martes, 29 de marzo de 2011

LA HONRADA PROSTITUCIÓN

¿Debe contar el Estado con la potestad de tomar decisiones que afecten al uso del propio cuerpo aún en el caso de que no se perjudique a terceros? La anunciada prohibición de los anuncios de prostitución en la prensa, que cuenta con el apoyo del Diputado del Común, abre un debate que se adentra en el complejo ámbito de la libertad individual, tantas veces socavada por unos poderes públicos tendentes a pecar de exceso de celo, máxime cuando los argumentos esgrimidos se quedan en un compendio de inexactitudes y planteamientos morales fácilmente rebatibles.
La existencia de redes que secuestran a mujeres para explotarlas sexualmente es una espantosa realidad. Miles de personas sufren los crímenes de tales organizaciones, que actúan con una impunidad rayana en lo caricaturesco. Decenas de bares de carretera ofertan sus servicios con gigantescos carteles luminosos sin haber sido objeto siquiera de una inspección rutinaria. Sería de justicia propinar cuando menos un prolongado tirón de orejas a las autoridades por tal desidia, pero también, echando mano de un popular dicho patrio, por confundir el tocino con la velocidad al meter en el mismo saco a delincuentes, víctimas y ciudadanas y ciudadanos libres, honrados y en sus cabales que optan por ganarse la vida a través de las relaciones sexuales, a quienes la posibilidad de anunciarse de forma individual les evita, precisamente, el riesgo de caer en manos de las mafias.
Por otra parte, el Estado no es quien para dificultar a un administrado que comercie con su cuerpo arguyendo criterios éticos, toda vez que comportamientos inaceptables para determinados individuos resultan a un tiempo aceptables para otros, cuanto más tratándose de una práctica objetivamente menos censurable que contaminar con tabaco los pulmones de quienes se encuentran alrededor.
El tan manido concepto de dignidad, mentado hasta la extenuación, difiere sensiblemente según quién lo interprete. ¿Es más digno limpiar restos de defecaciones en un urinario que practicar una felación? ¿Es más digna la labor de un matarife que la de quien consiente un coito remunerado? No pocos prostitutos y meretrices optarían por las segundas opciones, porque si bien es cierto que alquilan su cuerpo, ¿es menos cierto que el operario de una fábrica renta el suyo al patrón durante ocho horas al día?
La prostitución responsable no debería encontrar impedimentos legales en una sociedad que se considera desarrollada, pero que es víctima aún de estigmas y tópicos absurdos. Prohibir que sus profesionales se publiciten no puede considerarse sino un acto de hipocresía y un atentado contra la libertad de funestas consecuencias.
Santiago Díaz Bravo
ABC

viernes, 25 de marzo de 2011

RÉQUIEM POR LA IDEOLOGÍA

La intensificación de una precampaña electoral que dio comienzo hace cuatro años, a la que se sumará a corto plazo la campaña en sí, permite que nos reafirmemos en una más que evidente percepción, máxime al constatar el vacuo contenido de los carteles publicitarios que afloran estos días en los espacios públicos de las islas: los partidos políticos han sustituido las ideas por los lemas. Antaño, los ideólogos escudriñaban sus cerebros a la búsqueda de fórmulas que facilitaran el progreso económico y social. Pero los tiempos cambian, y a estas alturas esos otrora reputados pensadores se han convertido en antiguallas a quienes se mira como a bichos raros. En un mundo donde el reloj es la nueva deidad y el intelecto de la ciudadanía se halla expuesto a un incesante bombardeo informativo, apenas queda espacio para argüir, desarrollar y definir juicios políticos, o lo que es lo mismo, explicar concienzudamente un programa electoral.
Los planteamientos ideológicos se han dejado de lado porque predicar ideas requiere tiempo para quien las expone y tiempo para quien las escucha, unos condicionantes que se antojan imposibles en el imperio de lo efímero. La vorágine de un periodo histórico marcado por la preeminencia de los medios de comunicación audiovisuales, en el que los partidos se las ven y desean para intercalar sus mensajes entre los cada vez más competitivos contenidos televisivos, ha enviado a los ideólogos a las oficinas del paro y ha dejado vía libre a los publicistas.
Las fórmulas al uso para ganarse el favor del electorado se basan en locuciones contundentes, simples, reiterativas, ocurrentes llegado el caso, adornadas por un cuidado entorno que convierte a la estética en la madre de todos los discursos. El razonamiento, paso previo a la reflexión del elector y el consiguiente discernimiento entre una u otra propuesta, se ha abandonado; su lugar lo ocupa ahora el sentimentalismo, irracional pero inmediato y, sobre todo, efectivo. Los personajes inciden en silogismos superficiales, tendentes no tanto a convencer al público como a ganarse su simpatía. Los mensajes, qué les voy a contar que ustedes ya no sepan, son monótonos, insistentes, cargados de fuerza interpretativa, una suerte de teletienda al alcance de todos los mortales. Los publicistas y asesores de imagen lo controlan todo, desde los nudos de las corbatas hasta los momentos más adecuados para emitir una sonrisa, un desaire o un exabrupto, que de todo debe haber en la viña del buen candidato.
La ideología, si internet no lo remedia, ha pasado a mejor vida y su espacio ha sido ocupado por enunciados del tipo «yes, we can», que lo mismo sirve para ganar unas presidenciales que para vender millones de botellines de Coca Cola Zero.
Santiago Díaz Bravo
ABC

