martes, 21 de septiembre de 2004

DIOS NO PUEDE ESTAR EN TODO


LAS LEYES, como las buenas noticias, casi siempre llegan tarde. La del divorcio lo hizo tras décadas en las que infinidad de matrimonios, rotos de facto, habían ideado fórmulas más o menos rocambolescas para evitar una insufrible convivencia. La del aborto irrumpió después de miles de viajes a la pérfida Albión, en no pocas ocasiones acabante de escuchar el sermón dominical. Eso en el mejor de los casos, y siempre exprimiendo de antemano la cartilla de ahorros, porque en el peor de los supuestos quedaba la opción del cuarto trasero, las pinzas y la palangana. La profesionalización del servicio militar se aprobó cuando los barracones llevaban años luciendo semivacíos, condenados a desaparecer por la pandemiade la objeciónde conciencia. La permisión del consumo de determinadas drogas consideradas menos lesivas está aún por llegar, y cuando llegue, que llegará, a buen seguro conducirá al alborozo a millones de regocijados consumidores. La eutanasia, tan de actualidad por una película, tan presente con película o sin ella, no es una excepción, y si no que se lo pregunten a las paredes de los hospitales, testigos mudos de conversaciones entre familiares, entre médicos, entre familiares y médicos. Cuando unos vamos, otros vienen, y al tiempo que estas líneas fluyen del teclado, a la vez que usted engulle estas palabras, alguien, en algún lugar, pronunciará el consabido deseo: “Que Dios se lo lleve”. Pero Dios bastante tiene con lo que tiene, que no está el mundo como para que el Sumo Hacedor se distraiga, y muy probablemente algunos de sus hijos hayan decidido descargarle de trabajo. La sociedad no espera por nadie para hacer esto o aquello, y mucho menos por los legisladores, a quienes a veces la única opción que les queda es la de plegarse a lo que ocurre al otro lado de la pared, acaso por satisfacer las pretensiones ciudadanas, tal vez para disimular que de la letra al hecho sigue existiendo un largo trecho. Cuántas palabras, miradas, muecas y lágrimas sustituirán a la ley convirtiéndose ellas mismas en ley. Nosotros que si sí, que si no, y otros, mientras, despidiéndose hasta nunca porque Dios no puede estar en todo.

Santiago Díaz Bravo
El Día