lunes, 9 de agosto de 2010

LA IMPORTANCIA DE COMER RODABALLO

La esposa del presidente de los Estados Unidos de América, Michelle Obama, se desplazó el domingo desde Málaga, donde pasaba unos días de vacaciones, hasta Mallorca, donde residen los Reyes de España en agosto, para almorzar con los monarcas antes de regresar a su país. La acompañó su hija Sasha, que a punto estuvo de quedar excluida de la foto oficial debido a un exceso protocolario. Comieron tumbet, una deliciosa especialidad mallorquina, y rodaballo. Tras los postres, la primera dama estadounidense y su vástaga recibieron como presentes unas semillas y unas pulseras. No han trascendido los asuntos de los que hablaron durante la comida. En cualquier caso, ni Mrs. Obama, ni don Juan Carlos, ni la reina Sofía, ni la princesa de Asturias, también presente en el ágape, cuentan con las competencias constitucionales necesarias para tomar decisiones de Estado. Y ahí se acabó la historia. A fin de cuentas, no era mas que un encuentro amistoso, aunque ello no fue óbice para que la estampa de los comensales a las puertas del Palacio de Marivent abriese la totalidad de los informativos de televisión dominicales.
Qué duda cabe de que la imagen previa al almuerzo estaba predestinada a convertirse en una de las más llamativas de la jornada. No todos los días se citan los Reyes de España y la esposa del presidente estadounidense para comer. Pero teniendo en cuenta que en ese mismo momento proseguían las conversaciones entre el Ministerio de Fomento y los representantes de los controladores aéreos para evitar una huelga que haría estragos en la economía patria, que un jefecillo del PSOE hasta entonces irrelevante acababa de poner en entredicho la autoridad del mismísimo Rodríguez Zapatero, que un español dado por desaparecido en la India había sido hallado vivito y coleando, que la contaminación provocada por los incendios forestales en Rusia se había convertido en un grave problema de salud pública que afecta a quince millones de personas, resulta cuando menos susceptible de reproche que en el necesario orden jerárquico de los informativos haya primado una 'no noticia', una imagen curiosa cuyos beneficios para la promoción turística de España quedan fuera de toda objeción, pero cuyo valor noticioso se limita al de una mera anécdota.
Los responsables de elaborar los minutados de los noticieros cuentan con un aplastante argumento a su favor: si se comprueba el listado de noticias más vistas en las ediciones digitales de los principales diarios, el almuerzo en el Palacio de Marivent se sitúa a la cabeza. Parece evidente que se atendieron con rigor las expectativas del público. Otra cosa es que tal entrega a los gustos mayoritarios pueda considerarse una actitud profesional, porque, ¿quién es mejor médico, quien le cuenta a sus pacientes lo que quieren oír o quien les comunica el origen y la naturaleza de su males? Si el periodismo tiene encomendada una misión, esa es la interpretación de la realidad, y el aspecto más determinante de dicha labor es la distinción entre lo importante y lo accesorio. En esta ocasión, el médico ha olvidado el juramento hipocrático y le ha dicho al enfermo lo que a éste le apetecía escuchar.
Al igual que muchos de los considerados diarios serios, los informativos de televisión, tanto de cadenas españolas como extranjeras, han comenzado a conceder un tratamiento similar a lo importante y a lo accesorio, una tendencia que amenaza con acabar confundiendo a la opinión pública y con trastocar la necesaria escala social de valores. También de forma paralela a los considerados periódicos de prestigio, que se han decidido a competir con los de segundo nivel echando mano de contenidos hasta ahora intocables para ellos, los noticieros han invadido ámbitos tradicionalmente restringidos a aquellos programas donde la frivolidad se torna en dueña y señora. De forma recíproca, tales reinos de la futilidad, que lo mismo se fijan en un escabroso suceso que en el último divorcio entre famosos, acaso empeñados en superar una suerte de complejo de inferioridad, se empeñan en incluir en su plantel a sesudos comentaristas que destripan los intríngulis de las noticias de mayor calado. Se trata de un intercambio de papeles nada saludable, porque meter en el mismo saco lo trascendente y lo intrascendente sólo puede desembocar en la configuración de una realidad ficticia, cuando no a la carta.
Una opinión pública que se enmarque en un paisaje desfigurado se hallará a la deriva, expuesta al sinfín de riesgos que conlleva la carencia de un conocimiento, cuando menos aproximado, de aquellos asuntos que realmente le conciernen, capaces de influir en las vidas de todos y cada uno de los individuos. 
El periodismo, que tan buenos servicios ha prestado a los países democráticos durante tantas décadas, que tanto ha influido en la democratización de los absolutismos, muestra síntomas de estar perdiendo el norte. Sólo cabe confiar en que jamás se dé la paradoja de que un cometido tan necesario para la convivencia en libertad acabe convirtiéndose en el principal enemigo de las sociedades a las que sirve. En el peor de los supuestos, sólo nos quedaría rezar.
 
