miércoles, 28 de enero de 2004

LOS CUERNOS DE PASQUAL

UN BUEN DÍA, Pasqual regresó al despacho antes de tiempo y pilló a Josep Lluis con otro. Encapuchado y bien armado, su competidor escuchaba con oídos atentos las palabras que brotaban bajo el poblado bigote del hijo del señor Carod. Pasqual, sorprendido, cerró la puerta con un violento ademán y, refunfuñando, se encerró en la biblioteca contigua para sumergirse aceleradamente en la lectura de La Celestina. Necesitaba respuestas. El sabio Fernando se las procuraba, al menos lo intentaba, cuando rechinaron unos goznes. Ambas miradas se cruzaron, la del amante desairado y la del pendón desenfadado. ¿Por qué?, preguntaron las pupilas de Pasqual. ¿Por qué no?, respondieron las de Josep Lluis. Me debes una explicación, sentenció taxativo Pasqual. De sobra sabes que no eres el primero, le recriminó Josep Lluis con energía. Pasqual propinó un sonoro puñetazo a la mesa de madera y se dirigió iracundo en pos de él. Pensaba que todo había acabado, gritó a escasos centímetros de la pilosa faz. Y así es, le aclaró Josep Lluis en similar tono, pero donde hubo, siempre queda, añadió, y nos une cierta amistad. ¿Qué significa amistad?, inquirió el hijo del señor Maragall. Amistad significa amistad, y gracias a ella creo haber conseguido algo bueno, no deberías tratarme así, apuntó Josep Lluis gesticulante a la par que conciliador. Tú dirás, espetó Pasqual. Acabo de salvar la vida a nuestros retoños, a nuestros queridos ciudadans, pronunció con emotividad Josep Lluis. ¿He hecho mal?, añadió. ¿Qué has ofrecido a cambio?, se apresuró Pasqual. Hablar, me convertiré en su voz, eso es todo, respondió contundente Josep Lluis. ¿Eso es todo?, reiteró Pasqual. Todo, respondió Josep Lluis. ¿No me escondes nada?, pesado Pasqual. Nada, paciente Josep Lluis. Durante unos instantes, Pasqual fijó la mirada en la cara regordeta. Luego se dio la vuelta para encaminarse hacia el amplio ventanal. Un grupo de niños hacía cabriolas en la plaza de Sant Jaume. El silencio envolvió la estancia y los suspiros emprendieron una larga conversación. Hablar, Pasqual para sus adentros. ¿Eso es todo, Josep Lluis?, pesado Pascual a viva voz. Todo, Pasqual, paciente Josep Lluis. ¿Todo? Todo. Hablar, eso es todo.


Santiago Díaz Bravo
El Día

jueves, 22 de enero de 2004

EL ENIGMA DE CASCOS



FRANCISCO ÁLVAREZ CASCOS se ha despedido de la política llevándose su gran secreto, evitando compartirlo con nadie, condenando a la impotencia a cientos de miles de españoles que veíamos en él una guía y aspirábamos a imitarlo. Paco, así le gustaba que lo llamasen sus allegados, presumía de portar fabada en sus venas, de atesorar las místicas artes de un avezado pescador fluvial, de construir las carreteras más largas y las líneas ferroviarias más rápidas, de levantar la voz y hacer temblar de indignación al rojerío patrio. Paco, que se ha ido sin revelarnos lo que tanto deseábamos conocer, llegó a convertirse en el enemigo número dos del entonces decadente gobierno del señor González, quien al final, tanto le insistió, se fue. El doberman, mote que le brindaron sus adversarios socialistas, se transformaba más tarde en vicepresidente y sus ladridos se tornaban en órdenes gubernamentales. Pero no duró demasiado, porque poco a poco su estrella se fue diluyendo y sus competidores, al acecho, ganándole terreno en las preferencias del número uno. La amistad, como el amor, y de eso sabe mucho Paco, se encuentra al pairo de los acontecimientos. Aunque debilitado, nadie logró apartarlo del todo, y allí siguió un cuatrienio más, mandando en lo que mandaba y aprovechando mejor que ningún otro las horas libres entre reuniones y cortes de cinta. Y la discreción, porque Paco, al que no le perdonaremos jamás su egoísmo, largarse sin más, sin decir esta boca es mía y ocultarnos, en definitiva, el gran enigma, nada tiene que ver con su colega Rodrigo. A Paco jamás lo habrían pillado transportando un vulgar tendedero, acción pecaminosa cuando de un ministro se trata, máxime siendo el de Economía, que mal debe andar el país si hasta él carece de dinero para comprar una secadora. Paco Álvarez Cascos, si alguna vez regaló un tendedero, lo hizo en la intimidad, que esos momentos, como bien practicaba el número uno cada vez que conversaba en catalán, deben mantenerse alejados de ojos ajenos. Sin embargo, nada de ello lo justifica. Nunca conseguirá que le perdonemos por haberse marchado sin descubrirnos cómo es posible que un tipo tan feo tenga tanto éxito con las mujeres.

Santiago Díaz Bravo (22/01/2004)

jueves, 8 de enero de 2004

DON JOSÉ MARÍA

DON EULOGIO, severo y recto religioso donde los hubiere, nos aseguró una tarde, hasta caer en la pesadez, que en su hora podíamos expresarnos libremente, que cualquier remordimiento que albergásemos, por sonrojante que fuese, obtendría su comprensión y una sabia respuesta. Erre que erre, incansable don Eulogio, que cualquier fechoría que cometiésemos, por vergonzosa que nos pareciera (y le pareciera al director del colegio), sería, no podía ser de otra forma, merecedora de su perdón. El de Dios era otro cantar, que él llegaba hasta donde podía. Nos convino entonces a delatar al autor de la mamarrachada que lucía en la pizarra, graciosa, por qué no reconocerlo, aunque sin duda hiriente. Una mano se alzó, la que todos sabíamos que debía alzarse. Segundos después, la misma mano servía para mitigar un errático aterrizaje tras un sonoro bofetón y un esperpéntico vuelo entre dos pupitres. Don Eulogio era un mentiroso, pero atizaba que daba gusto. Jamás volvimos a creerle, ni a él ni a ningún otro de los profesores que a diario pasaban por aquella inolvidable aula. Pintadas similares, peores, ensañándose con don Eulogio hasta límites extremos, volvieron a aparecer; no sólo en la pizarra, sino también en las paredes del baño y hasta en algún muro exterior. Después de aquello, don Eulogio no volvió a ser el mismo.
Don José María es un pesado. Llevaba tiempo diciendo que la violencia es mala, que no arregla nada, que cualquier idea puede defenderse a través de las instituciones democráticas sin necesidad de hacer daño a nadie. Erre que erre don José María con la prevalencia de la palabra para sostener cualquier pensamiento, porque don José María, como muchos otros, ha animado a quienes apoyan a los miserables asesinos de ETA a cambiar las armas por el verbo, las pistolas por los escaños, a decir esto o lo otro le guste o no a don José María. Pero se ha alzado un dedo, el de Esquerra Republicana de Catalunya, y don José María se ha enfadado, se ha desdicho de su propio discurso y trata como lo que no son a quienes, con mejor o peor tino, no hacen sino defender aquello en lo que creen. A partir de ahora, nadie va a creer a don José María, que, además, atiza que da gusto.

Santiago Díaz Bravo
El Día