sábado, 31 de diciembre de 2011

NARANJAS


De entre las variopintas vivencias que me narró mi añorada madre acerca de la Canarias de la guerra y la posguerra, una de las que más me impresionó fue la de las naranjas. Una mañana de Reyes, cuando apenas levantaba unos palmos del suelo, ella y sus hermanos, con la salvedad de Guillermo, el mayor, a quien la batalla del Ebro había arrebatado la vida, se despertaron con una inimaginable sorpresa: Sus Majestades de Oriente habían tenido a bien obsequiarles con una bolsa de lustrosas naranjas. La alegría debió ser tan descomunal en aquel hogar de campesinos embargado por el dolor y el desconsuelo, la dicha alcanzar tal extremo, que ocho décadas después aún se le iluminaban los ojos cada vez que lo contaba.
Año tras año, el 6 de enero, mientras pasaban de unas manos a otras llamativos paquetes que envolvían elegantes prendas de todas las tallas y colores, virtuosos electrodomésticos, brillantes relojes o sofisticados ingenios informáticos, mi madre encontraba cualquier excusa para hablar de las naranjas. No se advertía en sus palabras nostalgia, desaire o desagrado, y mucho menos reproche. Su único empeño era hacer ver a aquellos acomodados jovenzuelos que las cosas no habían sido siempre de color de rosa, que antaño los niños sonreían por mucho menos porque apenas tenían algo, que debíamos ser conscientes de lo bien que nos había tratado la historia.
Carambolas de la vida, días atrás, atrapado en un infernal atasco a las puertas de un centro comercial orotavense, advertí la presencia en el arcén de una furgoneta coronada por un cartel que rezaba Se venden naranjas. Nadie le hacía caso. Ni uno solo de los ansiosos conductores que hacían las veces de papanoeles o reyes magos parecía interesado en aquellos frutos. Tanto quienes accedían al estacionamiento como quienes regresaban a casa con los maleteros rebosantes de bultos pasaban de largo sin detenerse. Tal circunstancia me evocó, una vez más, el relato de las naranjas, y además de apartar mi coche a un lado y comprar una bolsa —deliciosas, por cierto—, me puse por obra trasladárselo a ustedes.
Y no es que me haya decidido a hacerlo guiado por un ataque de nostalgia, y mucho menos albergo la intención de reprocharles algo. Mi único objetivo es recordarles, igual que lo hacía mi madre, que hubo épocas difíciles, que la buena suerte no dura todo el tiempo y que si por algo se caracteriza la historia es por su irrefrenable tendencia a ir dando bandazos.
Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 24 de diciembre de 2011

CABIZBAJOS E IRACUNDOS


A estas alturas de la historia, a los canarios nos une mucho más que el sentimiento de pertenencia a un pueblo que se asienta sobre siete agraciadas islas, un acento peculiar rebosante de encanto y un pasado a mitad de camino entre lo bueno, lo malo y lo peor: incluso entre los más afortunados, quien más, quien menos, cuenta con un familiar o un amigo en paro; quien más, quien menos, con un familiar o un amigo víctima de las arraigadas listas de espera sanitarias. Y poco importa que un señor o una señora que mandan mucho, a quienes se presupone conocedores de los intríngulis de casi todo, se planten ante un micrófono para tratar de mitigar la gravedad de lo grave e iluminar las sombras de un futuro cada vez más sombrío e incierto. Digan lo que digan, canten, griten o recen, de nada servirá si el familiar o el amigo continúa ansiando un empleo; de nada si pasan los días, las semanas, los meses, y el familiar o el amigo comprueba la exasperante lentitud del calendario cuando se espera por una consulta médica que ha dejado de ser un derecho inalienable para convertirse en una suerte de prebenda medieval. La desesperanza se ha adueñado de una sociedad con contundentes razones para permanecer cabizbaja.
Atrás quedan aquellos tiempos en los que la buenaventura propia entorpecía la visión de los dispendios ajenos. Si algún mérito cabe conceder a esta crisis económica que conturba los ánimos del respetable y los carga de alforjas repletas de frustración es la adopción de un espíritu crítico sin precedentes. Acaso la opinión pública se haya decidido de una vez a ejercer como tal, a jerarquizar lo que le rodea y diferenciar entre lo importante y lo accesorio, entre lo cierto y lo incierto, entre la verdad y la mentira camuflada entre ramos de azucenas.
Decisiones y prácticas de los poderes públicos que antaño se consideraban anomalías sin importancia dentro de un orden de las cosas cuasi perfecto, anécdotas en el más severo de los supuestos, son escrutadas hoy en día con la severidad que sólo es capaz de aplicar quien lame en carne propia las heridas provocadas por el desengaño y la incertidumbre.
Gobernar Canarias ha dejado de ser un juego de niños porque el castigo que espera a quien decepcione a los votantes, o más correctamente, a quien decepcione aún más a los votantes, se halla más cerca de la crucifixión que de unos leves azotes en las nalgas.
Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 17 de diciembre de 2011

SI LA PRENSA MUERE


MESES atrás, un destacado concejal de un importante ayuntamiento del norte de Tenerife protagonizó un virulento ataque dialéctico contra una institución financiera. Llegó a recomendar a sus convecinos que sacaran su dinero de la misma y lo ingresaran en cualquier otra, tal era el maltrato que, en su opinión, brindaba al municipio. Las declaraciones las realizó en mitad de una rueda de prensa, en un principio convocada para otro asunto, y al finalizar su intervención, como es menester, se ofreció a responder a cualquier pregunta. Los asistentes, tres camarógrafos y un periodista en prácticas, miraban con un ojo las musarañas y con el otro el reloj. El edil, sorprendido ante aquel silencio, acaso dudando de la contundencia de sus anteriores palabras, reiteró la embestida con más saña si cabía, pero, definitivamente, las musarañas y los relojes acabaron por ganarle la partida.
Aquellas escandalosas declaraciones, candidatas a ocupar un espacio preponderante en las primeras páginas de los diarios y en los minutados de los noticiarios de radio y televisión, permanecen aún hoy en el olvido. Unos y otros, incluyendo el medio de comunicación que envió al becario, se limitaron a reproducir el aséptico comunicado de prensa remitido por el ayuntamiento, que se ceñía al asunto de la convocatoria, y las iracundas palabras del político pasaron a dormir el sueño de los justos.
Tal hecho se quedaría en una mera anécdota si no reflejase una alarmante realidad: el despoblamiento de medios informativos que sufre el archipiélago y su nefasta influencia sobre el sistema democrático. Dicho sistema se asienta en el control de los órganos de gobierno a través de una doble vía: los políticos de la oposición y la opinión pública, y esa doble vía se queda en nada sin un cauce donde plasmar tanto los puntos de vista de quienes fiscalizan a los gobernantes como la labor de seguimiento que corresponde a los periodistas.
El paulatino debilitamiento de las empresas de comunicación, un fenómeno coyuntural, porque nadie se libra de los efectos de la crisis económica, a la vez que estructural, porque internet ha devaluado en un tiempo récord el protagonismo de los medios convencionales, ha dejado huérfanos de cobertura informativa real, aquella que desempeñan los profesionales in situ, a prácticamente dos tercios de los municipios de las islas. La cifra, alarmante, se torna en escandalosa si tenemos en cuenta que tal situación la padecen cerca de un millón de personas.
Si «la prensa es la artillería de la libertad», como mantiene el Premio Príncipe de Asturias Hans Dietrich Genscher, Canarias se está quedando sin municiones.
Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 10 de diciembre de 2011

