domingo, 4 de mayo de 2008

POLÍTICA PARA TONTOS

Decir públicamente que el ex ministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar tiene asignados once escoltas cada vez que viene a las islas y criticarlo por ello es algo así como pedir a un juez que reste puntos a Fernando Alonso por superar los 120 kilómetros por hora en el circuito de Montmeló, repostar sin parar elmotor y conducir vestido de astronauta. Pero lo quemás sorprende de tal crítica es que provenga nada más y nada menos que del propio estamento policial, en concreto del Sindicato Unificado de Policía, una organización cuyos miembros, acostumbrados a pedir los papeles en tantos lances de su trabajo, en esta ocasión, sin embargo, cosas de la vida, los han perdido de forma harto indecorosa. Porque por supuesto que el sindicato armado tiene todo el derecho delmundo a realizar las denuncias que estime oportunas, sólo faltaría, pero igual que la profesión médica se enmarca dentro de unas normas éticas que impiden a los facultativos revelar las intimidades de sus pacientes, igual que los banqueros se cuidan mucho de guardar para símismos, y tal vez para algún conocido, pero poco más, los movimientos en las cuentas de sus clientes, igual que las madames ven pero no oyen y aquí no ha venido nadie, no ha pasado nada y si lo he visto no me acuerdo que soy vieja, sorda y casi ciega, la ley no escrita obliga a los responsables de la seguridad de los demás a evitar cualquier revelación que aporte pistas a los amigos de la vida ajena y ponga en peligro la integridad física de los ciudadanos, en este caso nada más y nada menos que de uno de los principales responsables de la lucha contra el terrorismo durante más de dos años, un empeño por el que el estúpido y simplón independentismo vasco le ha cogido cierta tirria, la suficiente como para felicitarse y brindar si a algún desalmado se le ocurriese rebanarle los sesos.
Los iluminados que desde algún despacho del SUP han decidido jugar con información confidencial sin atender primero al sentido común, luego a la voz de sus propias conciencias, y por último al más elemental criterio de salvaguarda profesional, han hecho un flaco favor a sus propios compañeros, que han quedado a la intemperie ante posibles enemigos, de la mismas forma que se lo han hecho a sí mismos. Surgen situaciones en la vida que sirven de examen para revelar nuestras verdaderas capacidades y carencias. En este caso, goleada para las segundas con pésimo juego incluido, que diría un locutor deportivo radiofónico.
Pero, con todo, y porque, como reza el dicho, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en lamisma piedra, e incluso podríamos aventurarnos a añadir, sin temor a equivocarnos, que tres, cuatro y en ocasiones hasta cinco o seis, prácticamente mientras dure la jodida piedra, lo más grave de este singular y caricaturesco incidente informativo no ha sido la irreflexiva actuación de los sindicalistas de cartuchera, sino el aprovechamiento político del caso por parte de los nacionalistas, que tan preocupados parecen por este asunto, tan disgustados lucen, Dios mío, que acaso no peguen ojo por ello y les haya faltado tiempo para poner el grito en el cielo y registrar una pregunta oficial en el mismísimo Congreso de los Diputados. Y hacen bien, qué carajo, que ya está la ciudadanía cansada de que en tan selecto foro se pierda el tiempo discutiendo de ésta o aquella crisis económica, de si tú me quitas el agua y yo me acuerdo de tu santa progenitora o de lo malos que son los de las ametralladoras y si habría que mandarlos a la cama sin cenar o quitarles el Disney Channel. Ha llegado el momento de hacer sitio a los asuntos de interés general, tal es el caso de los escoltas que tratan de impedir que López Aguilar dé la chapa antes de tiempo a los querubines celestiales, que lo sentiríamos por ellos. Y posteriormente, no se lo pierda, que la audiencia televisiva de las sesiones plenarias va a superar con creces a la de Gran Hermano, llegará el turno de los debates sobre la idoneidad de instalar cortinas o estores en los despachos ministeriales, la conveniencia de ubicar una máquina de chocolatinas en los pasillos del dignísimo edificio de la Carrera de San Jerónimo o la aprobación de una ley que obligue a los diputados a enfrentarse en un partido de fútbol entre solteros y casados, cada 6 de diciembre, para conmemorar el Día de la Constitución. Lo que nos íbamos a reír. Y lo contento que se pondrían los traumatólogos de las inmediaciones ante tamaña avalancha de desperfectos óseos.
A los representantes de los trabajadores, igual que a quienes asumen la noble misión de encauzar las voluntades de miles de ciudadanos en los órganos parlamentarios, se les presupone una cierta capacidad de reflexión, al menos la suficiente para discernir entre lo importante y lo secundario, entre lo fundamental y lo supletorio, entre lo que merece ser discutido y lo que debe ser obviado.Cuando el continente le gana la partida al contenido, cuando se hace casus belli de una soberana majadería, cuando se da rienda suelta al interés partidista a costa de los asuntos verdaderamente trascendentes, es que se padece un incipiente resfriado ideológico que más valdría tratar cuanto antes. Si no se le pone remedio, ¿cuál será el siguiente paso? ¿Investigar el pasado estudiantil de López Aguilar ante la sospecha de que se apropió de la sapiencia ajena en una prueba de Derecho Romano y condenarlo a caligrafiar quinientas veces no volveré a copiar en un examen? ¿Buscar testigos de la mirada lasciva con la que obsequió a una joven en sus tiempos mozos y denunciarlo ante el Instituto de la Mujer? ¿Comprobar los efectos que causa en su sistema digestivo la ingesta de una ropa vieja y llevar el caso ante el Seprona?
La política, antaño un arte, se ha tornado en una mera estratagema donde vale todo, incluída la posibilidad de hacerse el tonto, porque de sobra sabe el SUP, de sobra los nacionalistas, que el ex ministro no cuenta con más ni menos escoltas que los que el Ministerio del Interior estima convenientes, y que otros personajes que asumieron idénticas responsabilidades en la administración estatal, del mismo u otros partidos, disponen de similar protección.
Una salida de tono de un grupo de sindicalistas sin escrúpulos, lejos de acabar ninguneada gracias a la responsabilidad que se le presupone a la clase política, se ha convertido en un penoso asunto de imprudente debate público. Cualquiera podría pensar que por estos lares ya hemos resuelto todos nuestros problemas y no se nos ha ocurrido mejor entretenimiento para matar el tiempo que embadurnarnos en un lodazal de pura imbecilidad.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias