lunes, 12 de junio de 2006

EL FÚTBOL COMO VENGANZA

VUJADIN BOSKOV, jugador y entrenador de éxito, pasará a la historia por ser el autor de una frase tan estúpida como impagable: "Fútbol es fútbol". La redundante sentencia refleja como ninguna otra la esencia de un juego que ha trascendido su innegable arcaísmo (veintidós seres humanos peleándose por introducir una esfera de cuero, patadas de por medio, en una red situada entre tres palos) para convertirse en lo que el sociólogo francés Antoine Labbo definió como "el único fenómeno social no impulsado por Estados Unidos". Y es que el balompié, nacido en tierras británicas y adoptado por la hermandad del Viejo Continente, es una de las grandes aportaciones de Europa al resto del mundo, en el caso de África junto a la esclavitud, el genocidio, la eliminación de señas culturales, la explotación desmedida de los recursos naturales, el patrocinio de conflictos bélicos y la hambruna. Tal ha sido el grado de universalidad alcanzado por arqueros, zagueros, medios, arietes, árbitros, linieres, penaltis, orsays y goles que el contorno rectangular de las canchas futbolísticas es ya tan habitual en pueblos y ciudades africanas como el de los zocos y los templos, y tan grande la popularidad de este deporte para lo bueno, lo malo y hasta lo siniestro que los cronistas del conflicto entre hutus y tutsis, que asoló Ruanda a mediados de los 90 por la impericia de las potencias europeas que trazaron en 1884 las fronteras del país, contaban pávidos, apenas dando crédito a su propia narración, cómo un grupo de combatientes había cortado las piernas a un equipo de la etnia enemiga antes de obligarlo a presenciar un partido en el que la cabeza sesgada de un compañero hacía las veces de balón. Ahora el Mundial de Alemania glorifica una vez más ese híbrido de fervor religioso y guerra sin sentido denominado fútbol, que endiosa a los jugadores y los confunde con soldados, y tal vez por ello nos resulte tan gratificante la unidad de distintos clanes negros ante una misma camiseta y nos sorprenda tan poco la explosión de júbilo con la que reciben cada gol, porque ganarle al amo cabrón debe dar mucho gusto.


Santiago Díaz Bravo
El Día

miércoles, 7 de junio de 2006

DE CÓMO ESPAÑA SE HACE HUMO


LA COMUNIDAD Autónoma de Cataluña ha sido la última en anunciar que la ley antitabaco le entra por un orificio antes de salirle por otro con volutas y todo, sumándose con tamaña rebelión a los gobiernos regionales de Madrid, Valencia y La Rioja, promotores de una serie de reglamentos que las autoridades estatales, señoras y señores que trabajan en la capital y se supone que mandan, aseguran que contradicen sin ambages las normas aprobadas en las Cortes por los legítimos representantes de los españoles. Lo que no ha conseguido Esquerra Republicana con el Estatut lo va a lograr Philip Morris con una cajetilla de Marlboro, porque va a ser el humo y no la agencia tributaria lo que divida la piel de toro en un sinfín de reinos que se caracterizarán por un grado concreto de humareda y un mayor o menor número de oncólogos y cardiólogos en paro. La reacción de los gobernantes pronicotina da la razón a quienes auguraban que el movimiento ciudadano en favor del tumor propio y ajeno, también denominado "si morimos, morimos todos, cuanto antes mejor y al que no le guste que se j...", no se iba a quedar de brazos cruzados contemplando cómo sus congéneres disfrutan de un plato de comida sin que una nube de humo se interponga ante sus ojos, sin que una fumarada colonice su propio espacio y el de los suyos para, osada e irreverente, adentrarse en los conductos respiratorios hasta desembocar en pulmones adultos, infantiles, de neonatos y en todos los que se pongan por delante, que hay que dar trabajo a médicos y sepultureros. A una ley nacida con la tara de la excesiva permisibilidad se ha unido la incapacidad de parte de la clase política para diferenciar entre lo que es importante y lo que no, entre la defensa del ciudadano desamparado y la superchería de las tesis que defienden la necesidad de hacer la vista gorda ante dos fenómenos, el tabaquismo y el tabaquismo pasivo, que desmienten el dicho que reza "mal de muchos, consuelo de tontos", porque aquí, en lugar de mera tontería, sobresale una mayúscula aberración.


Santiago Díaz Bravo
El Día

jueves, 1 de junio de 2006

PAUL AUSTER


LA VIEJA EUROPA cuenta entre sus virtudes con la adopción de artistas estadounidenses que a pesar de su innegable calidad, o precisamente como consecuencia de ella, se muestran incapaces de concitar el interés mayoritario del público de su país. Nos asalta la memoria, y es sólo un ejemplo, el recuerdo del "maldito" Charles Bukowski, un californiano de origen alemán que dejó este mundo convertido en un mito para los europeos a la vez que en un literato casi desconocido para sus compatriotas, quienes ahora, a través del recurrente séptimo arte, parecen dispuestos a recuperarlo. Más reciente es el caso del cineasta Woody Allen, archipremiado en la mayoría de los países de este lado del Atlántico, España incluida, pero con escasa suerte a la hora de encabezar la lista de películas más vistas en el propio pese a una prolífica actividad delante y detrás de las cámaras. El último capítulo de esa dicotomía que enfrenta a Europa con Estados Unidos lo protagoniza Paul Auster, un escritor cuyos fieles se cuentan por decenas de miles en el viejo continente y cuyo principal mérito ha sido recuperar la premisa fundamental de la buena literatura: contar historias, en su caso sorprendentes porque sorprendente es el imperio del azar, fuente primigenia de su inspiración. Con reconocimientos oficiales o sin ellos, en apenas dos décadas de carrera Paul Auster se ha hecho un sitio entre los grandes de las letras. "El Palacio de la Luna", "La música del azar", "Leviatán". "La trilogía de Nueva York", "El libro de las ilusiones" o el reciente y maravilloso "Brooklyn Follies" son argumentos más que contundentes para rendirse ante tal evidencia. Con todo, la decisión de concederle el Premio Príncipe de Asturias lo sitúa en el justo lugar que merece, en un pedestal que compartirá a partir de ahora con otros grandes como Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Camilo José Cela, Arturo Uslar Pietri, Álvaro Mutis, Juan Rulfo, Carmen Martín Gaite o Arthur Miller. Cuando contemplemos sus desorbitados ojos mirando la techumbre del teatro Campoamor nos preguntaremos qué peregrina historia pergeña en su sesera y suspiraremos una vez más por su próximo libro.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias