viernes, 21 de diciembre de 2007

POLÍTICOS "BILARDISTAS"


EN LOS CÍRCULOS futbolísticos se ha implantado la costumbre de diferenciar a los entrenadores entre “menottistas” y “bilardistas”. Los primeros, que encuentran su inspiración en el ex seleccionador nacional de Argentina César Luis Menotti, se decantan por el toque de balón, el pase corto, la apertura de espacios, el buen juego como paso previo al gol. Los segundos, seguidores de los planteamientos del también ex seleccionador argentino Carlos Salvador Bilardo, defienden el triunfo por el triunfo de la forma que sea, sin miramientos, sin concesiones al juego bonito ni demás zarandajas, incluso echando mano de prácticas maquiavélicas que se sitúan en la frontera de la ética deportiva. Los “menottistas” han ganado tantos campeonatos como los “bilardistas”, de manera que no se les puede reprochar ni a los unos ni a los otros que sus métodos carezcan de efectividad. Existe, no obstante, una sensible diferencia: quienes aplican tácticas que favorecen el fútbol vistoso, donde el esférico recibe el trato de una preciada joya y las grandes estrellas cuentan con el protagonismo que les corresponde, suelen ganar muchos más adeptos entre el público que aquellos que se limitan a destruir las jugadas del adversario para beneficiarse de sus errores, sin preocuparse lo más mínimo por el aprovechamiento de las virtudes propias. Esta clasificación, porque el fútbol, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, es la perfecta metáfora de la vida, cabe aplicarla al mundo de la política y con ello tratar de discernir cómo es posible que el 53 por ciento de los canarios “pase” totalmente de los debates y decisiones vinculadas a la gestión de los asuntos de interés general, tal es el resultado de la encuesta presentada el miércoles por el Consejo Económico y Social, un clarificador informe en el que, entre otros contundentes descubrimientos, se refleja el escaso apego de la ciudadanía tanto hacia el Ejecutivo regional como hacia la principal fuerza de la oposición. La explicación, ateniéndonos a la más estricta teoría balompédica argentina, no puede ser otra que el aplastante predominio de los políticos “bilardistas”, es decir, de los acérrimos defensores del logro de votos a costa de lo que sea, sin preocuparse, siquiera por cortesía, de realzar la actividad pública con discursos basados en la creatividad, el razonamiento y las buenas maneras. La única regla es destruir el juego del adversario y salir al contraataque, fulminarlo a las primeras de cambio para que no le quede otro remedio que olvidarse del “jogo bonito” (permítaseme esta obliga referencia a Brasil cuando de fútbol se habla) y responder con el mismo burdo modo de entender el deporte, incluida la aplicación de un violento correctivo cuando la ocasión lo requiera y siempre que el árbitro se encuentre entretenido mirando hacia otra parte. Los políticos “menottistas”, mientras, se agazapan en tercera, cuarta o quinta fila a la espera de que haya algún lesionado, de que el “míster” les conceda la ansiada oportunidad de debutar ante el respetable, pero esas ocasiones, cuando llegan, lo hacen a cuentagotas, y lo mismo en este archipiélago que en el resto del país, porque en política, a la vista está, el “bilardismo” es la moda.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