JUSTICIA Y JUSTICIA


Aunque parezca un contrasentido, los jueces no imparten Justicia: se limitan a aplicar la ley, que no es poco. La Justicia, en mayúscula, se sitúa por encima de la justicia, en minúscula, en parte porque las limitaciones del hombre imposibilitan la restauración de la equidad ideal, en parte porque, atendiendo a las palabras de Cicerón, “hacer depender la Justicia de las condiciones humanas es destruir la moral”. Por ello, aunque pueda parecer un nuevo contrasentido, la razón asiste tanto a quienes arremeten contra el escarnio que provoca la publicación del sumario del 'caso Las Teresitas' como a quienes defienden dicha publicación en tanto supone un ajuste de cuentas con un estado anómalo del orden debido. Razón en minúscula en la primera de las tesituras; en mayúscula en la segunda.
El hecho de que la policía judicial forme parte del imperfecto paisaje humano no debe ser óbice para presuponer la seriedad de un trabajo realizado con pautas científicas del que pueden extraerse conclusiones más o menos atinadas desde el punto de vista probatorio, pero irrefutables a la hora de describir la endogámica relación entre políticos, empresarios, periodistas y directivos de instituciones financieras. Guste o disguste, el sumario que estos días escudriñan algunos medios de comunicación se ha convertido en un folletín por entregas que revela las miserias de una sociedad donde la connivencia se ha adueñado de sus próceres y la plebe cuenta con motivos sobrados para la desconfianza.
La profusa fauna de personajes que pueblan el reparto de este melodrama de setenta mil folios, en cuya trama no faltan millonarios, sirvientes, advenedizos, oportunistas e intrigantes, evidencia la conformación de una casta dirigente que carece de escrúpulos y cuyos actos, hállense a uno u otro lado de la frontera que separa lo que es delito de lo que no lo es, cuando menos cabe considerarlos dentro de lo sonrojante y éticamente punible.
Y es que la justicia con minúscula, cuyas tomas de postura son legales, que no es poco, pero no necesariamente justas; cuya palabra es la última, pero no necesariamente la más importante; cuyas decisiones son órdenes, pero no necesariamente infalibles, acaso en esta ocasión haya impartido Justicia, con mayúscula, sin haber siquiera redactado los resultandos del fallo. Porque aún en el supuesto de que ni uno solo de los encausados termine entre rejas, el peculio atesorado permanezca inmóvil y el expediente judicial acabe durmiendo el sueño de los justos por falta de pruebas, que no de evidencias, al menos se habrán desenmascarado unos modos de proceder que, si bien pueden resultar compatibles con la legalidad, atentan contra las más elementales normas de buena conducta y señalan con diáfana claridad quiénes son los malos de tan horripilante serial.
Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 3 de diciembre de 2011

BABUCHAS, CHILABAS Y CUSCÚS

Desde tiempos inmemoriales los canarios nos hemos empeñado en estigmatizar a nuestros vecinos marroquíes, a quienes consideramos hordas invasoras inasequibles al desaliento y obsesionadas con obligarnos a calzar babuchas, vestir chilaba y comer cuscús. Y aunque dichos temores se sustentaron durante años en fundamentos de peso, tales eran las apetencias de la corona alauita sobre la soberanía del archipiélago, aquel célebre mapa que lucía colgado en el despacho de Hassan II, donde el color de las islas se confundía con el del territorio marroquí, parece haberse extraviado en algún recóndito desván del complejo gubernamental del Dar al Mahkzen. El Sáhara Occidental continúa encabezando la lista de asuntos pendientes de la política exterior de Marruecos, sus autoridades se esmeran en resucitar cada cierto tiempo la artificiosa disputa sobre Ceuta y Melilla y sus relaciones con España continúan jalonadas por episodios tan pintorescos como el del islote Perejil, pero Canarias ha desaparecido del discurso reivindicativo de Rabat. Cuando el 17 de mayo de 2004 Mohamed VI recibió en su residencia de Casablanca al entonces presidente del Gobierno canario, Adán Martín, reconoció de facto el orden constitucional español, incluida su división administrativa aunque con la salvedad de las plazas norteafricanas, y renunció a cualquier aspiración sobre la comunidad autónoma. El asunto, al menos aparentemente, quedaba zanjado.
A aquel crucial acontecimiento se suma ahora la entrada en vigor de una nueva constitución y la conformación del primer ejecutivo que disfrutará de un cierto grado de independencia con respeto a los designios reales. Que el cargo de primer ministro haya recaído en un islamista apenas debe inquietarnos, toda vez que a su tendencia moderada se añade, por mor de las aritméticas parlamentarias, la necesidad de que alcance acuerdos con los partidos que han desempeñado labores de gobierno en los últimos lustros. Muy al contrario, ese paso adelante en pos de la democratización traerá bajo el brazo beneficiosos efectos económicos que conllevarán repercusiones positivas para Canarias, una magnífica noticia en los complicados tiempos que corren.
Si tenemos en cuenta que el espejo donde se mira la clase dirigente de Marruecos es la próspera Turquía, una costumbre que comparte con la de otros Estados del Magreb, y admitimos que los islamistas moderados gobiernan democráticamente en Ankara desde hace nueve años sin mayores estridencias que las de cualquier otro ejecutivo europeo, podemos inferir la conveniencia de desterrar de una vez prejuicios anacrónicos y tener a mano la sal, el azúcar y el aceite, no sea que a nuestro dinámico vecino se le ofrezca algo y no estemos en disposición de proporcionárselo.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 26 de noviembre de 2011

CRÓNICA DE UNA SORPRESA ANUNCIADA

Si un alcalde nacionalista vasco o catalán requiriese la presencia del ejército para dar lustre a las fiestas patronales, atiborrase el pueblo de enseñas rojigualdas y organizara una jura de bandera civil, ocuparía las primeras páginas de los diarios. Los manuales periodísticos resultan clarificadores al respecto: la noticia surge cuando el niño muerde al perro. Y qué decir de la virulenta respuesta de los prebostes que velan por la pureza de las siglas políticas, quienes con denuedo tratarían de hacer ver a su adlátere la conveniencia de visitar a un psiquiatra y, seguidamente, dedicarse a otros menesteres. La vecindad, mientras, se dividiría de forma proporcional al arco ideológico del ayuntamiento y los festejos quedarían deslucidos tras tornar en un campo de batalla dialéctico. Eso, en el mejor de los casos.
Por contra, cuando un alcalde nacionalista canario, tras insistentes peticiones, logra contar con el ejército, adorna las calles con banderas nacionales y promueve una ceremonia de fidelidad a la patria, los diarios ofrecen crónicas donde se entremezclan sonrisas, abrazos, apretones de mano y entusiastas aplausos, entre ellos los de los mandamases de su propia organización política, quienes sin timidez aparente comparten protagonismo con capitanes y generales.
Ese paisaje de confraternidad refleja la paradoja de unas islas donde los mismos electores que seis meses atrás, en los comicios locales y autonómicos, prestaron un considerable apoyo a Coalición Canaria, ahora acaban de darle la espalda en las elecciones a las Cortes. Y no menos paradójico resulta que dicho fenómeno se repita desde hace dos décadas, con mayor o menor incidencia en la cifra de sufragios, y aún surjan voces que manifiesten sorpresa, acaso en un voluntarioso intento por obviar que la mayoría de los canarios, lejos de sufrir una suerte de esquizofrenia electoral, carecen de un sentimiento político que les incite a diferenciarse de los ciudadanos de otras regiones.
Si alguna conclusión cabe extraer de la historia reciente es que los ayuntamientos y las Cortes, en menor medida los cabildos, absorben las inquietudes del respetable. La conformación del Parlamento autonómico se queda en un mero resto de los comicios municipales. Son los candidatos a la alcaldía, en ocasiones ajenos al corpus ideológico de su partido, cuando no de planteamientos contrapuestos, quienes captan el apoyo del vecino y lo trasladan a la lista autonómica. No obstante, su concurso, determinante en la configuración del mapa político del archipiélago, pierde fuelle en la cita estatal y evidencia que a los nacionalistas canarios aún les queda un largo, larguísimo, trecho por recorrer para emular a sus homólogos de otras latitudes.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 19 de noviembre de 2011

