jueves, 20 de noviembre de 2003

UNA CUESTIÓN DE IMAGEN

LES RUEGO que acudan a la edición de ayer de EL DÍA y busquen la página 17. En ella encontrarán una de las noticias más crueles y espantosas de las últimas semanas: la negativa a que cuatro niños discapacitados hagan uso de la piscina de un hotel "por una cuestión de imagen". Suficiente para removernos el estómago, para fastidiarnos el desayuno y hasta el resto del día, para avergonzarnos del artificioso mundo que, entre todos, estamos creando. Alexander, María José, Jesús y Marcos no deben ser lo suficientemente guapos para acceder a las instalaciones de un hotel portuense donde, lo damos por hecho, vetan la entrada a alopécicos, desdentados y obesos. Quienes han argüido "la imagen" como excusa deben estar convencidos de que a los germanos barrigones que campan a sus anchas por los pasillos ni siquiera se les pasa por la cabeza aliviar su vejiga al modo subacuático. Tal debe ser la estima en la que tienen a su clientela que descartan la posibilidad de que, entre tanta agua, se esconda algún esputo. ¿Flatulencias? En este hotel no se aloja nadie con ese nombre. En descarga de quienes han impedido el paso a Alexander, María José, Jesús y Marcos, de quienes, en el fondo, han evitado que sean un poco más felices, apuntamos su valentía, la que han mostrado al expresar a las claras lo que piensan: "una cuestión de imagen". Créanme si les digo que en veinte hoteles que hubieran preguntado, la respuesta a las madres habría consistido en una sucesión de excusas vagas, en un "estamos llenos", "no tenemos rampas", "el encargado está de vacaciones". Créanme de igual forma si les aseguro que en esa veintena de establecimientos la verdadera causa de la negativa sería, mera y simplemente, "una cuestión de imagen". Y llega el momento de un segundo ruego: relájese y haga memoria, viaje con su privilegiada mente hasta encontrar ese instante de la vida en el que una determinada visión, un abrupto paisaje humano, le conminó a decir lo que dijo, a actuar como actuó, a sonreír de la forma hipócrita en que lo hizo. Y todo, ¿verdad?, "por una cuestión de imagen".


Santiago Díaz Bravo
El Día

jueves, 13 de noviembre de 2003

JORDI SE NOS VA


MAMÁ ME ABRONCABA por llegar a deshora la noche anterior y yo, atufado, levantaba la cabeza hacia el televisor y allí estaba él, la reencarnación de Picio, evidenciando que con la mera inteligencia se puede llegar muy lejos. Mi chica me acababa de confesar que íbamos a continuar siendo los mejores amigos del mundo y yo, con las mejillas aún humedecidas, miraba de reojo la pequeña pantalla y allí estaba él, recordándome que mis cuitas eran poca cosa en comparación con los desaires que, día sí, día también, sufrían los catalanes por parte del omnímodo poder castellano. Me emancipé, compré mi primera caja catódica y, nada más encenderla, allí estaba él, subrayándome que lo que fuera bueno para Catalunya sería bueno para mí. Arnold Schwarzenegger desafiaba totalmente a los malos de Marte y allí estaba él, dejando clara la intergalacticidad del nacionalismo catalán. Este domingo, el adiós de Jordi Pujol a la presidencia de la Generalitat se convertirá en un duro trago para toda una generación. Primero se nos fue Heidi, luego Pipi; sin recuperarnos le llegó el turno a Marco, un poco más tarde a la Bruja Avería y, ahora, al bueno de Jordi, uno de los pocos personajes que han sobrevivido a nuestra tierna adolescencia. Él siempre ha estado ahí, reivindicando y, cuando no, reivindicando también. Jordi nos ha enseñado que el que la sigue y la persigue la consigue; ha sido capaz de que el mismísimo Aznar, mejor o peor, hable íntimamente la lengua de Pla; nos ha enseñado que Jordi se pronuncia Yordi y Pujol, Puyol. A propósito o por mor del devenir, se ha convertido en un icono de nuestra época que ha mandado, y mucho, dentro de las fronteras de su bella y floreciente región e, indirectamente, en las restantes. Jordi ha sido durante años la novia caprichosa que todos han pretendido, la amante dispuesta a plantar a su pareja por un quítame allá esas joyas, la contundente confirmación de que un verso nada tiene que hacer frente a un lujoso descapotable. El lunes, Jordi será un poco menos Jordi y todos seremos algo más viejos.


Santiago Díaz Bravo (13/11/2003)

jueves, 6 de noviembre de 2003

LETIZIA


CON MAYOR O MENOR ímpetu que cada una de las presuntas doncellas de las cortes europeas, Letizia probablemente se desperece cada mañana antes de saltar de la cama. Alguna vez, al otro lado del colchón hubo alguien, de igual forma que lo hubo, lo ha habido, lo hay y lo habrá en el lecho de la mayoría de las supuestamente castas herederas del continente; sin olvidar a los principitos, que los hay de todas clases y para todos los gustos y disgustos. En muchas o pocas ocasiones, Letizia habrá dicho "coño" y se habrá acordado con escasa reverencia de los antepasados de no se sabe quién; ni más ni menos que otras tantas reales damas, estupendas o no, que abarrotan los fastos salones de los palacios, restaurantes, hoteles de lujo y boutiques de "pret a porter" del viejo mundo. Alguien, escandalizado o atemperado, con tantísima o poquísima envidia, pero con envidia seguro, podrá comentar que la ha contemplado dándose un revolcón en los exuberantes jardines de la Facultad de Ciencias de la Información, o acaso fumando lo que parecía ser pero no era, como cualquier joven que se preciara de descubrir la vida, incluidas las excelsas, ilustrísimas, excelentísimas y reverendísimas cortesanas de aquí y allá. Durante años madrugó para llegar de madrugada a su trabajo, mientras las tatianas, victorias, carolinas y gabrielas roncaban a pierna suelta, tal vez acabantes de cepillarse los dientes y acurrucarse entre las sábanas para disfrutar de la molicie hasta bien entrada la mañana. Hace bien poco cogía la guagua, el metro y el taxi. Cuando no, acaso emulando a las jóvenes de realengo, conducía un Seat, su particular versión del lujo sobre ruedas. A pesar de las contundentes evidencias de que Letizia Ortiz Rocasolano no desmerece a las demás, e incluso de que es bastante mejor que ellas, poco han tardado en emerger una serie de opiniones, respetables en algunos casos, que se empeñan en negar la idoneidad de la futura reina bajo un argumento monstruoso: la necesidad de que carezca de pasado, un requisito imposible, porque el pasado es la vida misma, lo que marca la diferencia entre un ser humano y un florero.


Santiago Díaz Bravo