jueves, 20 de diciembre de 2007

LO QUE USTED Y YO SABEMOS

Digan lo que digan quienes presumen de conocer los intríngulis de la economía, la llegada del euro ha supuesto una considerable desgracia para las haciendas familiares. De acuerdo en que las transacciones internacionales son ahora más sencillas, en que la actividad empresarial entre los países de la Unión Europea se ha intensificado, en que el viejo continente ha consolidado su papel en el escenario mundial, pero tales logros, con toda su importancia, no han evitado que paguemos ahora casi quinientas pesetas de las de antaño por un desayuno que hasta 2002 costaba poco más de doscientas, que una simple cerveza haya doblado su precio o que la visita al supermercado se convierta en un doloroso adiós a buena parte de nuestro sueldo, desde luego en mucho mayor medida de lo que lo era hasta la entrada en vigor del cambio monetario, inflación incluida. Transcurridos seis años desde la implantación de la divisa europea seguimos sin saber cuál ha sido la incidencia porcentual en el incremento de los precios, acaso porque los organismos oficiales de la Unión y de los países miembros se han echado las manos a la cabeza al comprobar unos efectos mucho más graves de lo esperado y han optado por el prudente silencio. Pero esa actitud de dejar pasar el tiempo, esa extrema confianza en que la población acabará por acostumbrarse, no acaba de cuajar, y no lo hace, sencillamente, porque la diferencia entre el aumento del coste de la vida y el incremento de los salarios es cada vez mayor. Para más inri, el euro se ha dejado notar sobremanera en los productos y bienes de consumo más habituales, por lo que su incidencia en el gasto familiar ha resultado demoledora. Si este sombrío panorama lo vinculamos con la situación en Canarias, donde los sueldos, pese a haber subido, se mantienen como los terceros más bajos de España, y si además tenemos en cuenta que las Islas se encuentran a la cabeza en horas efectivas trabajadas, descubrimos un paisaje cuando menos complicado, que poco tiene que ver con los continuos cantos de sirena de los responsables políticos acerca de la bonanza que, según afirman, caracteriza al Archipiélago desde hace años. El abismo entre la versión oficial y la realidad se explica por el aplastante predominio de la macroeconomía sobre la microeconomía a la hora de evaluar el estado real de un determinado territorio, y precisamente por ello la histórica experiencia del euro debe servir para dejar claro de una vez que las grandes magnitudes, pese a reflejar la salud económica de una sociedad, no resultan lo suficientemente concluyentes como para determinar la verdadera afección de esas cifras sobre las pequeñas empresas y los ciudadanos particulares. El euro, que si nos atenemos a la opinión de los expertos ha permitido que se le abran a Europa puertas hasta ahora infranqueables, se ha convertido a la vez en una pesada carga que ha provocado una considerable reducción de la capacidad adquisitiva y, consecuentemente, una pérdida de la calidad de vida. Y eso lo sabemos usted y yo aunque venga un sesudo economista y nos presente una docena de gráficos para tratar de convencernos de lo contrario.

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias

miércoles, 19 de diciembre de 2007

LA REVOLUCIÓN DE LOS MAYORES


EL CATEDRÁTICO de Economía Francisco Cabrillo mantiene que la “revolución” de los ancianos traerá consigo una sociedad menos violenta. Aplicada dicha teoría desde un punto de vista más amplio, cabe asegurar que una sociedad que permita a las personas mayores adquirir importantes dosis de protagonismo está llamada a la paz y el progreso, logros ambos que tienen mucho que ver con la prudencia que se adquiere a lo largo de la vida y, gracias a ella, a una toma de decisiones fundada en el examen de los pros y contras hasta dar con la opción más adecuada. No se trata, sin embargo, de un planteamiento novedoso: las antiguas civilizaciones dejaban los grandes asuntos bajo la responsabilidad de los consejos de ancianos, a los que se les presuponía una mayor capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo perjudicial. Los estados contemporáneos, sin embargo, se empeñan con todas sus fuerzas en apartar a los mayores de cualquier cometido de peso, en dejar a un lado a los que más saben y tratarlos como frágiles antiguallas, como muebles grandes y pesados que dificultan la marcha de un mundo tan dado al dinamismo, tan veloz en todos los aspectos, que ofrece escaso margen a la imprescindible reflexión. Las modernas sociedades descargan todas sus posibilidades de futuro en los jóvenes, en la fuerza de quienes se abren al mundo con la necesaria vitalidad para mejorarlo, pero al mismo tiempo con una flagrante carencia de vida vivida, de años sobre las espaldas, de experiencias buenas y malas que permitan limitar la euforia al tiempo que mitigar la desolación. La fórmula ideal se halla en el justo término, y el justo término, así de rocambolesco es nuestro devenir, sólo se logra cuando la existencia se acerca a su cénit. Llevamos décadas mirando hacia los jóvenes cada vez que caemos en la cuenta de que a este mundo nuestro le queda mucho por cambiar cuando tal vez deberíamos haber mirado hacia los viejos. Habría que nacer viejo/ empezar por la sabiduría/ y después decidir su destino, escribió acertadamente la poetisa rumana Ana Blandiana. Pero entonces seríamos demasiado perfectos, la simbiosis entre juventud y sabiduría nos haría parecer dioses, y jamás debemos perder de vista que somos meras máquinas biológicas con fecha de caducidad. Con todo, aún nos queda una esperanza, la que encuentra su origen en una sociedad cambiante donde la disminución del número de nacimientos, junto al incremento de la esperanza de vida, empieza a conceder una importante ventaja numérica a los mayores, ventaja que se transforma en desventaja en el discurso de los economistas más ortodoxos, obsesionados con los gastos que conlleva el envejecimiento de la población para las arcas públicas, un planteamiento del todo correcto y hasta plausible desde el punto de vista del análisis macroeconómico, pero que peca de superficial al olvidar que esa mayor esperanza de vida es precisamente uno de los principales logros de las economías en desarrollo y al obviar que el buen criterio que concede la experiencia acaso sea uno de los principales recursos para el progreso.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

