jueves, 14 de enero de 2010

LEER SOBRE UNO MISMO

Leer nos hace humildes. Cuando menos nos lleva a pensar bien las cosas, a permitir que la razón influya de alguna forma en nuestras complejas vísceras. Y es que nada como un buen libro para sumergirnos en los espíritus ajenos y comprender lo que de otra forma nos resultaría difícil asimilar. La lectura nos convence de que junto a nuestros sentimientos y creencias conviven otros sentimientos y creencias, las más de las veces tan parecidos los unos a los otros como un huevo a una castaña. Leer, en definitiva, acentúa nuestra tolerancia.
Sin embargo, decir que quien lee es mejor persona, mejor profesional, mejor cónyuge, mejor hijo, mejor vecino, mejor ciudadano, sería una descomunal temeridad, al menos si contemplamos dichas mejoras desde el más puro convencionalismo, porque quien lee cuenta con más elementos de juicio, con la información necesaria para poner en duda todo lo que le rodea y emprender batallas de todos los tipos y colores, incluida la persecución de peligrosos molinos de viento al estilo del siempre omnipresente Alonso Quijano.
De la misma forma que los libros nos brindan una ventana diáfana hacia el alma humana y nos convierten en una suerte de esponjas capaces de absorber la diversidad, nos obligan a emprender el tortuoso sendero de la crítica y la autocrítica y nos convierten en permanentes examinadores de lo humano y hasta de lo divino.
Y es que la crítica y la autocrítica que nacen de la lectura se hallan en el origen de buena parte de los avances de las sociedades en todos los campos, porque tales planteamientos acabarán plasmados sobre el papel, y volverán a ser cuestionados, y tales disentimientos encontrarán acomodo en una cuartilla, y así sucesivamente. Un libro es en buena medida una respuesta a muchos libros anteriores, formando parte de un diálogo universal que se desarrolla a través de los siglos y se halla más presente en nuestras vidas de lo que nosotros mismos imaginamos.
Ese diálogo que trasciende países, culturas y generaciones se torna en la única forma no sólo de adquirir la imprescindible consciencia acerca del mundo en el que nacemos, vivimos y morimos, sino también sobre nuestra propia existencia. Nada mejor que los libros para presentarnos a nosotros mismos y emprender una plácida e interminable conversación con nuestros adentros.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 10 de enero de 2010

EL PERIODISTA VELOZ

El nuevo director de TVE, Santiago González, un joven tinerfeño de 39 años con un currículum abrumador, se enfrenta al reto de gestionar una gigantesca cadena que por decision del Gobierno ha renunciado a los ingresos publicitarios.

