martes, 2 de junio de 2009

LA DICTADURA DEL LIBRO


Mario Vargas Llosa defendía hace pocas fechas la necesidad de salvaguardar el libro convencional frente a los intentos de asesinar de una vez al bueno de Gutenberg. El sempiterno candidato al Nobel realizaba dichas afirmaciones en pleno mes de mayo, el del libro por excelencia, cuando cientos de miles de personas acostumbran a acercarse a las tradicionales ferias con el feliz objetivo de alimentar sus vidas mediante algún interesante texto.
Los temores del escritor peruano se asientan en el riesgo de que surja una literatura dirigida especialmente a las pantallas del ordenador, un soporte que en su opinión tiende a frivolizar las palabras y minusvalora la necesaria seriedad que debe caracterizar a lo escrito. Pero lo que acaso haya obviado el gran Vargas Llosa es que cientos de miles de lectores acuden año tras año a las ferias que organiza cada ciudad, que millones en todo el mundo demandan obras de calidad y difícilmente aceptarían un cambio de formato tan radical como el que plantean algunos de los gurús de las nuevas tecnologías.
Resulta más que evidente que surgirán todo tipo de sofisticados ingenios electrónicos dirigidos a sustituir al libro, una misión que se saldará con un notable éxito al tiempo que, valga la contradicción, con un estrepitoso fracaso. Las máquinas jubilarán al papel, las tapas y la tinta sólo hasta el punto que los propios lectores lo permitan, y a estas alturas la mayoría de los soldados que conforman el nutrido ejército de amantes del universo literario coinciden con Vargas Llosa en que la literatura sin libros, por mucho que se empeñen las sesudas multinacionales, jamás será posible.
El libro es algo más que un mero soporte. Es un objeto valioso en sí mismo, una suerte de puerta insustituible hacia otros mundos a la que nunca se le agota la batería.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión