jueves, 25 de septiembre de 2003

LA MUERTE QUE NOS ACOMPAÑA


COMO TANTOS OTROS de mis congéneres, entre ellos probablemente muchos de quienes se adentran en estas líneas, con cierta frecuencia imagino la vida y obra de los desconocidos (según recientes averiguaciones, una costumbre que creía propia he comprobado que se halla extendida por doquier). Pedir un café me resulta más que suficiente para, en el interludio, apoyándome en la mera intuición, enebrar una simple o compleja historia (dependiendo de lo que me sugieran el aspecto, los modales y el tono de voz) acerca del devenir del camarero. A las víctimas de mis elucubraciones las revivo en lejanas adolescencias de aventuras y pasiones, en oscuros pasados blanqueados por el tiempo, en casas llenas de chiquillos, en amoríos furtivos (confieso que, en ocasiones, con profusión de detalles). Salvo raras excepciones, consecuencia casi siempre de las sensaciones que me provoca el entorno, lo escabroso queda fuera de mis ensoñaciones. Pero en sólo unos días, Tony King ha logrado poner en jaque mi particular estructura onírica; ha conseguido manchar de rojo mis antaño convencionales viñetas sobre la vida de los otros. Si algo produce pavor en este recién llegado personaje es su aparente vulgaridad, su espontánea pertenencia a lo común, su aspecto de camarero, cocinero, mensajero, futbolista, abogado, médico traumatólogo, militar, policía, periodista... Tony King es la muerte que nos acompaña en cada instante, que nos sonríe y nos sirve una caña fresquita; es la violencia en forma de gesto amable; la mano que se funde en un amigable apretón instantes después de degollar a una joven, y todavía, insolente, nos obsequia con una palmada en el hombro. Será por ello que hoy, en la espera por un cortado y un pincho de tortilla, me he detenido como nunca antes en la observación del diestro manejo del cuchillo por parte de un desconocido joven. Será por ello, acaso, que no dejé propina, no agradecí su amabilidad ni lo miré a los ojos. Será por ello, me pregunto, por lo que la desconfianza en el hombre sigue instalada en mi vida.


Santiago Díaz Bravo (25/09/2003)

jueves, 11 de septiembre de 2003

IN MEMORIAM


NI ENTERRADO VIVO ni quemado, repetía papá. Voy a hacerle caso, al menos esta vez, que era hombre de ciencia y sabía lo que se decía. El humo me ciega, impide que vea la ventana; la garganta me escuece como nunca y toso con violencia; el pañuelo que aprisiona mis labios recibe un férreo castigo. A duras penas vislumbro un atisbo de claridad: la calle. Me acerco y una enorme cortina prendida en llamas cae al suelo después de acariciar mi nuca. Me acuerdo de ella, de mi chica, de mi esposa, de mi vida, de cuánto la quiero y juro ante ustedes y ante el mismo Dios que si salgo de ésta la invito al restaurante más caro de Manhattan (más tos; esputos. Giro el cuello y busco en otra dirección. ¡Mi reino por un poco de aire!). Y de ellos, claro, que a estas horas ya deben estar en clase. Anoche no me quedó otro remedio que abroncar al mayor, todo un hombrecito, y por eso mismo debe acostumbrarse a ordenar sus cosas. Hoy, antes de que se duerma, lo abrazaré hasta que me implore libertad. Entonces le confesaré cuánto lo quiero (esa sí; esa es la calle. Puedo oler a aire; a vida). El pequeño es más tranquilo. Sale a la madre. Comprendan que sonría, pero incluso en estas difíciles circunstancias invade mi pensamiento la imagen de su cara tras abrir el enorme regalo: un castillo, con duendes y todo. Cumplió cinco hace tres días. Te quiero; te quiero; te quiero. (¡bingo, la ventana! Ahí te pudras, asqueroso infierno. Bye, bye). Este domingo iremos al parque de atracciones, y luego al cine, que el día tiene muchas horas y si algo nos sobra son ganas de pasarlo bien (el aire golpea mi rostro. Pierdo de vista la avenida. El cielo se aleja). Y las vacaciones, que mañana es 12 de septiembre. No puedo olvidarme de ellas, porque el tiempo se echa encima y los pasajes no esperan. Preferimos Europa, pero aceptamos sugerencias (ladeo la cabeza y encuentro unos ojos. Le tiendo la mano. Somos muchos). Esta noche tomaremos una decisión como se toman las decisiones: con una taza de café en la mano y un beso en los labios (¿por qué...).


Santiago Díaz Bravo
EL DÍA