martes, 18 de diciembre de 2007

LOS ESPAÑOLES OLVIDADOS (y II)


LA LOCALIDAD de Manhasset, en las afueras de Nueva York, centrará los próximos 7, 8 y 9 de enero buena parte del interés internacional. Allí, representantes del gobierno de Marruecos y del Frente Polisario realizarán un nuevo intento, y van unos cuantos, por llegar a un acuerdo sobre el futuro del Sáhara Occidental. Las perspectivas, a estas alturas huelga decirlo, son escasamente halagüeñas. Los marroquíes se han cerrado en banda en la oferta de una amplia autonomía que respete lo que entienden como “indiscutible”_soberanía alauita; los delegados saharauis, por su parte, ya han anunciado que en ningún caso se plegarán a un convenio que ignore el derecho del pueblo a decidir su futuro, y han tardado poco en advertir de que reciben fuertes presiones de sus propias gentes para romper una tregua baldía que dura ya 16 años. El Gobierno de España, verdadero culpable de la situación tras una espantada, la de 1975, que dejó a cientos de miles de saharauis, o lo que es lo mismo, a cientos de miles de españoles, a expensas del ordeno, mando y mato de las tropas marroquíes, mira hacia otro lado como lo hacen los cobardes y ni siquiera se apresta a colaborar en la búsqueda de una solución a un conflicto que, si el frío invierno neoyorquino no lo remedia, se dirige irremediablemente hacia una escalada bélica. La diplomacia española, acomodada en los despachos del madrileño Palacio de Santa Cruz, probablemente no se haya percatado siquiera de los graves efectos que acarrearía para Canarias el reinicio de una nueva guerra de guerrillas, que si bien no afectaría al subsector pesquero como antaño, habida cuenta de su evidente pérdida de protagonismo, pondría en un brete las importantes inversiones canarias en la zona y cerraría las puertas a buena parte de los proyectos liderados por empresas del Archipiélago. Los países de África Occidental se han convertido en la gran esperanza para una economía cuya principal actividad, el turismo, muestra evidentes síntomas de cansancio que convierten en imprescindible la búsqueda de territorios, grupos humanos y subsectores hacia los que dirigir los esfuerzos productivos. Los saharauis, a quienes podemos calificar de españoles olvidados sin temor a equivocarnos, cuentan además con poderosos amigos dispuestos a financiar una interminable batería de ataques contra el muro de más de 2.000 kilómetros que custodia el ejército marroquí, entre ellos algunos países árabes y la propia Venezuela, una suerte de secuela a tiempo compartido entre el proceso de descolonización y la guerra fría que podría convertir esta zona del planeta en uno de los destinos a evitar por los turistas cautos y los inversores más precavidos. Ante este panorama, parte del futuro de las islas dependerá de lo que se decida dentro de veinte días en Manhasset, sede de una reunión casi a la desesperada con la que las partes implicadas y la propia Naciones Unidas pretenden dar sentido a tan largo periodo de tregua. Los días, semanas, meses pasan a toda velocidad, y por ello se nos hacen tan lejanas aquellas continuas noticias sobre ametrallamientos a pesqueros, capturas de pescadores y tantos otros problemas. Pero no hace tanto, y ahora la historia amenaza con repetirse.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

lunes, 17 de diciembre de 2007

LOS ESPAÑOLES OLVIDADOS (I)