PAGO, COPAGO Y REPAGO

Pese a lo que reza el refrán, las palabras mal dichas conviven con las mal interpretadas, y la utilización del término 'copago' a la hora de referirse al abono, por parte de los usuarios del Servicio Canario de Salud, de las atenciones recibidas, cabe calificarla de inadecuada por cuanto puede provocar un grave malentendido. El uso del prefijo 'co' unido al sustantivo 'pago' nos traslada a un escenario en el que los pacientes colaboran con la administración a la hora de hacer frente a los onerosos gastos sanitarios. Y hasta ese punto nada que objetar en el ámbito sintáctico, ni siquiera en el semántico si nos ceñimos al hecho en sí, esto es, al desembolso de una determinada cantidad que se suma a la que aporta la Comunidad Autónoma. Sin embargo, la palabra encierra una maquiavélica trampa desde el punto de vista político: nada menos que el olvido de la fuente que nutre las arcas de la hacienda pública, que no es otra que el bolsillo, cada vez más agujereado, de los ciudadanos, exactamente el mismo del que se obtendrían los fondos para materializar el hipotético copago. Ante tamaña paradoja, convendrán conmigo que 'copago' debería eliminarse del diccionario político y dejar sitio a 'repago', es decir, el pago por segunda vez.
Y no es que el repago, al que en una u otra ocasión se han referido representantes de los diferentes partidos empleando el término inadecuado, el último de ellos el presidente canario, Paulino Rivero, deba erradicarse del debate parlamentario, pero la clase dirigente, los periodistas y, sobre todo, los ciudadanos, están obligados a evitar por todos los medios el uso perverso del lenguaje, que en este caso provoca el olvido de lo esencial: absolutamente todo el dinero público cuenta con nombre y apellidos, los de quienes, con mayor o menor gusto o disgusto, aportan sus posibles para que pueda financiarse, entre otras áreas de la administración, la sanidad.
Llamar a las cosas por su nombre se torna en una exigencia ineludible, porque las inexactitudes y ambigüedades, y qué decir de las burdas falsedades, conllevan la pérdida gradual del sentido de la realidad y la conformación de un mundo paralelo capaz de devaluar el papel del ciudadano no sólo como destino de las decisiones políticas, sino también como origen de dichas decisiones. Por ello nada más erróneo y peligroso que obviar que se pague, copague o repague, el bolsillo será siempre el mismo. Y el agujero ya empieza a ser demasiado ancho.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 12 de noviembre de 2011

MONTESQUIEU Y EL FONDO DE REPTILES

No fue Alfonso Guerra quien se topó con el cadáver del Barón de Montesquieu en un rincón de la iglesia de Saint Sulpice. Cuando el entonces vicepresidente del Gobierno de España sentenció que la división de poderes había tornado en un recuerdo, se limitó a constatar el latrocinio cometido por los redactores de la Constitución de 1978, imprudentes al extremo de regalar a las Cortes, indirectamente a los partidos políticos, un bastón de mando absolutista. A pesar de todo, nos quedaban los contrapoderes. Al frente de ellos, comandando la impagable e irreemplazable labor de fiscalizar a la administración y concienciar a las masas, la prensa. De siempre se le denominó cuarto poder, pero aún no había llegado a serlo.
Estos días, como si el destino estuviera empeñado en recordarnos que el signo de los tiempos sigue cambiando, que el cuerpo inerte de Montesquieu, además de lucir yerto, apesta a estas alturas como consecuencia de su ingente putrefacción, que la prensa, ahora sí, se ha convertido en el cuarto poder tras cruzar la calle, nos enteramos de los supuestos pagos indecorosos de un consejero del Cabildo de Tenerife a un grupo de comunicación y a un periodista en particular. En el caso de que esas fundadas acusaciones tomen cuerpo tras superar el tamiz de la Justicia con mayúsculas, si es que aún seguimos confiando en la justicia con minúsculas, nuestro sistema democrático, ese del que tan orgullosos nos hemos sentido durante años, cuando las vacas engordaban sin parar, ese que, como todos los de su ralea, se asienta en los contrapesos, habrá colapsado y de Montesquieu no quedarán ni los restos.
Lo malo sería que los pagos a medios de comunicación y a informadores se confirmasen; lo peor, que con ello se dejaría entrever más de lo que se ve. Lo malo, que la credibilidad de la casta política ni siquiera encontraría acomodo en las alcantarillas; lo peor, que el periodismo le acompañaría en su descenso a las tinieblas. Lo malo, que las sospechas del respetable se convertirían en convicciones; lo peor, que las certidumbres se materializarían en una sensación de traición y abandono capaz de hacer converger en un mismo saco a un sinfín de pecadores y a un grupúsculo de inocentes. Lo malo, la presunción de que los fondos de reptiles forman parte del quehacer diario de los dirigentes públicos; lo peor, la certeza de que los reptiles son dados a poner huevos en una infinidad de recovecos.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 5 de noviembre de 2011

LOS CAMAREROS ERRANTES

Llega el invierno, con el invierno la nieve, y con la nieve la temporada alta de los hoteles y restaurantes de las montañas austriacas, incapaces con sus actuales recursos de hacer frente a la previsible avalancha de clientes. No les queda otro remedio que sumar a sus plantillas cocineros, camareros y recepcionistas. Ardua misión en un país donde el índice de desempleo se sitúa en un escuálido 4,8 por ciento, el más bajo de Europa, máxime cuando se ofrece un contrato por unos pocos meses. Si a tal circunstancia se añaden los exiguos niveles de paro de los Estados vecinos y el requisito de una experiencia contrastada, las opciones se aminoran y la única salida es mirar allende los Alpes, por ejemplo hacia esas islas del sur adonde han dirigido sus ojos en anteriores ocasiones con tan satisfactorios resultados.
Porque no es la primera vez que los patronos de Austria reclaman profesionales canarios, y es precisamente esa insistencia, motivada, según aseguran los propios empleadores, por la productiva experiencia de ejercicios pasados, lo que permite valorar en su justa medida a un ejército de especialistas que históricamente ha sufrido el vilipendio de los antediluvianos empresarios hosteleros del archipiélago, tan cortos de miras como faltos de escrúpulos, tan aficionados a contratar y despedir sin tomar en consideración que la calidad del servicio es su principal valor y la estabilidad en el empleo el asiento de dicha calidad, tan culpables como el que más de que la oferta turística haya emprendido la senda de la cutrez.
Eludamos la siempre perjudicial autocomplacencia y evitemos obviar que el fenómeno que nos ocupa viene motivado por la urgencia en emplear de unos y la necesidad de ser empleados de otros, pero tampoco pasemos por alto que en la Unión Europea conviven más de 23 millones de parados, un fatal registro que dota a los empresarios austriacos de un sinfín de opciones. Sin embargo, en ese mar de abundancia se han decantado una vez más por los profesionales canarios y han reconocido con ello lo que los obtusos hosteleros y restauradores de las islas se empeñan en ignorar, acaso porque ninguneando la labor de sus trabajadores se ahorran unos euros en las nóminas, acaso porque entienden que los destinos emergentes no representan competencia alguna, acaso porque están convencidos de que los turistas que están por venir se caracterizarán por un grado de transigencia tan desorbitado como el que exhiben los actuales, acaso porque, sencillamente, se han decidido a hacer bandera de su enervante impericia.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 29 de octubre de 2011

