viernes, 28 de enero de 2011

NEUROCIRUJANOS Y CAMAREROS

Hace unos años, mientras disfrutaba de las cálidas aguas del Caribe en la playa de Tarará, junto a una base militar abandonada a pocos kilómetros de La Habana, la casualidad quiso que conociera a Leonardo, un cubano nacionalizado estadounidense que acababa de reencontrarse con su país tras dos décadas en el exilio. Agente comercial en Chicago y furibundo anticastrista, la tranquilidad de sentirse con el agua al cuello, literalmente, y la convicción de que en aquel solitario paraje no había oídos que pudieran escucharnos, permitieron que manaran de su boca todo tipo de críticas, también improperios, contra los camaradas comunistas. Una de ellas, no es asunto baladí, fue la del exiguo sueldo con que el Estado cubano compensaba la pericia y el esfuerzo profesional de su hijo, nada menos que un célebre neurocirujano cuyas ganancias mensuales ascendían a 20 miserables dólares, aproximadamente ocho veces menos, calculamos entre brazada y brazada, que los ingresos de un camarero, en general que cualquier habanero que mantuviese contacto con los turistas y fuese por ello acreedor de las bienvenidas propinas.
El diagnóstico parecía evidente: un país donde los camareros cobran más que los neurocirujanos se encuentra abocado a la quiebra; una economía que castiga la cualificación y desprecia a los especialistas ha tirado por la borda el presente, además de haber abandonado cualquier posibilidad de prosperidad futura. En términos agrícolas sería asimilable a pasarse años mimando un manzano que, una vez exuberante y fecundo, cortásemos para tirar a la basura. Y si lo analizamos desde la coyuntura europea, sería algo similar a que la irreductible Alemania ofertase a los más capacitados jóvenes españoles, canarios incluidos, desempleados en su mayoría, mileuristas los más privilegiados, una suerte de paraíso laboral donde, además de reconocerse sus méritos y talentos, obtuviesen una remuneración acorde con su currículum.
Y es que la revista Der Spiegel lo ha adelantado: el gobierno alemán prevé realizar una oferta a los más cualificados jóvenes españoles para que presten sus servicios en las prósperas empresas germanas. Una noticia magnífica para dichos profesionales, pero que inflige un duro golpe a las economías española y canaria, ambas decaídas, ambas haciendo cuentas aún de los errores cometidos. No se trata sólo de que los ingentes fondos públicos destinados a la docencia, que deberían revertir al Estado mediante la actividad productiva que generen los estudiantes tras acceder al mercado laboral, hayan caído en saco roto, o peor aun, en manos y a beneficio de la pérfida Germania, sino que al mismo tiempo se nos condena a mantener sine die un desmoralizante anclaje en el pasado. Si se van los mejores, ni España ni Canarias mejorarán, y un país, razón tenía el bueno de Leonardo, no lo pueden levantar en solitario los camareros.
Santiago Díaz Bravo
ABC

