miércoles, 8 de febrero de 2006

JUAN PABLO II "EL MEDIANO"


LA PROPENSIÓN HUMANA ante la muerte es la alabanza, hija en no pocos casos de la celeridad y la consiguiente irreflexión. Quizás Juan Pablo II haya sido un Papa excelente en diferentes ámbitos, pero su trayectoria está lejos de superar un examen para nota. Claro que se postuló en contra de los regímenes de la Europa comunista, aunque su papel en la caída del muro de Berlín se magnifica en los últimos días hasta límites extremos, acaso olvidando que sin Papa de por medio la historia del viejo continente en las tres últimas décadas sería calcada a la que hoy conocemos. Admirable su esfuerzo viajero por llegar a los más alejados rincones del planeta y emitir un mensaje impermeable con las voces disonantes, implacable en la condena de prioridades sanitarias tales como el uso del preservativo a pesar de que el sida se hace dueño y señor de todo aquel que se cruza en su camino. Digno de quien dirige una institución arraigada en la Edad Media el trato a la mujer, discriminada como siempre en el ámbito doctrinal y con menos esperanzas que nunca de asumir el papel debido en un organigrama jerárquico que, guste o disguste a la curia, coexiste con el siglo XXI. Con Juan Pablo II, la iglesia oficialista ha perdido más adeptos de los que ha ganado. La radicalización de sus planteamientos ha alejado a un amplio sector de la población, no por casualidad de los países más desarrollados, más leídos, pero también de latitudes donde las incoherencias vaticanas han reforzado el avance de corrientes injustamente demonizadas, tal es el caso de la teoría de la liberación e incluso del protestantismo que concienzudamente se preocupan de exportar los países al norte del ecuador. De forma paralela, el Papa polaco ha dado pábulo a grupos ultramontanos como el Opus Dei, garantes del inmovilismo y poco dados a aceptar los valores del humanismo en la más amplia acepción de la palabra. Quien le sustituya tendrá que enfrentarse a la ardua misión de convencer a millones de personas de que la Iglesia es de todos, de que amar al prójimo es justamente lo contrario a imponer porque sí y de que la salvación eterna poco tiene que ver con el cilicio.


Santiago Díaz Bravo