EL ABANDONO del Sáhara con el rabo entre las piernas y a la voz de tonto el último de un ejército que se enorgullecía de su grandeza no sólo permitió evidenciar la enorme debilidad del entonces agonizante régimen del general Franco, cuya salud se agravaba al tiempo que lo hacía su infantil política exterior, sino que supuso un atentado tal contra el derecho internacional, contra el proceso de descolonización que mejor o peor ya habían ejecutado los restantes países europeos, que sus consecuencias, tres décadas más tarde, continúan siendo imprevisibles. El gobierno de España de sobra sabía que tras marcharse de aquellos territorios las tropas marroquíes iban a entrar a sangre y fuego, y a sangre y fuego entraron aprovechando a un tiempo la cobardía y la irresponsabilidad de unos gobernantes que dejaron literalmente en la estacada a cientos de miles de personas a las que se debían legal y moralmente, a ciudadanos españoles, porque cabe aclarar que eso es lo que eran, que se encontraron de la noche a la mañana abandonados a su suerte frente a una invasión de la que se derivaron todo tipo de cruentas tropelías. Transcurridos 32 años desde aquel vergonzante episodio de nuestra historia, España continúa sin asumir plenamente sus responsabilidades, sin reconocer que rompió de motu proprio un proceso de descolonización que se halla más enquistado cada día que pasa y que, si nadie lo remedia, se dirige una vez más hacia un interminable y sangriento enfrentamiento armado, tal y como se deduce de la entrevista publicada el pasado sábado por La Gaceta de Canarias con Hamdi Mansour, uno de los representantes del Frente Polisario en el archipiélago. El ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero se ha decantado claramente por la autonomía que propone Marruecos para el antiguo Sáhara español, yendo más allá de lo que lo haya hecho cualquiera de sus antecesores en la democracia e incluso ninguneando la declaración de Naciones Unidas para la resolución del conflicto a través de un referéndum. Una vez más, el compromiso histórico con el pueblo saharahui ha quedado ensombrecido por la ingente necesidad de evitar cualquier desliz en las relaciones diplomáticas con Rabat, porque aunque la solución autonómica probablemente sea la más rápida y, si no justa, desde luego la más factible, el presidente del Gobierno de España ha olvidado alegremente que representa a una nación que arrastra una lacerante deuda con cientos de miles de saharauis. No se trata de buscar el enfrentamiento con Marruecos, un estado vecino que camina por la senda del progreso y la democracia, sin duda el mejor ejemplo para los restantes países del norte de África y que debe recibir todo el apoyo de Europa, sino de hacer compatible la simpatía por la administración alauita con algo tan sencillo como la defensa del derecho internacional, en este caso los acuerdos de Houston y las resoluciones de Naciones Unidas. Mientras España no asuma el debido papel en este conflicto, los españoles, entre ellos especialmente los canarios por la estrecha relación que nos une con los saharauis, seguiremos condenados a vivir con la vergüenza de nuestra propia irresponsabilidad.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