Santiago Díaz Bravo

jueves, 5 de agosto de 2010

LA FEA COSTUMBRE DE MIRAR HACIA OTRO LADO

El ninguneo, o lo que es lo mismo, el no aprecio, acaso sea el mayor de los desprecios. No darse por enterado de los éxitos del prójimo es una conducta tan visceral, tan vinculada a la naturaleza humana, que forma parte del listado de actitudes susceptibles de ser disculpadas. Pero, como todo en la vida, resulta imprescindible marcar un límite, máxime cuando quienes miran hacia otro lado incumplen su deber ético y profesional. La prensa seria vuelve a olvidar su obligación de servir de escaparate del interés público por mor de un pésimo sentido de la competencia. Y van unas cuantas.
El diario El País, cuya legítima tendencia política se halla a estas alturas lo suficientemente contrastada, tanto como la del resto de los matutinos de ámbito nacional, ha desvelado un escándalo de proporciones gigantescas, nada menos que el amaño de partidos en la Segunda División de la Liga de Fútbol Profesional, mediante una serie de presuntos pagos a jugadores a cambio de que se dejaran perder, con el fin de facilitar el ascenso a Primera de un club determinado: el Hércules de Alicante. La operación, y con él su instigador, el accionista mayoritario de la entidad levantina, ha sido descubierta de forma casual, a través de unas escuchas policiales relacionadas con un posible caso de corrupción protagonizado por personajes vinculados al Partido Popular.
Se trata de una noticia que trasciende la índole deportiva, un grave caso de fraude que afecta directamente a miles de personas, todas las que de una u otra forma se hallan ligadas a los cinco clubes a quienes se cita en las conversaciones grabadas, además del Hércules, Salamanca, Girona, Córdoba y Recreativo. Sin embargo, el resto de los diarios de difusión estatal apenas se han hecho eco de la primicia. Algunos ni siquiera se han dignado a citarla. El deber de informar, de otorgar la necesaria trascendencia a un asunto de interés general, queda una vez más supeditado a intereses menores, y la credibilidad de la prensa sufre un nuevo traspiés.
Pocas dudas caben de que la identidad del principal sospechoso, un empresario implicado en el denominado 'caso Gurtel', que unos diarios explotan siguiendo unas determinadas directrices políticas, y otros, por el contrario, niegan hasta donde les es posible hacerlo, ha resultado determinante en el 'olvido' de parte de los medios, pero no es menos cierto que desde hace años la prensa española se ha embarcado en una vorágine de autosuficiencia y soberbia que la ha llevado a sobrevalorar los logros propios y, de forma paralela, a desestimar los ajenos sin considerar antes su verdadera importancia. La filosofía que se ha implantado en las redacciones es la de evitar hablar de lo que primero han hablado otros, porque en caso contrario se reforzaría al competidor ante los ojos de la opinión pública. Craso error periodístico; estupidez empresarial.
El valor que los lectores conceden a los medios de comunicación no depende tanto de quién publica primero una determinada noticia como de quién es capaz de llegar más lejos en su explotación periodística. La reacción de la competencia frente a una exclusiva de calado debe ser la de hacerla suya y mimarla como si la hubiese parido. Pasados unos días, nadie recordará quien la publicó primero, pero se alabará a quien haya sumado más revelaciones a las iniciales. Una exclusiva, en lugar de una maldición para quien la lee en la primera página del competidor, puede tornarse en una bendición. Una correcta práctica periodística obliga a dar continuidad a aquellas noticias extraordinarias que otros hayan sacado a la luz. Una buena gestión empresarial, ídem de ídem.
Pero casos como el de la 'compra' de partidos de fútbol reflejan una realidad aún más preocupante: una noticia del máximo interés requiere del refrendo de un número significativo de medios para que sea tomada en serio por el respetable. Poco importa que el escándalo sea de dimensiones sobresalientes, que se haya pervertido la verdadera 'fiesta nacional', el fútbol, porque lo que dice El País no será igual de relevante si no inciden en ello tanto el resto de los diarios nacionales como los medios audiovisuales. Hasta ese extremo llega la desconfianza popular hacia la prensa.
Un asunto que en otros países hubiese acaparado una atención mayoritaria corre el riesgo de quedarse en una mera serpiente de verano como consecuencia de las cuitas entre las empresas periodísticas patrias, que seguirán quejándose de la pérdida de lectores, de que los diarios cada vez interesan menos, de que la disminución de ingresos se está convirtiendo en insostenible. Han olvidado que quien se gasta 1,20 euros en un periódico lo mínimo que espera es una cierta profesionalidad.
Santiago Díaz Bravo