jueves, 27 de enero de 2011

LA RESURRECCIÓN DE NAGUIB MAHFUZ

Las cosas no ocurren porque sí. Detrás de cada acción humana, individual o colectiva, se esconde un pasado plagado de desencadenantes. La revolución social que ha logrado acabar con la dictadura tunecina, el multitudinario movimiento ciudadano que trata de derrocar al régimen de Hosni Mubarak en Egipto, no son meras consecuencias de un hartazgo provocado por unas economías en evidente declive y una asfixiante carencia de libertad, el más ansiado alimento del alma humana. En la antesala de ambos levantamientos, y de los que probablemente se materialicen en otros países del Magreb en las próximas semanas y meses, se amontonan unos cuantos gérmenes, entre ellos la literatura, acaso la mejor medicina para remover conciencias y poner en marcha la maquinaria de la reflexión, capaz de tornarse a posteriori en la necesaria energía para el funcionamiento del músculo revolucionario.
La universalidad de las letras ha favorecido que tunecinos, egipcios, argelinos o marroquíes beban de autores europeos, americanos y asiáticos, pero sin olvidar a los escritores autóctonos, entre quienes destaca el gran Naguib Mahfuz. La concesión del Premio Nobel en 1988 a este literato nacido en El Cairo en 1911, la misma ciudad donde murió en 2006, doce años después de sufrir un atentado integrista, permitió no sólo que el mundo descubriera a un excelente escritor, sino, sobre todo, que se adentrara en una sociedad sobre la que se cernían toda suerte de prejuicios e injustos tópicos.
Obras tan excelsas y llenas de vida como El callejón de los milagrosEntre dos palacios,Hijos de nuestro barrio o Palacio del deseo nos abrieron la puerta a una civilización hasta entonces desconocida y desde ese momento fascinante. La propia concesión del más importante galardón de las letras universales a un escritor egipcio se convirtió en una sorpresa mayúscula, como si a nadie se le hubiese pasado por la cabeza que el otrora reino de los faraones pudiese parir a un escritor mayúsculo.
Mahfuz, que ansiaba un Estado donde modernidad y religión conviviesen en armonía, mantuvo durante su prolífica carrera un complicado equilibrio entre dos aguas. Los islamistas radicales le detestaban al extremo de haber intentado matarlo; los gobernantes lo aceptaban a regañadientes, sobre todo tras la concesión del Nobel, sin que ello impidiese la prohibición de algunas de sus obras. A pesar de ello, o precisamente como consecuencia de tan rocambolesca situación, el padre de Jan Aljalili, otra de sus célebre creaciones, se ha convertido en mucho más que un escritor, nada menos que en el cronista capaz de dar a conocer  a un pueblo con el que, para sorpresa de los occidentales, nos unen más cosas que las que no separan. Tal vez el mayor mérito de Naguib Mahfuz a ojos de Occidente haya sido dejar claro de una puñetera vez que el ser humano, viva donde viva, profese la religión que profese, comparte las mismas virtudes, idénticas miserias y similares aspiraciones.
Viendo estos días los noticiarios de la televisión y leyendo los periódicos, da la impresión de que los astros se han confabulado para que miremos hacia el Nilo y no sumerjamos en las maravillosas mentiras que nos ha legado el más grande de los escritores árabes.
Santiago Díaz Bravo
Creativa Canaria

martes, 25 de enero de 2011

PRELUDIO DE UN ADIÓS SIN REMEDIO

LOS antiguos griegos, aquellos que se empeñaban en proclamar a los cuatro vientos que la historia es circular, que los diferentes fenómenos que conforman el devenir humano tienden a repetirse sin solución de continuidad, han refrendado una vez más su desquiciante teoría. Quién iba a decirnos hace sólo un lustro que los épicos acontecimientos que narran nuestros padres y abuelos acerca del triste adiós a la tierra de su ancestros, sobre el imperioso traslado a cualquiera de los paraísos laborales que se encontraban allende el océano, íbamos a poder contárselos a nuestros descendientes de viva voz y basándonos en la propia experiencia. Con un índice de desempleo que roza el 30 por ciento de la población activa, con unos pronósticos de reversión hacia unos niveles de ocupación media de, cuando menos, doce años, los canarios volvemos a mirar hacia la emigración como solución a todos nuestros males. A los helenos, mal que nos pese, vuelve a asistirles la razón.
Nuestra memoria cercana se ve asaltada a estas alturas por el recuerdo de unos ojos ancianos que miran, y admiran, con cierta incredulidad unos centros comerciales donde miles de personas consumen a espuertas, donde las cuentas corrientes han tornado en una suerte de fuente inagotable que bebe de no se sabe bien qué cercano o lejano naciente. ¡Quién nos ha visto y quién nos ve!, repetía la abuela una y otra vez mientras se persignaba y rogaba a Dios que tamaña bonanza económica durara mucho tiempo, al menos el suficiente para que sus retoños y los hijos de estos encauzaran su vida. Una lástima, querida abuela.
Y a la vez que nos convertimos en autoridades en materia de regateo y marcas blancas, alzamos la vista y miramos más allá, hacia la vieja Europa, hacia la lejana América, hacia la cercana aunque inhóspita África, y discernimos entre los pros y contras de convertirnos en cabeza de ratón o transformarnos en cola de león. Y buscamos las maletas y los pasaportes, para tenerlos a mano, por si acaso, mientras lo intentamos una vez más, y una vez más sin éxito, porque, visto lo visto y parafraseando la popular canción, aquí no hay camas pa’ tanta gente y los sacos de dormir, con el tiempo, se vuelven demasiado incómodos. Algún día miles de canarios, bajo el cielo que les vio nacer o bajo el que les acogió, aconsejarán a los infantes que se sienten sobre su regazo que no se fíen, que lo que un día luce blanco, al día siguiente se convierte en negro. A traición, sin avisar, como por joder.
Santiago Díaz Bravo
ABC