RECORTES, CULTURA Y PROSPERIDAD

Los libros de historia constatan que los intentos de la administración por asumir el protagonismo en la economía se han saldado con estrepitosos fracasos. Tal evidencia ha provocado, no obstante, dos riesgosos efectos: por un lado, la creencia de que los poderes públicos deben ceñirse al papel de observadores; por otro, la identificación entre desarrollo económico y prosperidad, o lo que es lo mismo: la tesis de que el gasto sólo halla justificación cuando el resultado del desembolso es directamente proporcional al beneficio monetario que genera. Y aunque a los defensores de ambos argumentos les asiste la razón que otorgan los números, cabe reprocharles su exacerbado empeño por meterlo todo en el mismo saco y permitir que tales números, importantes sin duda, tornen en una suerte de deidad pagana, como si una sociedad funcionara a modo de empresa y su éxito dependiera en exclusiva de la cuenta de resultados, ignorando que el desarrollo económico sólo adquiere sentido cuando se acompaña del científico y cultural.
Porque la historia, máxime los renglones escritos el último lustro, también prescribe el término medio como la vía adecuada, de forma que si bien la administración está obligada a autoexcluirse de los procesos productivos al tiempo que a velar por su transparencia y limpieza, también lo está a esforzarse para que el desarrollo económico no se convierta en el último peldaño, que debe reservarse a la búsqueda de la ya mencionada prosperidad en su más amplia acepción, es decir, el compendio que conforman el bienestar monetario, el avance de la ciencia y el desarrollo cultural.
Exijamos entonces a los servicios de recogida de basuras, de suministro de agua, de limpieza, que, cuando menos, no generen pérdidas, pero no apliquemos tal requisito a ámbitos como el de la cultura, y mucho menos los castiguemos por ello. Porque la cultura rara veces satisfará las exigencias de un contable, pero dudar de su aportacion a la prosperidad concedería argumentos sobrados a quienes se limitan a evaluar los logros sociales desde un punto de vista economicista.
Ello no debe ser óbice, sin embargo, para que Canarias, atendiendo a intereses superiores, limite los fondos destinados a la cultura, pero tal recorte sólo resultará aceptable si se aplica con mesura y, sobre todo, como remedio coyuntural. Lo primero, de momento, parece lejano, aunque no imposible teniendo en cuenta que los presupuestos para 2012 deben superar el trámite parlamentario. Lo segundo permitirá discernir a unos años vista si al frente de estas islas se sitúa un gobierno o un consejo de administración.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 22 de octubre de 2011

UNA DEUDA CON MARISA

Septiembre de 2003. Un buen amigo, excelente periodista, cubre el sepelio de Marisa Hernández, una joven discapacitada que días antes había sido violada, asesinada y arrojada al mar en la localidad de San Juan de la Rambla. En su afán por obtener las mejores fotografías, ruega a una anciana que presencia la llegada del cortejo fúnebre desde la puerta de su casa que le permita subir a la segunda planta, emplazamiento idóneo para tomar unas instantáneas. La mujer le sonríe antes de franquearle el paso y anunciarle que “un compañero suyo ya está arriba”. Pero el rostro del camarógrafo que filma la ceremonia le resulta desconocido, acaso porque no trabaja para medio de comunicación alguno, según le confiesa con retraimiento, temeroso de que le recrimine haberse hecho pasar por informador. Se trata de un guardia civil de paisano que graba los gestos de los asistentes al luctuoso evento a través de un potente objetivo. “A menudo los asesinos pertenecen al círculo de la víctima y se ven obligados a acudir al entierro. Su actitud puede delatarles”, se sincera conforme van entablando una amistosa conversación. Aquellas imágenes, que van a ser escrutadas por avezados investigadores, tal vez ofrezcan alguna pista.
Transcurridos ocho años, lo unico que sabemos es que o bien el autor, o autores, no asistieron al funeral, o bien, si lo hicieron, fueron lo suficientemente precavidos para merecer un reconocimiento teatral. El caso, cuyo expediente se halla paralizado a la espera de unas pruebas de ADN, continúa envuelto en el misterio, uno más en la lista de desapariciones y crímenes irresueltos que enturbian la placidez de estas islas y evidencian que los métodos de investigación policial a veces se quedan en la buena voluntad de sus responsables.
Pero el tirón de orejas debe incluir a unos medios de comunicación que, tan dados al alumbramiento de noticias fútiles como al inexplicable homicidio de hechos relevantes, llevan años centrando su atención en Yéremi Vargas y Sara Morales, de nuevo en la palestra tras la desaparición de los hermanos cordobeses Ruth y José Bretón, mientras relegan a un segundo plano otras señaladas páginas de la reciente crónica negra de Canarias. La crisis que sufre el sector es probable que les haga dudar de su innegable poder de influencia y olvidar su deber de fiscalizar a las administraciones públicas. Líbrenos el destino de cometer un doble agravio: que a la impericia en las pesquisas se sume el injustificable olvido de una víctima que aún clama justicia.

Santiago Dïaz Bravo
ABC

viernes, 21 de octubre de 2011

UN BRINDIS POR LOS LITERATOS MANCOS

1960. El crudo invierno ha hecho acto de presencia en las montañas leonesas con temperaturas bajo cero. El reloj marca las nueve de la noche. La oscuridad se ha adueñado de la humilde cabaña. Tres finas velas de cera han permitido a la familia tomar la cenar tras una dura e ingrata jornada de trabajo que se remonta a la salida del sol. Gruesos troncos de leña arden para mitigar el intenso frío y todos, abuelos, padres e hijos, se acomodan entorno a la lumbre. Han oído hablar de la existencia de una máquina llamada televisión a través de la cual se ven personas y lugares que se hallan a mucha distancia. Cosa de brujas. En cualquier caso, de ricos. Aparatos de radio sí que han visto, y una vez tuvieron la oportunidad de escuchar uno de ellos en un viaje a Ponferrada, pero por aquellos lares no llega la señal con la potencia adecuada. Los mayores no saben leer. Los jóvenes, a duras penas. El único libro que descansa en la desolada repisa junto a la puerta de la alacena es una biblia desvencijada. De repente, el abuelo carraspea. Todos le miran con atención. Hace un gesto con la mano derecha y toma la palabra:

Ha regresado, veinte años después, a la ciudad de su infancia y adolescencia, al otro lado del océano. Recorre las antiguas calles observando con extrañeza los cambios en los colores de las casas y en los trazados callejeros. Se le revela de repente el parque de los juegos de niños, el lugar en el que conversó y paseó con muchachas por primera vez. Vuelven a él los ojos negros de Rosa, sus manos blancas y suaves, la separación dolorosa, cuando él tuvo que acompañar a su familia en el traslado a la ciudad donde ha crecido. Recuerda que antes de separarse escribieron una carta en la que pretendían conjurar el futuro: su amor no se extinguiría, volverían a reunirse para no separarse nunca más. La firmaron con sangre, un alfilerazo en la yema del índice de cada mano izquierda, la introdujeron en una botella pequeña y, tras cerrarla, la escondieron en la enorme hendidura de un árbol muy viejo, que alza todavía sus ramas negruzcas en el extremo más frondoso del lugar. En un impulso que lo avergüenza un poco, rebusca entre las hojas secas, los papeles, las piedras y los desperdicios antiguos que ocupan la cavidad, hasta encontrar la botella. La abre y saca el papel, pero cuando lo lee, el mensaje ha cambiado: Lo siento, Joaquín, dice. El tiempo pasa, no vuelves, y he conocido a Alberto, un chico muy majo. Y firma Rosa, esta vez sin sangre”.