26 de diciembre de 2008. Un grupo de entusiastas periodistas del norte de Tenerife ultima en el orotavense Liceo de Taoro los preparativos para la presentación, el día siguiente, de un libro de relatos con fines benéficos. De repente suena un teléfono. El autor de renombre que se había comprometido a cantar las excelencias de la obra debe tomar urgentemente un avión a Madrid. El pánico se va adueñando de todos y cada uno de los presentes hasta que alguien alza la mano para aportar una urgente y contundente solución: ¡Hay que llamar a Chagui! Una hora más tarde Chagui, un joven de 38 años que se halla al frente de uno de los cargos de mayor trascendencia de la prensa española, pasa a recoger un ejemplar que leerá hasta altas horas de la madrugada para prepararse una concienzuda exposición.
Y es que si algo caracteriza a Chagui, nombre con el que se conoce en la Villa de La Orotava, su pueblo natal, a Santiago González Suárez, director de Radio Nacional de España y a partir de mañana, consejero de administración de RTVE de por medio, principal responsable de Televisión Española, es su habilidad para estar pendiente de varios calderos al mismo tiempo. Lo mismo participa en una reunión en la capital de España en la que se define el nuevo modelo de radio pública que atiende raudo una petición del alcalde orotavense para leer el pregón de las Fiestas de San Isidro.
Su meteórica carrera profesional, que lo ha convertido en el directivo de medios de comunicación de mayor proyección de España, no podría explicarse sin esa predisposición a la omnipresencia, que sazona con una innegable diplomacia y un desparpajo en la gestión que ha dejado boquiabiertos a los ejecutivos más veteranos. Todo ello sin olvidar el importante papel que ha jugado en su trayectoria una estrecha vinculación a la Cadena Ser. Fue en los estudios centrales de esa emisora en la Gran Vía madrileña, en cuyos servicios informativos empezó a despuntar, sobre todo en uno de los programas de mayor solera, Hora 25, donde importantes directivos de Prisa pusieron sus ojos en él .
Hijo de una familia modesta de la Villa de Arriba, ya en la temprana adolescencia Santiago González tomó la decisión de ser periodista. Años más tarde se matriculaba en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, una de las únicas cuatro opciones de estudiar periodismo que existían en España y donde desde un primer momento se caracterizó por una frenética actividad.
Si sus compañeros de curso se limitaban a practicar la ley del mínimo esfuerzo, más que suficiente en un centro universitario por aquel entonces anacrónico y anodino, él tomaba un tren y se plantaba en Salamanca con la intención de hacerle una entrevista al mismísimo Gonzalo Torrente Ballester para un simple trabajo universitario.
En el colmo de la inquietud periodística, Santiago González, junto a una estudiante de periodismo tinerfeña, llegó a desplazarse a Berlín en 1989 para asistir en primera línea a la caída del muro, un acontecimiento histórico para quien años más tarde iba a hacer historia dentro del periodismo español.
Durante el invierno Santiago flirteaba con diferentes emisoras de radio de la capital y los veranos los pasaba haciendo prácticas en Tenerife, en los estudios de Radio Club en la Avenida de Anaga. Cuando acabó la carrera comenzó a colaborar con la Cadena Cope y logró un trabajo en la revista Metrópoli, una publicación cultural que edita semanalmente el diario El Mundo en su edición madrileña. Pero su paso por la prensa escrita fue breve. Enseguida entró a formar parte de la plantilla de la Cadena Ser, donde se codeó con algunas de las principales estrellas de la radio española y tejió una red de amistades que siguió cultivando durante sus años en las Islas.
En mitad de una apasionante vorágine radiofónica, Santiago González recibió una inesperada oferta: el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, por aquel entonces en lo más alto de su popularidad y casi recién llegado de la Consejería de Turismo, donde destacó por sus golpes de efecto publicitarios, había recibido estupendas referencias de él y quería que se convirtiese en su jefe de prensa.
El interés por experimentar nuevos campos dentro de la profesión, unido a la posibilidad de regresar a Tenerife, le llevó a aceptar la oferta. Pero a pesar de la buena sintonía que mantuvo siempre con Zerolo, jamás llegó a encajar en aquel cargo. Echaba de menos el periodismo activo, y la oportunidad de retomarlo le vino en forma de propuesta para convertirse en editor jefe de la recién nacida Televisión Canaria, donde poco después alcanzaría la subdirección de informativos y, finalmente, la dirección.
El hecho de que la fórmula ideada por el Gobierno autonómico para poner en marcha la televisión pública se apoyase en una empresa privada, y que uno de los socios mayoritarios de dicha empresa fuese Prisa, cuyos intereses en el Archipiélago defendían los directivos de Radio Club Tenerife, resultó decisivo para que el jefe de prensa de Zerolo recibiese la esperada oferta.
Desde aquel momento su ascenso fue meteórico. Los novedosos y ágiles informativos calaron en el público, y a pesar de contar con unos recursos humanos y técnicos discretos, casi exiguos, los índices de audiencia se tornaron en más que aceptables para un medio recién creado. Su labor no pasó desapercibida, de forma que tal efectividad, unida a la existencia de un cierto consenso entre las diferentes fuerzas parlamentarias, que no apreciaron en él sesgo político alguno, encumbraron a Santiago González a la dirección general de la Radio Televisión Canaria a la temprana edad de 35 años, convirtiéndose en el director más joven de una cadena pública de televisión en la historia de España.
Durante los años que permaneció al frente del ente autonómico siguió manteniendo unas privilegiadas relaciones con sus antiguos jefes y compañeros de la Cadena Ser en Madrid, a quienes veía con frecuencia. Uno de ellos era Luis Fernández, responsable de informativos durante su paso por la redacción de Gran Vía.
Fernández, a quien el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero encomendó la misión de modernizar Radio Televisión Española tras la etapa en la que Carmen Cafarell ejerció la ingrata labor de aligerar los gastos en personal, apreció en su antiguo subordinado el perfil adecuado para acompañarlo en tan complicado proyecto. Además de conocer de sobra su capacidad profesional, a su corta edad sumaba una extraordinaria experiencia, curtida incluso por un largo conflicto laboral en la Televisión Canaria.
Santiago González sucumbió ante la despampanante oferta y aceptó la dirección de Radio Nacional de España, donde ha puesto en marcha importantes cambios y ha logrado un considerable rejuvenecimiento del perfil del oyente, hasta hace poco uno de los principales problemas de la radio pública.
Su gestión, unido al que acaso pueda considerarse el principal logro del equipo que encabezaba hasta hace poco Luis Fernández: la total ausencia de conflictividad en el tratamiento de la información política, todo un hito en la reciente historia de los medios de comunicación estatales, ha posibilitado que la propuesta realizada por el nuevo presidente de la Corporación Radio Televisión Española, el ex ministro Alberto Oliart, cuente con el visto bueno de PSOE, PP y las restantes formaciones políticas.
Santiago González, quien fiel a su costumbre de no abandonar del todo ningún sitio suele pasear los fines de semana, junto a su pequeña hija, por las empinadas calles de La Orotava, se enfrenta ahora a uno de los retos más complicados que haya tenido ante sí un directivo de la televisión pública: gestionar la cadena tras la decisión del Gobierno de eliminar cualquier contenido publicitario, una merma de ingresos tan contundente como la necesidad paralela de extender la programación. Si sale bien parado de tan compleja misión volverá una vez más a escribir su nombre en la historia del periodismo español, en esta ocasión al inicio de uno de los capítulos más importantes
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Santiago Díaz Bravo