sábado, 15 de diciembre de 2007

EL TIEMPO ES ASÍ


Qué mejor manera de entablar una conversación que con el tan recurrente “parece que hace más frío”; qué mejor forma de intercambiar unas palabras con nuestros compañeros de ascensor que con el manido “uf, qué calor”; qué mejor excusa a la hora de llegar tarde que la contundente sentencia “caen cuatro gotas y la autopista se colapsa”. El tiempo siempre ha estado ahí, a nuestro servicio, para acudir a él cada vez que lo considerásemos necesario. Nos permite lucir en invierno suntuosos abrigos, en otoño llamativos jerséis, en primavera camisetas de todos los colores y en verano bañadores donde la superficie textil es poco más que una anécdota. Es a un tiempo amigo y enemigo, aunque últimamente da la impresión de que se enrabieta con demasiada facilidad. El 31 de marzo de 2002, aciaga fecha para la historia de la ciudad de Santa_Cruz de Tenerife como consecuencia de una descomunal tromba de agua que se cobró ocho vidas, marcó un antes y un después para Canarias, que desde entonces vive inmersa en una situación de alerta permanente, una desazón social que se ha visto reforzada por fenómenos meteorológicos como las lluvias torrenciales registradas en el último lustro en el sur de Gran_Canaria, La Palma, La Gomera y_El Hierro, sin olvidar la tormenta tropical Delta, una inesperada invitada caribeña que evidenció más si cabe los sensibles cambios que sufre el clima. El tiempo es ahora más protagonista que nunca, porque de conversación de cafetería, de tema oficial en los ascensores lentos, ha pasado a las primeras páginas de los diarios. Los más alarmistas, entre ellos algunos meteorólogos, auguran que los fenómenos extremos serán cada vez más habituales en las islas. Mientras, los más precavidos, entre ellos también, curiosamente, algunos meteorólogos, afirman que no existen evidencias suficientes para que estemos más preocupados de lo necesario. La cuestión es si la tan manida frase “nunca había visto llover así” es algo más que una hipérbole, si de verdad los registros de los estudiosos del cielo reflejan un cambio significativo en lo que aquel nos envía en forma de agua, nieve, hielo, truenos y relámpagos. Ante la duda, que probablemente tardemos muchos años en despejar, o que incluso jamás disipemos del todo porque la ciencia, créanlo, de exacta tiene lo justito, el tiempo sigue colmando su afán de protagonismo con titulares enormes, aperturas de informativos de radio y televisión y un sinfín de conversaciones de todo tipo. Pero desde aquel lejano y a la vez presente 31-M la gran pregunta es si las islas cuentan con los medios necesarios para prever el peligro, para que al menos tengamos tiempo de subir a la azotea y recoger la ropa casi seca que nos disponíamos a utilizar el día siguiente. Aunque parezca mentira, que ciertamente lo parece, nadie se ha dignado aún a despejar tamaña incógnita. En el siglo XXI el cielo significa para nosotros lo mismo que para nuestros antepasados, que miraban cada mañana hacia la bóveda celeste a un tiempo agradecidos por sus dádivas y temerosos de sus misterios. Tal es la situación que sólo cabe resignarnos a la idea de que en Canarias el tiempo, como el fútbol, es así.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

REYES Y SANTOS


EL SINDICATO del regalo navideño anda revuelto como consecuencia de la invasión de competencias, sobre todo por parte del representante anglosajón, un tal Santa Claus, también llamado San Nicolás, nombres ambos que visten estupendamente, pero a quien se conoce por el alias de Papá Noel. Casi nadie el abuelete, a quien hemos sorprendido en los últimos años trepando por las fachadas sin importarle condición ni altura, y a pesar de que le sobran, cuando menos, veinte pesados kilos. Acaso porque se ha especializado en llegar antes que nadie, o porque cuenta con influyentes amigos en Hollywood, este buen hombre, de aspecto paternal y bonachón, ha logrado un ejército de suscriptores en el archipiélago y, por lo que se ve, las perspectivas, más que buenas, son excelentes para él y para su fábrica de juguetes en la región finlandesa de Korvantunturi. Pero no queda ahí la cosa, porque el retorno de miles de venezolanos con ancestros canarios ha supuesto la aparición en escena del mismísimo Niño Jesús, otro rápido repartidor en permanente avance, aunque en menor medida que Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel, con quien comparte fecha de reparto, un sensible problema a la hora de ganar cuota de mercado. Junto a ellos, repartidores menos conocidos por estos lares, pero de creciente importancia, caso del germano Christkind, han provocado una atomización de la clientela cuyas únicas víctimas han sido sus entrañables majestades Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes presencian con suma preocupación la celeridad con la que el antaño monopolio de la felicidad navideña se disgrega entre un creciente número de actores. Cierto es que hasta la fecha son los únicos a cuyo paso se cortan las calles, y también los únicos con escolta policial, y que son recibidos año tras año por agradecidos alcaldes y todo tipo de autoridades, pero no es menos cierto que los grandes almacenes cada vez requieren menos sus servicios, que suelen preferir a Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel para recoger las cartas de los niños y fotografiarse con ellos sobre sus rodillas. Su Majestad Baltasar llegó a achacar al renegro color de su piel el retroceso, toda vez que muchos de los clientes perdidos, pensaba, podían haberle identificado con la llegada de pateras y, como represalia, haber optado por el repartidor nórdico. Su Majestad Melchor le quitó tal idea de la cabeza. En su real opinión, Oriente sufre muy mala prensa como consecuencia del conflicto palestino, un déficit de imagen que ha llevado a la población a mirar hacia el norte. Su Majestad Gaspar echó por tierra ambas hipótesis: “Antes colmábamos de regalos a quienes se esforzaban, los vigilábamos desde lo más alto de nuestra universal lontananza durante todo el año antes de reunirnos para decidir qué era lo más justo para cada cual. Ahora, amadísimos colegas, no nos ha quedado otro remedio que transigir y repartir por doquier, sin discriminar, sin atender a mérito o demérito alguno. Antes éramos a un tiempo el premio y el castigo; ahora somos unos monigotes a sueldo de las tarjetas de crédito sin otro valor que la desmesura. Creedme si os digo que este mundo en transformación acabará por jubilarnos”.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