lunes, 14 de marzo de 2011

CANARIAS Y EL MODELO TURCO

Mohamed VI comprueba desde hace semanas hasta qué extremo son capaces de arder las barbas de sus vecinos, y antes de que prendan las propias ha decidido adelantarse a los acontecimientos y anunciar una reforma constitucional cuyo único precedente en un país mediterráneo de mayoría musulmana lo hallamos en la república de Turquía, el Estado secular que refundó Mustafa Kemal Ataturk en 1923 y que ha permitido constatar que la convivencia entre el credo religioso, la democracia y el respeto a los derechos individuales no tiene por qué ser patrimonio exclusivo de las sociedades occidentales.
En el fondo, el monarca aluita se ha limitado a volver tras sus pasos, o más correctamente: a retomar la senda que se le presuponía cuando hace doce años sucedió en el trono a su padre, Hassan II, y manifestó su firme intención de modernizar Marruecos. Aquellos bríos se habían debilitando con el paso del tiempo, hasta que un incontrolable movimiento popular laico surgido en Túnez convirtió la apertura, más que en apropiada, en imprescindible para evitar el riesgo de unos agravios similares a los sufridos por Ben Ali, Mubarak y Gadafi.
Con la mirada a mitad de camino entre París y Washington, sus principales valedores, la corona marroquí jamás ha ocultado su deseo de acercarse a la vieja Europa. En el colmo de la osadía, acaso tomando como referencia a los obstinados turcos, ha llegado a insinuar la posibilidad de convertirse en miembro de pleno derecho de la Unión, aunque pocas cosas ha hecho por merecerlo. Bruselas y las más relevantes cancillerías, la francesa incluida, jamás han dejado de considerar a Marruecos un paraje exótico donde un caprichoso soberano, con más opciones de tornar en personaje de Las mil y una noches que en un mandatario acorde con la trepidante realidad del siglo XXI, mantiene a raya al siempre temido yihadismo a cambio de disfrutar de una especial consideración por parte de los próceres de occidente. Ahora, sin embargo, Mohamed VI parece empeñado en cambiar su propia suerte, que no es otra que la de su país. Si las anunciadas reformas se convierten en realidad, el gigantesco vecino, el intrigante Estado al que con tanto recelo se mira desde Canarias, jugará la baza de la modernización real, promoviendo una apertura política que provocará, en consecuencia, importantes avances económicos a los que no será ajeno el archipiélago. Sin querer caer en la hipérbole, mas, por qué no, analizando con detenimiento las similitudes con Turquía, cuyo Producto Interior Bruto se sitúa entre los de mayor crecimiento del planeta, estas islas, tan castigadas por la recesión económica, colapsadas por un modelo de desarrollo con síntomas de agotamiento, tal vez deban agradecer a los tunecinos el origen de buena parte de sus opciones de bienestar futuro.
Santiago Díaz Bravo
ABC