martes, 18 de enero de 2011

TÚNEZ Y CANARIAS

SEAMOS SINCEROS: la imagen que la opinión pública europea tiene acerca de las sociedades magrebíes se halla plagada de tópicos manidos y triviales. A ojos de los autosuficientes ciudadanos del viejo continente, los pueblos del norte de África no pasan de ser un colectivo de autómatas temerosos de Alá cuya principal preocupación radica en no saltarse ninguno de los preceptivos rezos diarios. En la última década, una exacerbada tendencia a la sinécdoque nos ha llevado, incluso, a considerar al común de los norteafricanos como una suerte de terroristas en potencia que detestan cualquier cosa que tenga que ver con los estados occidentales, empezando por el sistema de libertades y el respeto al individuo. Precisamente por ello, la revolución ciudadana acaecida en Túnez, que tiene visos de convertirse en la antesala de la democratización política, económica y social del país, ha impactado sobremanera en una Europa que, por vez primera en su historia, se ha percatado de que los norteafricanos no son tan exóticos como se creía, que también aspiran a ser libres y a sentirse respetados por quienes les gobiernan. Pero acaso lo más llamativo sea que entre los sorprendidos cabe contar a los propios mandatarios europeos, empeñados en apoyar a regímenes dictatoriales o pseudodictatoriales con la excusa de la defensa de los intereses económicos patrios y la convicción de que, después de todo, siempre será preferible un mal menor que mantenga a raya a las peligrosas huestes integristas.
La revolución social, de carácter estrictamente laico, que ha tenido su origen en la autoinmolación de un informático en paro ya se ha dejado notar en los medrosos gobiernos de los países vecinos, que las ven venir y se han apresurado a anunciar medidas económicas que aplaquen posibles estallidos populares. Uno de ellos es Marruecos, cuyos dirigentes han mostrado su firme disposición a impedir el incremento del precio de los productos básicos. Sin embargo, al igual que ocurrirá con los restantes estados de la zona, no podrán impedir que los hechos de Túnez marquen un antes y un después. Los descontentos con el régimen que encabeza Mohamed VI ya disponen de un espejo donde mirarse, porque lo que parecía imposible hace sólo unas semanas, ahora se vislumbra como una seria posibilidad.
Lo que ocurra o deje de ocurrir en la nación alauita determinará en buena medida el futuro de Canarias, una región con una ingente necesidad de vincular su economía a la de los países del norte de África, con todo lo que ello implica. Si Marruecos acaba profundizando en su exigua democracia y abriéndose aún más a la inversión extranjera, quienes residimos en este archipiélago mantendremos una deuda impagable con los esforzados revolucionarios tunecinos.
Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 15 de enero de 2011