martes, 11 de diciembre de 2007

ÁFRICA NOS DICE ADIÓS

Que la cumbre euroafricana celebrada el pasado fin de semana en Portugal haya sido un éxito no depende de lo que diga el primer ministro del país anfitrión, José Sócrates, quien ha calificado de “hecho histórico” una reunión donde los logros cabe calificarlos de exiguos y hasta de ridículos, sino de lo que ocurra en los próximos meses tomando como referencia el sin duda positivo acercamiento entre los líderes políticos de ambos continentes. La Unión Europea, que ha evidenciado una vez más su flagrante desunión, esa preocupante incapacidad para funcionar como un todo que se agrava con cada nueva suma de socios, al menos parece haberse convencido de que cualquier posibilidad de desarrollo de los vecinos del sur pasa por la potenciación de las economías nacionales a través del libre mercado. Pero ese convencimiento, del que afortunadamente participan los dirigentes de las principales naciones africanas, ha resultado imposible plasmarlo en acuerdos concretos, en convenios comerciales que sean capaces de materializar lo que de momento, debido a la inquietante rigidez de los planteamientos europeos, no ha pasado de ser una simple declaración de intenciones. La máquina burocrática de la Unión, tan indecisa y tan exasperantemente lenta como de costumbre, se ha limitado a propiciar la pintoresca fotografía de una esperanzadora reunión entre los antiguos colonizadores y los antaño colonizados, una suerte de reconciliación histórica que corre el riesgo de quedarse una mera imagen para el álbum de recuerdos. Mientras Barroso, Sócrates, Zarkozy, Merkel, Zapatero y compañía, con la significativa ausencia del británico Gordon Brown, posan sonrientes junto a Mbeki, Mugabe o Wade, un ejército de cargos de segunda y tercera fila de los Estados Unidos y, sobre todo, de China, aquellos que ejecutan las decisiones políticas, se esmera en cerrar acuerdos mercantiles de todo tipo con sus homólogos africanos. El propio Abdulaye Wade, presidente de Senegal, subrayaba el domingo sin tapujos diplomáticos que Europa ha perdido ante China la batalla por África. Fue enormemente magnánimo el bueno de Wade, porque lo cierto es que la Unión Europea ni siquiera se ha dignado aún a entrar en la batalla. Las antiguas metrópolis se han limitado a presenciar mitad asombradas, mitad impotentes, como chinos y estadounidenses se hacen fuertes en un territorio que los europeos de alguna manera continúan considerando propio, sin entender que los tiempos cambian, el mundo se globaliza y los beneficios son para quienes los buscan, negocian y suscriben. Europa ha tenido ante sí la posibilidad de ayudar a África y de ayudarse a sí misma desde la caída del bloque del Este y la consiguiente finalización de los conflictos bélicos vinculados a la Guerra Fría. Sin embargo, los sucesivos líderes de las potencias del vetusto continente no han sido lo suficientemente diligentes para advertir que buena parte del futuro económico de Europa pasa por el desarrollo de África. Si un urgente cambio de actitud no lo remedia, puede que este arroz ya se haya pasado y nos esperen décadas de lamentos por lo que pudo haber sido pero nunca fue.