Surgen las sonrisas. “Magnífico”, dice alguien. “¡Qué triste!”, añade una segunda voz. Entonces la madre se mesa el cabello y se humedece los labios con la lengua. Hace ademán de hablar, pero una conversación sobre la suerte de los emigrantes que un día deciden regresar ha copado el protagonismo de la concurrencia. La abuela se da cuenta y ruega silencio. Los comentarios continúan. Hace acopio de autoridad y ordena a todos que callen. Lo hacen de inmediato, sin pestañear. La nuera toma la palabra:

Pedro no era capaz de relacionarse con mujeres. Lo intentaba una y otra vez porque era muy enamoradizo. Braulio, su amigo del alma, se empeñaba en animarle.
Todas las que me gustan son encantadoras conmigo en principio, pero luego, cuando quiero tener alguna intimidad, tomarles la mano o un simple beso, se me tornan una montaña inaccesible -decía Pedro.
Un día Braulio le presentó a una prima suya argentina, María Luján. Se gustaron a primera vista. Las manos juntas, besos y un día se acostaron. Nunca lo hiciera. A la mañana siguiente apareció su cadáver a los pies de la cama, descalabrado
”.

Y le llegó el turno a la abuela, y al padre, y a alguno de los hijos. Y aquel singular divertimento que se remonta a la noche de los tiempos continuó al día siguiente, y al otro, y así hasta llegar a nuestros días, si bien en estos tiempos que corren ha aminorado como consecuencia del binomio electricidad-televisión, que ha terminado por generalizar la brujería en todas y cada una de las aldeas leonesas y del resto del país.
Filandón es el nombre con el que se denomina a cada una de esa historias cortas que amenizaban las sobremesas nocturnas en León, Asturias y Galicia y de cuya existencia tuve conocimiento hace seis años, en la primera edición del Hay Festival segoviano, donde coincidieron los escritores leoneses Luis Mateo Díez, José María Merino (autor del primero de los filandones a los que he recurrido para ilustrar este artículo) y Juan Pedro Aparicio (autor del segundo de los filandones aquí reproducidos) con el también escritor y narrador oral leonés Antonio Pereira. Su objetivo: reivindicar un merecido protagonismo en el panorama de las letras patrias para esta forma de narrativa.
A pesar de haber nacido y residir en Tenerife, una isla que se caracteriza por atesorar una importante tradición oral que abarca desde historias sobre incestos protagonizadas por reyes hasta ajusticiamientos a profanadores de doncellas, pasando por suicidios pasionales, féminas salteadoras, embarazos eclesiásticos, rescates en tierra de moros o porfías y duelos entre amigos, si bien es cierto que, en mi modesta opinión y hasta donde llegan mis conocimientos, insuficientemente plasmadas en el necesario soporte escrito, siempre había considerado la narración oral un subgénero de segunda categoría, indigna de ser considerada literatura. Y es que la ignorancia, cuando toma las riendas, amamanta la osadía.
El sublime espectáculo intelectual que ofrecieron los cuatro literatos leoneses, rebosante a partes iguales de sentido común, sapiencia y humor, me convenció no sólo de la calidad e ingenio de las narraciones que durante siglos habían ideado los campesinos del noroeste de la Península, la mayoría de ellas tristemente olvidadas, sino, sobre todo, de la importancia sociológica que habían adquirido unos textos convertidos a un tiempo en desahogo emocional y soporte histórico e intelectual de un sinfín de generaciones. Aquellas historia, a fin de cuentas, creaban mundos paralelos a través de la palabra, en algunos casos sublimes mundos paralelos, y como tal podían considerarse literatura. Errare humanum est. Y tras entonar un sentido mea culpa me autopropiné dos series de sonoros golpes en el pecho. Mi hasta entonces confusa sesera había caído en la cuenta de que la tradición oral ha sido inmensamente más importante que la escrita en el devenir de la historia, sencillamente porque durante miles de años no hubo libros, ni imprenta, ni población alfabetizada. Sin embargo, desde que el hombre es hombre han confluido imaginación y lenguaje, y con ello la capacidad de concebir historias y transmitirlas.
Y ruego me perdonen que haya dado este inmenso rodeo por las geografías leonesa y tinerfeña, también a través de los siglos previos al nacimiento de Gutemberg y de los posteriores, para desembocar en el acontecimiento que para satisfacción de muchos, y para disgusto de otros tantos, ocupa estos días los titulares literarios: la entrega del premio Príncipe de Asturias de las Letras al canadiense Leonard Cohen, que aunque suma a su faceta de compositor y cantante la de poeta, es la primera la que lo ha convertido en una personalidad capaz de concitar el interés de millones de personas a lo largo y ancho del planeta y el origen del reconocimiento que hoy se materializa en el ovetense teatro Campoamor.
Con música de por medio y a través de ese vozarrón que parece surgido del fondo de un profundo pozo, las palabras han sido, a fin de cuentas, la materia prima con la que Leonard Cohen ha trabajado a lo largo de su productiva vida. Las más de las veces con las propias, en ocasiones transformando las de autores como su bienamado Federico García Lorca, con ellas, cual incansabe orfebre, ha concebido mundos ficticios que ha tenido a bien legarnos, mal que les pese a los puristas del papel, a esos cruzados de la escritura para quienes lo literario empieza y acaba en el libro. Con ellas ha logrado estremecermos, entristecernos, emocionarnos y, en algunos casos, hacernos llorar. Rara vez hemos saltado de alegría con sus canciones, bien es cierto, pero no se trata de un argumento que lo inhabilite.
Con este premio se reconocen los méritos de un autor sin libros, de un literato que ha cambiado la estilográfica y la máquina de escribir por la guitarra y el micrófono, de un artista que se sentiría la mar de cómodo contando historias, y escuchándolas, junto a la luz de una lumbre en una cabaña de las montañas leonesas. Pero, además de sus indudables méritos, hoy, en Oviedo, se evocan de forma casi subrepticia los de cientos, miles, millones de autores que a lo largo de los siglos han ideado fantásticas historias que jamás se plasmaron en un papel y que, desafortunadamente, han caído en el olvido eterno Y es que la literatura, amigos míos, no se limita a los márgenes de una página, aunque a mí, imbécil, tanto me costase admitirlo.

Santiago Díaz Bravo
creativacanaria.com








sábado, 15 de octubre de 2011

CONFESIONES DE UN VOLCANÓFILO

Mis padres lo hacían. Y mis tíos. Y seguramente mis abuelos. Y yo, ignoro si por imitación o por predisposición genética, mantengo la costumbre. Cada mañana, recién levantado, con el pijama como atuendo y el bostezo como condena, mis pies me guían hacia la ventana del salón. Corro la cortina y alzo la vista. Si la bruma lo permite, su mastodóntica figura reluce en lo más alto. Aún bajo los efectos de los cantos de Morfeo, le doy los buenos días. Jamás me ha respondido, ni siquiera en los amaneceres protagonizados por la resaca, aunque en ocasiones me haya parecido que me obsequiaba con un tímido guiño. Sin embargo, cosas de la vida, nuestra relación, de siempre afectuosa, ha variado en las últimas fechas. Y no es que le haya retirado el saludo al Teide, carezco de razones para ello, pero no puedo evitar mirarlo con cierto recelo, como cuando surge la sospecha de que un buen amigo anda conspirando a nuestras espaldas.
Porque cuando usted lea estas líneas el magma seguirá manando a quinientos metros de la costa de El Hierro, a ochocientos, a cien o a través de cualquier fisura sobre su superficie. En cualquiera de los supuestos, nada volverá a ser igual. La mayoría de quienes exhibimos con orgullo el título de residente en esta suerte de campo minado de cráteres, producto de millones de años de acontecimientos geológicos como el que nos ocupa y de otros cuyas dimensiones difícilmente podríamos concebir, acaso no hayamos sido conscientes hasta ahora de la esquizofrenia paisajística que nos rodea, de que esos miles de volcanes que dormitan a nuestra vera, abruptamente majestuosos, vanidosos de su inmenso poderío, son tan capaces de saciar nuestras ansias de belleza como de rociarnos con la abrasadora savia que fluye por las entrañas de la tierra.
A los ríos subterráneos de lava les debemos buena parte de lo que felizmente somos de la misma forma que desde siempre, pero desde hace pocas fechas con mayor conocimiento de causa, nos provocan un nada infundado temor. Bellos y espantosos, alegres y desazonadores, amigos y enemigos, cielo y averno a un tiempo, los volcanes son el origen de nuestra suerte y el riesgo de nuestra desgracia. Pero eso, a fin de cuentas, ya lo sabíamos, porque en ningún lugar está escrito que el paraíso se halle exento de ciertas inconveniencias.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 8 de octubre de 2011