ALEMANES Y PORTUGUESAS

LOS VASCOS son belicosos, los catalanes avaros, los gallegos desconfiados, los madrileños chulos, los andaluces vagos y los canarios aplatanados. Los alemanes trabajan más y mejor que nadie, los británicos son excéntricos, los italianos fiesteros, los franceses chauvinistas, los estadounidenses incultos y las portuguesas lucen un indisimulable bigote. Los tópicos nos han acompañado desde siempre a modo de hermanos mayores, acaso tratando de allanarnos el camino para que comprendamos las virtudes y miserias del mundo que nos ha tocado vivir. Pero también desde tiempos inmemoriales un ejército de seres humanos nos esforzamos en desmontar tales tópicos, en autoconvencernos primero, en predicarlo después, de que nada es como de antemano parece ser, de que los prejuicios resultan harto injustos cuando se aplican a colectivos tan amplios como heterogéneos. Los viajes, la lectura, la experiencia y el conocimiento en definitiva, se han convertido en nuestros principales aliados. Lástima que las estadísticas económicas nos hayan hecho dudar estos últimos días.
Qué indescriptible satisfacción embarga al homicida de tópicos cuando se topa con decenas de donostiarras afables, con cientos de barceloneses desprendidos, con un sinfín de coruñeses crédulos, con una congregación de madrileños humildes, con un batallón de sevillanos incansables, con un extenso grupo de canarios dinámicos. Y qué alegría al comprobar que las islas británicas acogen a personas al uso, que los italianos también lloran, que los franceses a veces se fijan en los demás, que los estadounidenses se defienden perfectamente a la hora de hacer la o con un canuto y que lisboetas guapas y sin bigote, haberlas, haylas. Pero, ¿y los alemanes? ¿Qué me dicen de los alemanes?
Los índices económicos europeos se desmoronan, el desempleo sube como la espuma, el pesimismo se adueña del universo y ellos, los de siempre si nos atenemos al tópico, aquellos que se recuperaron de dos cruentas guerras y que, según parece, liquidaron a la crisis antes de que la crisis los liquidara a ellos, tienen la desfachatez de alcanzar el mayor índice de ocupación laboral de su historia y de registrar el mayor incremento del PIB desde 1991, nada menos que un 3,6 por ciento. Carajo, ¿no se podían haber esperado?
Mal que nos pese a los detractores de los clichés, los germanos vuelven a dar muestra de ser un pueblo tan previsible como admirable, y si no más, las cifras reflejan que, cuando menos, trabajan mejor. Los tópicos han vuelto a imponerse, y yo lo siento, sobre todo, por las portuguesas.

miércoles, 12 de enero de 2011

Llanto por el librero moribundo

Año nuevo, vida nueva, con la excepción del lector de libros electrónicos, que un año más, y van tres incumpliéndose las expectativas, ha vuelto a quedarse compuesto y sin comprador en las estanterías de los establecimientos comerciales. De que los vendedores confiaban bien poco en sus posibilidades de salida da fe el exiguo espacio de exposición que le dedicaron durante la pasada campaña navideña. Ello no quiere decir que su aún irrelevante protagonismo se haya estancado, y mucho menos que haya decaído, porque un repaso somero a las informaciones que han aparecido en la prensa durante los últimos días revela un sensible incremento en las ventas, aunque sin abandonar su papel de regalo segundón.
La carestía del aparato, la irrupción de las tabletas digitales, una suerte de maná de las nuevas tecnologías capaz de hacerlo casi todo, incluida la reproducción de una infinidad de formatos de lectura, y, principalmente, la carencia de una oferta de contenidos en español siquiera aceptable, ha propiciado que lo que se daba por hecho hace no demasiado tiempo, la conversión del lector de libros electrónicos en un electrodoméstico capaz de codearse con la televisión y el frigorífico, se haya tornado en un contundente querer y no poder.
Las culpables de la falta de títulos no son otras que las propias editoriales, que aún estando convencidas de las enormes posibilidades de negocio, hablan de ello con la boca chica y se han empeñado en poner en marcha una fórmula que, además de retardar la eclosión del mercado, contraviene la praxis lógica de las tecnologías vinculadas a internet, esto es, la eliminación de intermediarios.
Por nostalgia, acaso por miedo a una reacción airada de los minoristas que en el interludio ponga en peligro la supervivencia de las empresas, los más relevantes editores de la piel de toro se han unido junto a otros más modestos en torno a Libranda, una plataforma de venta de libros electrónicos que mantiene al librero como figura insustituible. Una loable y maravillosa iniciativa que ojalá triunfe, porque pocos personajes resultan tan entrañables para el lector como el amable asesor literario, pero si nos atenemos al devenir de los nuevos tiempos, con nulas posibilidades de éxito.
Hoy en día resulta inimaginable adquirir un pasaje aéreo electrónico a través de una agencia de viajes, por precio y comodidad, y porque para decidirnos entre un destino y otro contamos con toda la información que deseemos a través de cientos de miles de páginas de internet. Este ejemplo es aplicable al de los libreros. Y al igual que sobreviven ciertas agencias de viaje especializadas, también lo harán determinadas librerías, pero no permitamos que la añoranza nos ciegue: la mayoría están condenadas a cerrar sus puertas y convertirse en un grato recuerdo.
Santiago Díaz Bravo