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias

lunes, 10 de diciembre de 2007

LA NAVIDAD ES UNA EXCUSA


CON TODO el respeto hacia quienes conmemoran esta Navidad el 2007 cumpleaños de Jesús de Nazaret, un hecho histórico sin duda extraordinario, apasionante y harto entrañable, cabe afirmar que estas fiestas que ahora entran en su máximo apogeo se han convertido en una mera invocación de excusas. Porque la Navidad es una maravillosa excusa para realizar esa llamada telefónica continuamente aplazada durante el resto del año, para reunirse con los amigos en torno a una mesa cálida y desbordante de camaradería, para recordar con una sonrisa a nuestros seres queridos vivos y cercanos, con nostalgia a los que separa la distancia y con lágrimas a aquellos que una vez decidieron marcharse y el buen Dios ojalá haya accedido a acogerlos en su seno. La Navidad es la excusa ideal para visitar a nuestros dependientes favoritos, y a los no favoritos también, carajo, que es Navidad; es la excusa perfecta para comprarnos esa maravillosa televisión de plasma que nuestra cuenta corriente nos niega mes sí, mes también, pero hasta aquí hemos llegado; para homenajear a nuestro paladar con esos sabores que el cruel médico de cabecera tan despreciativamente detesta; para castigar a nuestros estómago con una carga inusitada, que un día es un día aunque se repita diez veces a lo largo del mes; y también para participar en el apasionante juego del control de alcoholemia, una suerte de ruleta rusa a mitad de camino entre la vida y la muerte, la propia y la del prójimo. La Navidad es la excusa para congraciarnos con quienes hemos reñido, aunque en nuestro fuero interno sigamos convencidos de que la razón nos asistía sin ambages frente a argumentos tan peregrinos como estúpidos; es, además, la ocasión idónea para perdonar a las víctimas de nuestras ofensas, y de requerir el perdón a quienes injustamente se pasaron varios pueblos. Es también la excusa largamente esperada por los regulares, los malos, los pésimos y los horripilantes aficionados al “bel canto”, que dan rienda suelta a su equivocada vocación para desgracia de unos congéneres que se pertrechan bajo el supuesto espíritu navideño para escuchar sin inmutarse, regalando a veces una amplia sonrisa, tamaño castigo para el martillo, el yunque y el estribo. La Navidad nos sirve de excusa para pasear y disfrutar de una ciudad que nos es ajena el resto de año; y para descubrir lo feliz que nos hace la sonrisa de un niño, esa inocente víctima de la descomunal mentira acerca de la llegada de tres monarcas con tal fortuna que poco les importan los vaivenes de la inflación. Cuesten más, cuesten menos, siempre se las arreglan para entrar en escena con un saco rebosante de juguetes, igual que para tomarse todas las copas de vino con las que les obsequian los agradecidos papás y para aparecer por la tele en la Cabalgata de Madrid y media hora después adorar a una réplica del niño Dios en el modesto belén de la plaza del ayuntamiento. La Navidad es una excusa imprescindible para dar rienda suelta a un sinfín de necesidades emocionales del mismo modo que para maltratarnos un poco más de lo que lo hacemos habitualmente. La Navidad es una excusa en sí misma que merece ser aprovechada.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

domingo, 9 de diciembre de 2007

EL NUEVO ANALFABETISMO


LAS NOTICIAS verdaderamente importantes a veces pasan desapercibidas, perecen ahogadas en un mar de acontecimientos que apenas deja resquicio a cualquier información que vaya más allá de los ámbitos político o económico o del escándalo social. No ha sido el caso en esta ocasión, afortunadamente, de La Gaceta de Canarias, que esta semana publicaba en su primera página el contundente descenso de la tasa de analfabetismo que históricamente ha lastrado el desarrollo del archipiélago. Si en 1991 uno de cada cuatro residentes en las islas era analfabeto, en la actualidad tan preocupante cifra se ha reducido al 14,7 %, uno de cada siete. La diferencia es abrumadora, máxime teniendo en cuenta que los procesos de alfabetización se enmarcan en períodos generacionales, y aunque el porcentaje permanece anclado por encima de la media nacional, la diferencia se ha reducido a poco más de dos puntos. Se trata por ello de una de las noticias más alentadoras de los últimos meses, porque un pueblo que reduce su tasa de analfabetismo está destinado a progresar en todos los ámbitos de la misma forma que un pueblo analfabeto está inexorablemente llamado a convertirse en una factoría de desigualdades y conflictos. Leer, escribir, interpretar la realidad sin mayores problemas, contar con los elementos suficientes para establecer juicios de valor, diferencia a las sociedades prósperas y modernas de las anquilosadas y vetustas, aquellas susceptibles de dejarse mangonear por los criterios de quienes se consideran guías de una multitud falta de carácter. Una sociedad alfabetizada sopesa con mayor prudencia los pros y contras de las decisiones colectivas, cuenta siempre con la opción de rectificar y se enfrenta unida a los posibles maltratos de los gobernantes. Y hasta aquí todos contentos y felices, pero ni un metro más, porque la teoría en ocasiones muere en el papel y la ingente satisfacción que provocan datos como los publicados esta semana no debe impedir el análisis de la realidad que se esconde detrás: un proceso de alfabetización que se desarrolla en paralelo a otro de “analfabetización”, un indudable avance que queda mitigado por un imparable retroceso. Y es que, a pesar de todo, no basta con saber leer y escribir, con disfrutar de un conocimiento más o menos ajustado de la realidad, para poder asegurar que esta sociedad nuestra se desenvuelve en términos de salud intelectual. El avance de una actitud nihilista hacia cualquier debate ideológico, la resignación ante las cosas malas, la creciente desidia intelectual de una juventud en buena parte entregada al placer inmediato de los medios audiovisuales, el hegemónico imperio de la televisión, nos permite poner en duda la reducción del verdadero analfabetismo, el que fabrica individuos carentes de criterio, incapaces de distinguir la abismal diferencia entre los méritos de un magnífico deportista, de un genial escritor o de un innovador político y los de cualquiera de los descerebrados que participan en horrores televisivos como Gran Hermano. Si una sociedad intelectualmente sana es una sociedad que piensa, vayamos cuanto antes a la farmacia a comprar unas cuantas cajas de aspirinas.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