ÁFRICA DICE ADIÓS

LA Unión Europea, tan dada a evidenciar su flagrante desunión, esa preocupante incapacidad para funcionar como un todo, al menos parecía haberse convencido años atrás de que cualquier posibilidad de desarrollo de los vecinos del sur pasaba por potenciar las economías nacionales a través del libre mercado. Pero ese convencimiento, del que afortunadamente participan los dirigentes de los principales Estados africanos, ha resultado imposible plasmarlo en acuerdos concretos, en convenios comerciales que sean capaces de materializar lo que de momento, debido a la inquietante rigidez de los planteamientos europeos, no ha pasado de ser una simple declaración de intenciones. La máquina burocrática de la Unión, tan indecisa y tan exasperantemente lenta como de costumbre, se ha limitado a propiciar pintorescas fotografías de esperanzadoras reuniones entre los antiguos colonizadores y los antaño colonizados, una suerte de reconciliación histórica que corre el riesgo de quedarse en una mera imagen para el álbum de recuerdos.
Mientras Barroso, Sarkozy, Merkel, Zapatero y compañía posan sonrientes junto a Mugabe, Wade, Jonathan o Sassou-Nguesso, un ejército de cargos de segunda y tercera fila de los Estados Unidos y, sobre todo, de China, aquellos que ejecutan las decisiones políticas, se esmera en cerrar acuerdos mercantiles de todo tipo con sus homólogos africanos. El propio Abdulaye Wade, presidente de Senegal, subrayaba hace unos años, sin tapujos diplomáticos, que Europa había perdido ante China la batalla por África. Fue enormemente magnánimo el bueno de Wade, porque lo cierto es que la UE ni siquiera se ha dignado aún a entrar en dicha batalla.
Las antiguas metrópolis se han limitado a presenciar mitad asombradas, mitad impotentes, como chinos y estadounidenses se hacen fuertes en un territorio que los europeos de alguna manera continúan considerando propio, sin entender que los tiempos cambian, el mundo se globaliza y los beneficios son para quienes los buscan, negocian y suscriben.
Europa ha tenido ante sí la posibilidad de ayudar a África y de ayudarse a sí misma desde la caída del bloque del Este y la consiguiente finalización de los conflictos bélicos vinculados a la Guerra Fría. Sin embargo, los sucesivos líderes de las potencias del vetusto continente no han sido lo suficientemente diligentes para advertir que buena parte del futuro económico de Europa en general, de Canarias en particular, pasa por el desarrollo de África. Si un urgente cambio de actitud no lo remedia, puede que este arroz ya se haya pasado y nos esperen décadas de lamentos por lo que pudo haber sido pero nunca fue.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 1 de octubre de 2011

SI CARLOS III LEVANTARA LA CABEZA

Si Carlos III levantara la cabeza, entre las preguntas que realizaría a los aterrados testigos a buen seguro figuraría el estado en el que se halla una de sus más notables creaciones: el Jardín de Aclimatación de La Orotava, hoy en día conocido como Jardín Botánico de Puerto de la Cruz, una joya biológica e histórica. El ilustrado monarca probablemente se congratulase de que la presión urbanística no haya convertido tal oasis vegetal en un complejo de apartamentos plagado de rótulos con la leyenda zu verkaufen, pero junto a ese sentimiento de satisfacción acaso surgiría otro de sorpresa, puede que de irritación, al saber de la desidia mostrada por los gobernantes contemporáneos hacia esa perla que su excelsa majestad regaló a Canarias, que lleva más de una década esperando por una ampliación que jamás concluye.
Habría que conminarlo entonces a que no se sintiese ofendido, convencerlo de que nada tienen los actuales mandamases en contra del Jardín que decidió crear en 1788 en aquellas lejanas islas a mitad de camino del Nuevo Mundo, de que la evidente dejadez la sufre todo el norte de Tenerife, por extensión el de Gran Canaria, de que hace mucho tiempo que lo que está de moda son los sures, territorios prósperos, al menos hasta hace unos pocos años, donde se ha registrado una presión demográfica tal que ha obligado a, sabiamente, destinar la mayoría de los esfuerzos pecuniarios a su desarrollo, y de que como consecuencia de ello los nortes se han convertido en comarcas inanimadas que asisten mitad sorprendidas, mitad enojadas, a una muerte lenta y dolorosa.
El ilustre antepasado de Don Juan Carlos tiene derecho a saber que los nortes hace años que esperan por puertos, por carreteras, por auditorios como los que se han levantado en los sures, por extensión en las áreas metropolitanas, pero no hay forma porque quienes manejan los fondos públicos entienden que todas las muestras de cariño hacia los sures son pocas, que gracias a ellos comemos y no basta con dedicarles un par de mimos: es necesario que se sientan los reyes de la casa, que de eso Su Majestad podría dictar una interesante conferencia.
Pero los nortes no piden que se les trate igual que a los sures, sólo faltaría. Se conforman con que se les recuerde, con que de vez en cuando quienes guardan las llaves de las arcas públicas les dediquen unos ahorrillos para pequeñas obras como las del Jardín Botánico. Si no es molestia, por supuesto, y aunque sea por darle una satisfacción al rey resucitado.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 24 de septiembre de 2011

GUAPAS, GUAPOS Y CASPOSOS

A las cosas antiguas hay que hacerles sitio, porque aunque a menudo las nuevas sean mejores, siempre habrá alguien, por costumbre o convicción, que prefiera lo de antaño. Por ello resulta aconsejable que los cambios se lleven a cabo poco a poco, sin rupturas extremas, evitando en lo posible que los amantes del pasado se sientan ninguneados. Es el caso de los concursos de belleza femenina, esos ridículos acontecimientos adornados de cutrerío y caspa donde hermosas señoritas se exhiben como ganado, el súmmum del anacronismo en una sociedad que presume de moderna y hasta de vanguardista.
Sin embargo, en contra de lo que cabría imaginar y en una suerte de huida hacia adelante, los defensores a ultranza de tamaña perversión, lejos de amilanarse, se han decidido a sortear las acusaciones de machismo recalcitrante organizando concursos de belleza masculina, como si la solución al dolor de muelas fuese una patada en el estómago. Y es que tales eventos son la evidencia irrefutable de que la estrategia de los patronos del cutre business pasa por igualar en lo malo e indeseable a ambos sexos. Siguiendo el orden lógico de unos planteamientos harto sencillos, entienden que las chicas de feria se sienten demasiado solas, así que nada mejor que hacerlas acompañar por chicos y que juntos se paseen y hagan gracietas por doquier.
Pero hasta ahí nada que objetar salvo el mal gusto, y siempre en la humilde opinión de este escribidor, porque si un promotor, en el sano ejercicio de su voluntad y respetando la ley, se aventura en la organización de uno de tales certámenes, si una esbelta moza, si un musculado efebo, se avienen a convertirse en reses glamurosas, libres son de hacerlo. Otra cosa es que un ayuntamiento, en este caso el de La Laguna, incluya en su programa de actos festivos la elección de miss y mister Tenerife, gastando dinero de todas, guapas y feas, y de todos, guapos, feos y feísimos, en un espectáculo donde el apoyo público resulta más que discutible. Como consuelo, incluso como argumento, sus valedores siempre podrán atribuir esta velada crítica a la manifiesta fealdad de quien esto suscribe que, no obstante, y gracias a la alopecia, puede presumir de hallarse falto de caspa.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 17 de septiembre de 2011