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12 enero, 2010 - 12:28


El periodista veloz

Una de las cosas que agradezco a este oficio es que me haya enseñado que lo que le sucede a un periodista no es noticia, siempre que él mismo no haya sido víctima de lo que los periodistas consideran noticia. Los periodistas o el público. Ahora bien, la norma no dice nada de lo que le suceda a otro periodista. Y en este caso celebro con mucha alegría el nombramiento de un colega, Santiago González, para dirigir Televisión Española. En primer lugar, porque es un gran profesional de este oficio; empezó a ejercerlo cuando era un crío, y ha pasado, sobre todo en la radio, por todos los estadios o estamentos, hasta llegar a dirigir la Radiotelevisión Canaria y luego Radio Nacional de España. En ambos lugares, sus labores directivas tuvieron en cuenta aquel aprendizaje, y siempre se ha comportado Santiago como un compañero de sus equipos, ajeno a los modos agrandados de aquellos que llegan y olvidan la naturaleza de sus orígenes o de la educación profesional que fueron adquiriendo. Llega a Televisión Española en un momento crucial del medio y de ese medio; ya la televisión comercial, la analógica, es decir, la que siempre estuvo en casa, es otra cosa, porque además pronto va a ser inexistente. Y la televisión que nos queda será otra, ya lo está siendo. Además, TVE, la cadena que pasa a dirigir Santiago, es otra casi enteramente desde el 1 de enero, porque una televisión sin publicidad abriga riesgos o posibilidades que no son los que hubo. Para ese reto llega Santiago (que viene de un sitio donde nunca hubo publicidad, Radio Nacional) a la principal cadena española, a la estatal. Le deseo la suerte que se merece y que, por otra parte, le ha hecho justicia a lo largo de su carrera. Un compañero, y paisano, de los dos, Santiago Díaz, le llamaba el otro día en La Opinión de Tenerfie "el periodista veloz". Atento y audaz, capaz de achicar una montaña para que no le venzan las dificultades, este orotavense joven todavía, y a veces más joven que su edad, llega a un estadio importante de su carrera, y los que le vimos crecer y correr en nuestra tierra común tenemos que animarle a celebrarlo, a sacar del cargo que ahora tiene la experiencia que le haga aún más veloz y mejor periodista.
Juan Cruz
El País