martes, 4 de enero de 2011

REYES CONTRA SANTOS

El sindicato del regalo navideño anda revuelto como consecuencia de la invasión de competencias, sobre todo por parte del representante anglosajón, un tal Santa Claus (también llamado San Nicolás, nombres ambos que visten estupendamente) a quien se conoce por el alias de Papá Noel. Casi nadie el abuelete, a quien hemos sorprendido en los últimos años trepando por las fachadas sin importarle condición ni altura a pesar de que le sobran, cuando menos, veinte pesados kilos. Acaso porque se ha especializado en llegar antes que nadie, o porque cuenta con influyentes amigos en Hollywood, este buen hombre, de aspecto paternal y bonachón, ha logrado un ejército de suscriptores en Canarias y, por lo que se ve, las perspectivas, más que buenas, son excelentes para él y para su fábrica de juguetes en la región finlandesa de Korvantunturi.
Pero no queda ahí la cosa, porque el retorno de miles de venezolanos con ancestros isleños ha supuesto la aparición en escena del mismísimo Niño Jesús, otro rápido repartidor en permanente avance, aunque en menor medida que Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel, con quien comparte fecha de reparto, un sensible problema a la hora de ganar cuota de mercado. Junto a ellos, distribuidores menos conocidos por estos lares pero de creciente importancia, caso del germano Christkind, han provocado una atomización de la clientela cuyas únicas víctimas han sido sus entrañables majestades Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes presencian con suma preocupación la celeridad con la que el antaño monopolio de la felicidad navideña se disgrega entre un creciente número de actores. Cierto es que hasta la fecha son los únicos a cuyo paso se cortan las calles, y también los únicos con escolta policial, además de poder presumir año tras año de ser recibidos por agradecidos alcaldes y todo tipo de autoridades, pero no es menos cierto que los grandes almacenes cada vez requieren menos sus servicios, que suelen preferir a Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel para recoger las cartas de los niños y fotografiarse con ellos sobre sus rodillas.
Su Majestad Baltasar llegó a achacar el retroceso al renegro color de su piel, toda vez que muchos de los clientes perdidos, pensaba, podían haberle identificado con la llegada de pateras y, como represalia, haber optado por el repartidor nórdico. Su Majestad Melchor le quitó tal idea de la cabeza. En su real opinión, Oriente sufre muy mala prensa como consecuencia del conflicto palestino, un déficit de imagen que ha llevado a la población a mirar hacia el norte. Su Majestad Gaspar echó por tierra ambas hipótesis: “Antes colmábamos de regalos a quienes se esforzaban, los vigilábamos desde lo más alto de nuestra universal lontananza durante todo el año antes de reunirnos para decidir qué era lo más justo para cada cual. Ahora, amadísimos colegas, no nos ha quedado otro remedio que transigir y repartir por doquier, sin discriminar, sin atender a mérito o demérito alguno. Antes éramos a un tiempo el premio y el castigo; ahora somos unos monigotes a sueldo de las tarjetas de crédito sin otro valor que la desmesura. Creedme si os digo que este mundo en transformación acabará por jubilarnos”.


Santiago Díaz Bravo