LAS CONSECUENCIAS DE UNA INDEFINICIÓN HISTÓRICA

Cuando Manuel Fraga Iribarne, uno de los padres de la Constitución de 1978, lanzó la idea de la administración única en un discurso ante el Parlamento gallego el 10 de marzo de 1992, ya era demasiado tarde. Por aquel entonces los gobiernos autonómicos se hallaban inmersos en una descontrolada carrera para conformar un ejército de funcionarios y habían constituido en algunos casos, proyectaban en otros, todo tipo de instituciones que tomaban como referencia el organigrama estatal, a veces rozando el esperpento.
La extrema falta de imaginación de las Cortes a la hora de diseñar el Estado de las autonomías, un modelo que promovía en la práctica un sistema cuasi federal, pero mantenía los viejos pilares administrativos, se tradujo en la creación de diecisiete miniestados cuya estructura imitaba en lo esencial el diseño del poder central, o lo que es lo mismo: el texto que legitimaron los españoles el 6 de diciembre de 1978 asentó los cimientos para que tanto las organizaciones nacionalistas, las de siempre y las recién llegadas, como las delegaciones regionales de los partidos de ámbito nacional perseveraran en el desarrollo de diecisiete modelos que se asemejasen al estatal.
El resultado no ha podido ser más anacrónico y sinsentido: la estructura del Estado se ha mantenido en todo su esplendor y en algunas áreas incluso se ha agigantado; al mismo tiempo, las autonomías han ido asumiendo competencias y medios. De forma inexplicable, en ningún momento se ha producido un intento serio de simbiosis que compatibilice esfuerzos y objetivos. Como cualquier familia mal avenida, cada cual ha marchado por su lado.
El texto constitucional, por lo demás un instrumento que se ha revelado útil para superar las heridas de la Guerra Civil, ha patrocinado de forma involuntaria, con unas devastadoras consecuencias para la hacienda pública, una duplicidad administrativa que ha alcanzado extremos caricaturescos. En la práctica, España se ha convertido en una suma de 18 estructuras gubernamentales en permanente conflicto de intereses y cada vez más ajenas unas a otras.
Dicho paisaje político ha devenido en bretes como el de la disparidad de los límites de endeudamiento y en galimatías como el de las calificaciones crediticias, en el que Canarias ha salido tan mal parada. Pero nada sería más injusto que adjudicar todas las culpas a los actuales gestores porque, como reza el dicho, aquellos polvos trajeron estos lodos, y la situación que hoy sufrimos, en las islas y en el resto de la nación, mucho tiene que ver con las decisiones que se adoptaron 33 años atrás.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 10 de septiembre de 2011

CASIMIRO Y POMPEYA


Julio César, el mayor de los conquistadores hasta la irrupción de Bill Gates, es el artífice de una de las frases más contundentes de la historia. Ocurrió allá por el año 60 antes de Cristo, cuando un patricio de nombre Publio Clodio Pulcro, haciendo honor al populachero dicho de que tiran más dos tetas que dos carretas, osó adentrarse en la residencia del ahijado de los dioses para ganarse los favores de la bella Pompeya, a la sazón primera dama de la corte romana.
El imprudente Publio, a quien más le habría valido una terma de agua fría, fue descubierto antes de que lograra ejecutar tan temerario plan, y sólo el soborno a los jueces impidió que fuera enviado al averno de forma precipitada. Desfecho el entuerto, el emperador rubricó su propio divorció y, según narra Plutarco, se dirigió de forma tajante a su esposa con la siguiente sentencia: “La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”.
De poco sirvieron los ruegos y llantos; de nada que clamara su inocencia.Qué pensaría tan excelso gestor de la res publica si levantase la cabeza y comprobase que las Fortunatae Insulae a las que se refirió Plinio el Viejo se han convertido dos mil años después en el perfecto laboratorio para la aplicación de aquella clarividente máxima, aunque con una sustancial variación: sustituyamos a Pompeya, hija de Cornelia Sila y Quinto Pompeyo Rufo, segunda mujer del gran Cayo Julio César, salvando toda suerte de disparidades históricas y estéticas, por Casimiro Curbelo, presidente de la ínsula gomera y ex senador del reino de España, a quien el pretor de su partido en Canarias ha mostrado la senda de regreso a las listas senatoriales.
Curbelo, ni es culpable, ni lo será hasta que la Iustitia así lo dicte, pero igual que el emperador instó a su cándida cónyuge a recapacitar acerca de su papel ejemplarizador, alguien debería hacerle ver que “el aspirante a un cargo público no sólo debe ser honesto, sino parecerlo”. Y es que el ex senador es tan honesto hoy como lo era la madrugada del 14 de julio, cuando dejó de parecerlo tras ser detenido por un presunto delito de agresión a un agente de la autoridad y su buen nombre sufrió un mancillamiento tal, la paradoja del legislador que incumple la ley, que le incapacita para representar a los ciudadanos. Como consuelo, hasta que los jueces se pronuncien disfrutará del beneficio de la duda que tanto echó de menos la infortunada Pompeya.

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 3 de septiembre de 2011

LOS APRENDICES INOPORTUNOS


La democracia, el más justo y menos dado a los excesos de los sistemas políticos, cuenta entre sus grandezas la posibilidad de que cualquier ciudadano acceda a cargos de representación pública. Esa imprescindible apertura de la maquinaria de mando no se topa con más filtro que el de la nacionalidad y las sanciones penales y administrativas. Listos y tontos, hábiles e incapaces, honrados y corrompidos, tienen las puertas abiertas de par en par para convencer a sus iguales de que se hallan ante la persona idónea para manejar el timón de la nave. En tal tesitura, la virtud corre el riesgo de tornar en decadencia.
La mayoría de los ciudadanos que hoy en día se adentran en el laberinto político carecen de un bagaje vital, profesional y académico lo suficientemente extenso para ser plasmado en más de siete u ocho líneas de texto. Deciden dedicarse a tan honroso menester a muy temprana edad, las más de las veces ingresando en organizaciones juveniles vinculadas a partidos políticos poderosos, y a pesar de que en muchos casos atesoran el deseo de mejorar su entorno, la disciplina ideológica cuasi militar que caracteriza a tales organizaciones acaba matando cualquier atisbo de disentimiento.
El objetivo de los partidos es acaparar poder, el máximo posible y durante el mayor tiempo posible, porque el poder resulta imprescindible para justificar su propia existencia. En ocasiones, la única vía para lograrlo es exprimir las leyes, independientemente de cuál haya sido la voluntad de los electores y de si los necesarios aliados se encuentran en el vecindario o en las antípodas ideológicas.
Esas ansias de mando inmediato explican paisajes políticos como el que puede contemplarse estos días en el Cabildo de El Hierro, donde PSOE y PP se han unido para apartar del poder a la nueva presidenta nacionalista, cuya toma de posesión ha sido tan reciente, su gestión tan exigua, que sus verdugos han sido incapaces de argüir una sola razón de peso para justificar tamaña celeridad a la hora de guillotinarla.
El asalto al poder al menor resquicio, desde el mismo momento que las matemáticas políticas lo hagan posible y sin atender a situaciones reales de desgobierno, se ha convertido en un fenómeno intrínseco a la política canaria cuyos detractores probablemente mañana se conviertan en cómplices. Y viceversa. Y precisamente por ello, porque las hemerotecas existen, resulta tan grotesco escuchar los lamentos de quienes se rasgan las vestiduras por la actitud de unos consejeros insulares cuyo único pecado es seguir las enseñanzas del padre.