martes, 4 de diciembre de 2007

DEMÓCRATA A SU PESAR

A estas alturas resulta difícil discernir si el resultado del referéndum sobre la reforma constitucional de Venezuela es positivo o negativo para los intereses de los venezolanos, porque aunque la población se ha decantado mayoritariamente por limitar el creciente poder del presidente Hugo Chávez, los libros de historia ofrecen ejemplos de todo tipo acerca de la reacción de los sátrapas que de la noche a la mañana se convierten en perdedores. No cabe albergar duda alguna con respecto a la legitimidad del actual mandato de Chávez, un dirigente que ha contado en los últimos años con el apoyo mayoritario de las urnas, pero la dura ofensa sufrida por su henchido ego acaso provoque que a partir de ahora presencie con recelo los procesos democráticos y empiece a pergeñar fórmulas que garanticen el triunfo de la revolución socialista que con tanto ímpetu anuncia desde hace tiempo. Hugo_Chávez, jamás lo olvidemos, es un golpista que en 1992 intentó convertirse en presidente de la República a través de las armas, y aunque purgó aquella intentona con varios años de arresto, donde hubo, siempre queda, como bien reza el dicho popular. Ese oscuro y vergonzoso pasado, junto a una actitud prepotente hacia la hasta ahora inoperante oposición interna, el acercamiento al régimen de Fidel Castro y la entente con los gobiernos de otros países dictatoriales, nos hace temer con cierto fundamento que el presidente de la República Bolivariana de Venezuela haya podido ser demócrata mientras el viento ha soplado a su favor, pero ahora, cuando se ha dado cuenta de que la democracia, lo mismo que pone, quita, de que el cambio forma parte consustancial del sistema, tal vez se lo piense dos veces, y hasta tres o cuatro, antes de volver a someterse al capricho del populacho. Con todo, no se debe obviar que el elevado índice de abstención pudo influir de forma significativa en la consulta del domingo, y que con una mayor participación las cosas podían haber pintado de otro color para Hugo Chávez, pero esa escasa concurrencia de votantes también refleja una cierta pérdida de influencia por parte del actual gobierno, que hasta ahora había logrado movilizar en su apoyo a una amplia mayoría. Las presiones de una comunidad internacional enfrentada al estadista bolivariano para que la oposición se una y plante cara de forma creíble y contundente, la creciente percepción social de que las cosas no acaban de cambiar y la incipiente soledad de la administración chavista, de la que abominan los principales dirigentes del planeta, han llevado al presidente venezolano a sus momentos más bajos. Su vehemente labia, tan dada a la amenaza irreflexiva, sobre todo hacia España y las empresas españolas tras el ya célebre acaloramiento del Rey Juan Carlos, hace que día tras día su discurso pierda credibilidad tanto dentro como fuera de Venezuela y que su imagen sufra un sensible deterioro. Hugo Chávez tal vez se haya dado cuenta de que a la larga la población empieza a pensar por sí misma, de que se puede engañar a unos pocos durante mucho tiempo, a muchos poco tiempo, pero jamás a todos durante todo el tiempo. La democracia es lo que tiene.

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias