puede decirse de un ser humano. Amable, cercano y defensor incansable de sus postulados, nadie puede objetarle falta de entusiasmo, empeño o trabajo. A menudo, durante su etapa como presidente regional, se iba a la cama a altas horas de la noche con una pila de expedientes que sólo abandonaba cuando el sueño le vencía. Sus colaboradores, especialmente las familias de éstos, terminaron por acostumbrarse a que los convocara cualquier domingo por la tarde, en su residencia de Vistabella, para tratar asuntos que consideraba urgentes. Devolvió con creces, en esfuerzo y sacrificio, la confianza que los canarios depositaron en él.
Pero su hoy recordada figura no ha logrado desvincularse de la arraigada costumbre de lanzar flores a tutiplén sobre las mortajas. Acaso el dolor que provoca el adiós de un ser querido y admirado impida acercarse a su legado con el talante de quien, sabedor de que la infalibilidad es una virtud reservada a los dioses, espera hallar luces y sombras en tan memorable biografía. Y es que Martín, hombre de ideas claras y clarividentes, fue un magnífico concejal y un excelente presidente del Cabildo. El Gobierno de Canarias, sin embargo, no estaba hecho para él, seguramente porque él no estaba hecho para la política.
Adán Martín fue un avezado gestor capaz de idear y materializar cualquier plan. Los gobiernos locales, donde la actividad administrativa prima sobre las procelosas aguas de los cenáculos políticos, fueron el hábitat adecuado para un ingeniero que pensaba como tal. Con la política se topó de frente cuando, cargado de proyectos, desembarcó en la jefatura del Gobierno autonómico.
En su nuevo desempeño no bastaba con reunirse con los técnicos, reflexionar y tomar la decisión que entendía adecuada. Había que hablar con éste, aquel y el de más allá, repensarlo todo, evitar agravios reales o ficticios, esperar más de la cuenta hasta que las aguas se calmaran y empezar de nuevo para, probablemente, regresar al punto de partida. Demasiado enrevesado para un ingeniero.
Con todo, a pesar de que aquella insufrible incomodidad impidió que desarrollase sus cualidades, aún resuenan los ecos de sus razonamientos acerca de la necesidad de que las islas mejoren sus infraestructuras de transporte, miren con confianza hacia África o se hagan valer en Bruselas. Su impronta teórica permanece viva, y sus planes, al fin y al cabo, acabarán por materializarse con el paso de los años por pura lógica, porque será lo mejor para Canarias. Lástima que él no vaya a poder asistir al triunfo de sus propias ideas.
Santiago Díaz Bravo

jueves, 7 de octubre de 2010

VARGAS LLOSA RESUCITA EL NOBEL

No nos engañemos: Mario Vargas Llosa no va a ser mejor escritor porque la Academia Sueca le haya concedido el Premio Nobel; dicha institución, sin embargo, maquilla su discutida reputación con tan atinada elección. O lo que es lo mismo: el favor no se lo ha hecho la centenaria fundación nórdica al excelente autor peruano, sino más bien al revés, porque el prestigio de los reconocimientos oficiales no viene dado por la identidad de quienes los conceden, sino por la grandeza de quienes los reciben.
La Academia corre el riesgo de ser más conocida por sus olvidos que por sus aciertos. Atrás quedaron Borges, García Lorca, Cortazar, Nabokov, Joyce, Tolstoi, Zola, Kafka o Benedetti, que duermen el sueño de los justos sin haber recibido unos más que merecidos aplausos en el salón de actos del ayuntamiento de Estocolmo. Este año, por el contrario, tras una década de decisiones marcadas por la política, por acción u omisión, en la que “la obra más destacada en la dirección ideal” (Alfred Nobel dixit) se identificó con la de escritores sin duda de calidad, pero en bastantes casos de un estrato inferior al que se le presupone al merecedor de la madre de todos los premios, la literatura ha vuelto a imponerse.
Acaso haciendo gala de un carácter quijotesco, y por ello ensalzando a uno de los grandes autores de todos los tiempos, el jurado parecía empeñado en salir en defensa de los escritores maltratados por el poder. Gao Xingjian (¿han vuelto a oír hablar de él?) y Orhan Pamuk hallaron en la Academia un importante aliado a la hora de dirimir sus cuitas con los gobiernos chino y turco.También parecía decidida la gloriosa institución sueca a recompensar a las víctimas de los excesos de la Segunda Guerra Mundial (Imre Kertesz), a regalar un sonado espaldarazo a los autores de territorios olvidados (Naipaul), o simplemente a hacer gala de un abigarrado esnobismo (Jelinek, Pinter). Probablemente los casos de Doris Lessing y Le Clezio, en menor medida Coetzee, fueron las únicas excepciones en su firme misión de dejar sin empleo a los agoreros.
Y mientras, los lectores de todo el mundo miraban cada segundo jueves de octubre hacia Estocolmo para sumar decepción tras decepción. Los sesudos miembros de la Academia parecían decididos a  desligarse de las figuras comunes de la literatura mundial, como si vender millones de libros y permanecer en boca de todos se hubiese convertido en un insalvable obstáculo para lograr sus favores. Tan abismal diferencia de criterio ha provocado una innegable pérdida de credibilidad de la Svenska Akademian, al tiempo que ha aflorado con más intensidad que nunca el recuerdo de sus sonados olvidos.
Pero a pesar de que la literatura necesita el Nobel porque las referencias resultan imprescindibles, requiere todavía más de autores como Vargas Llosa, en opinión de este humilde escribidor (aunque ninguna de mis tías fue bautizada con el nombre de Julia) el más grande de los literatos vivos en lengua española. Su carácter polifacético, especialmente sus convicciones políticas, hicieron temer a sus millones de seguidores que el bueno de Mario, un recluta rebelde ido a más, fuese a quedar apeado del lugar que se ha ganado con sobrado merecimiento en la historia de las letras. Este mediodía, al otro lado del charco, en Lima, en el bullicioso comedor del colegio Leoncio Prado, el almuerzo le va a sentar fatal a más de uno.