Santiago Díaz Bravo

ABC

viernes, 26 de agosto de 2011

EL TIEMPO PASA; EL MUNDO CAMBIA


UN intenso escalofrío recorrió las entrañas de los munícipes españoles, canarios incluidos, cuando el gobierno italiano anunció la decisión de fusionar miles de ayuntamientos. Luego, mitigada la conmoción inicial, llegó el momento de remojar las barbas propias con argumentos tan peregrinos como «las peculiaridades de Canarias», «la realidad de las siete islas» o «la necesidad de garantizar los servicios a los vecinos», mezclando el tocino con la velocidad y sin acabar de explicar qué singularidades son esas que impiden avanzar en la modernización del tercer eslabón administrativo con vistas a hacerlo más ágil y, sobre todo, económicamente sostenible.
El hecho de que las autoridades municipales hayan reaccionado con animadversión hacia las tesis de quienes defienden la racionalidad administrativa cabe calificarlo de mera perogrullada, porque los suicidas, aunque haberlos, haylos, no dejan de ser raras avis en el mundo de la política. Son más habituales los irreflexivos, aquellos a quienes cabría aconsejar que midieran con celo sus palabras para evitar incurrir en dolorosas contradicciones. Y es que la decisión de la Federación Canaria de Municipios (Fecam) de retomar la senda de las mancomunidades de servicios supone el reconocimiento implícito de que la atomización institucional ha tornado en anacronismo y de que las justificaciones para la subsistencia de las actuales fronteras municipales tienen mucho que ver con el pasado, poco con el presente y absolutamente nada con el futuro.
Para más inri, la fórmula propuesta para abandonar el actual atolladero, mancomunar para que todo cambie y, al mismo tiempo, permanezca igual, se ha revelado inútil con el paso de los años. Para muestra, un sinfín de botones en forma de encomiables iniciativas supramunicipales que nacieron con el objetivo de mejorar la atención al ciudadano y ahorrar dinero, pero acabaron muriendo como consecuencia del fragor del enfrentamiento partidista. Y es que la política, tan humana, tan necesaria, en no pocas ocasiones se convierte en la principal enemiga de sí misma.
La alternativa a la fusión de los ayuntamientos es que pervivan contra el sino de los tiempos, envejeciendo aprisa y mal y convirtiéndose en una carga cada vez más pesada, difícilmente soportable, para quienes deben ser objeto de sus desvelos. En ese supuesto, el camino recorrido durante años, cogidos de la mano, entre administraciones municipales y ciudadanía, acabaría por bifurcarse. Y los ayuntamientos, tan importantes han sido, tan importantes deben seguir siendo, se merecen algo mejor. Para empezar, unos dirigentes que se convenzan de que el tiempo pasa y el mundo cambia.
Santiago Díaz Bravo 
ABC

viernes, 19 de agosto de 2011

CRÓNICA DE UN COSMOPOLITA PUEBLERINO


Ayer fue un día como otro cualquiera. Al saltar de la cama el frío me atenazó. Incluso en pleno estío, el frescor de la mañana orotavense no se permite tomar vacaciones. Luego a trabajar, y tras cumplir con los deberes del abnegado asalariado, un ligero guiso de pescado en un restaurante de Las Aguas recomendado por unos conocidos. Magnífico, como era previsible. Si acaso, poco abundante. Para la sobremesa, nada más idóneo que un paseo por la siempre animada Avenida de Colón, punto neurálgico de la vorágine portuense y escenario sin parangón para contemplar el siempre atractivo teatro de la vida. Pero antes un café en una soleada terraza realejera y una visita fugaz a un vivero de Santa Úrsula, que las rebajas hay que aprovecharlas y las horas de luz parecen extenderse como un elástico. Tanto que el adiós del astro rey nos sorprendió contemplando el mar desde un incomparable mirador del Puntillo.
Tan anodina resultó la jornada, tan convencional, que el guión de mi existencia, como los guiones de tantas otras existencias, tomó por escenario nada menos que seis municipios, cada uno de ellos con sus respectivas autoridades, policía, servicio de limpieza, polideportivo, centro cultural y depósito para vehículos vilipendiados por la grúa. Y no es que me haya empeñado en conocer mundo, que no sería mala cosa, sino que mi cotidianidad, como la de miles de canarios, deja en evidencia una división territorial anacrónica, respetuosa sin duda con las circunstancias que convergían en los menceyatos guanches, pero alejada de la realidad de un siglo XXI que se ríe de las fronteras igual que el XX se carcajeó de las distancias.
Los ciudadanos hemos vuelto a hacer vieja a la administración, que una vez más ha olvidado el carácter dinámico de una contemporaneidad cambiante, capaz de reinventarse y regenerarse cual cola de lagarto. Nada queda de aquellos tiempos en los que el pueblo natal tornaba en una suerte de nido inexpugnable que apenas se abandonaba de año en año. Poco de aquel sentimiento de pertenencia al exiguo territorio que dividía dos profundos barrancos.
Si Italia nos regaló los mimbres del Estado moderno, sus avanzados y aún vigentes textos jurídicos, sus bellas obras renacentistas, sus magistrales sones operísticos, su deliciosa pasta; si tan agradecidos y entusiasmados nos mostramos ante tan acertados presentes, ¿por qué motivo íbamos a perder la oportunidad de hacer nuestra esa brillante idea de fusionar un sinfín de ayuntamientos?

Santiago Díaz Bravo
ABC

sábado, 13 de agosto de 2011

LAS BARBAS DEL VECINO

So pena de ser considerados en extremo sensacionalistas, pocos guionistas hubieran convertido al Reino Unido en una nación sumida en la violencia y el caos, de la misma forma que ni por asomo hubieran tomado en cuenta a la plácida Noruega a la hora de encontrar acomodo a un macabro acto terrorista. Sin embargo, lo advirtiéramos o no, ambos países contaban con sobradas condiciones para tamaños desmanes. En el primer caso hubiera bastado con echar un vistazo a las cifras de desempleo de los suburbios; en el segundo con otorgar carta de naturaleza a las advertencias de la legión de literatos que beben de las fuentes de la realidad y llevan años dibujando un panorama de decadencia social y fortalecimiento de los sectores radicales. Y es que las cosas no acaecen porque sí, de la noche a la mañana, sin que previamente se emitan señales que avisen de posibles riesgos.
Atendiendo a las peculiaridades que se quiera, obviando paralelismos fantasmagóricos y dando por hecho que el paisaje social es harto diferente, el índice de desempleo juvenil del barrio londinense de Tottenham, origen de las revueltas que han asolado el Reino Unido, alcanza el 25 por ciento, unos 15 puntos por debajo del que registra Canarias. Cierto es que la diversidad de nacionalidades, religiones y formas de entender el mundo que confluyen en estas islas difiere considerablemente del complicado puzle étnico británico, y también que, por fortuna, ni la policía se ha excedido en sus atribuciones ni tiene por qué ocurrir tal hecho, pero la señal de peligro existe, y obviarla, además de una irresponsabilidad, devendría en una temeridad.
Según el Instituto Canario de Estadística, 16.000 hogares sobreviven con menos de 6 euros al día, unas cifras que se quedan en anécdota debido al considerable peso de la economía sumergida, a Dios gracias soporte de no pocas familias, pero la desestructuración social provocada por el descalabro económico comienza a resultar evidente. La luz de alarma hace tiempo que parpadea y los poderes públicos están obligados a centrar sus esfuerzos en la generación de empleo, pero también en la atención de los casos de extrema necesidad que afloran en tantos rincones. Eso supone gasto, dinero, fondos a detraer de otras partidas. Si alguna vez han tenido razón de ser los departamentos de asuntos sociales es ahora, justamente cuando algunos parecen empeñados en convertirlos en los parientes pobres de unas administraciones renqueantes. La alternativa acaso sea ordenar a los cuerpos policiales que pongan sus barbas a remojar.

Santiago Díaz Bravo
ABC