miércoles, 4 de agosto de 2010

LA HISTORIA OCULTA DE LA ESTUPIDEZ HUMANA




Los libros de historia están plagados de admirables nombres, de personajes execrables, de crueles y sanguinarias batallas, de decisivas reuniones que contaron con la presencia de notables dignatarios, de frases taxativas, de rimbombantes muestras de valentía y orgullo. Es la historia con mayúsculas, la que explica los porqués de la humanidad, las grandezas y miserias de pueblos y naciones a lo largo de los siglos. Pero esos millones de páginas, las más de las veces escritas bien por los vencedores, bien por literatos ajenos a los hechos, cuando no alejados por el tiempo y la distancia del escenario donde se produjeron, olvidan en incontables ocasiones que los protagonistas del devenir del planeta son hombre y mujeres, seres irremediablemente ligados a sus circunstancias y a su propia naturaleza.
Que muchas de las guerras tuvieron su origen en sesudas estrategias de Estado, en planes preconcebidos para engrandecer a una determinada etnia, a una nación concreta, en la necesidad de pararle los pies a un incansable conquistador, queda fuera de toda duda. Los cronistas e historiadores aportan prolijos datos acerca de ello. Pero jamás debemos obviar que tamañas decisiones han sido adoptadas por hombres y mujeres, y por ello, lejos de poder considerarlas huérfanas de cualquier contaminación afectiva, debemos presumir que se hallan vinculadas a las virtudes y miserias del espíritu humano. ¿Cuántos conflictos bélicos se habrán declarado a lo largo de la historia porque el tirano de turno sufrió la noche anterior un insoportable dolor de muelas? ¿Cuántos tras una airada discusión entre el rey y la reina, o entre el rey y la amante, o entre el rey A y su homólogo B después de una partida de cartas y un incontrolable mal perder? ¿Cuántos de los momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig dixit) encuentran su génesis en inconfesables episodios de índole doméstico, cuando no en soberanas tonterías, dicho ello con todo el doble sentido?
Ayer, televisión de por medio (ver vídeo arriba), fuimos testigos de uno de esos absurdos episodios, de uno de tantos incidentes que reflejan la extrema ingenuidad, imbecilidad e imprudencia del ser humano. La retirada de un árbol caído en la franja que separa a Israel de Líbano por parte de unos soldados hebreos, para más inri bajo la supervisión de las tropas de la ONU, desembocó en un tiroteo que acabó con la vida de cinco personas, provocó el lanzamiento de proyectiles entre ambos países y amenaza con desestabilizar nuevamente la zona. La historia también la escriben los pequeños sucesos, y hasta las ridiculeces. Otra cosa es que los libros de historia sean demasiado serios, demasiado pomposos, tendentes en exceso a sobrevalorar el sentido común del ser humano.


Santiago Díaz Bravo




Uno de los soldados heridos en el estúpido incidente acaecido ayer en la frontera entre Israel y Líbano