viernes, 18 de febrero de 2011

LÁGRIMAS POR SAN VALENTÍN

A pesar de los esfuerzos del venerado San Valentín, a quien hemos vuelto a glorificar con denodado ímpetu, Canarias encabeza el índice de disoluciones matrimoniales, un fenómeno que no debe extrañar a nadie porque, a fin de cuentas, la ruptura de las relaciones de pareja no es sino el reflejo de un mundo donde la temporalidad se ha adueñado de todos los órdenes de la existencia. Se cambia de pareja igual que se cambia de coche, de televisor o de microondas, y la tan manida frase «hasta que la muerte os separe» ha quedado recluida al arcón de los horrores. En la era de la prisa, donde el tiempo es el principal valor y su máximo aprovechamiento el objetivo último, abandonamos al otro cuando nos da problemas igual que cambiamos de nevera cuando se nos estropea dos veces, sin sopesar la posibilidad de una tercera reparación.
El cambio constante, en ocasiones desmedido, es la nueva religión, y su práctica se ve favorecida en el ámbito material por una incesante y creciente oferta de novedosos productos para cualquier actividad posible. Busque accesorios para la más extravagante afición y los hallará sin duda. Comprobará asombrado que tales accesorios tienen los días contados, que pocos meses después salen a la venta otros que dejan anticuados a los anteriores. La renovación ha suplido a la vigencia y lo antiguo queda relegado al sibaritismo.
Del mismo modo, la oferta afectiva se renueva día a día. El mercado del amor con fecha de caducidad se nutre de las cada vez más habituales rupturas, y el único requisito para cambiar de pareja es deshacer el quebradizo lazo que nos une con alguien. Si bucea en su memoria y recuenta las bodas a las que acudió hace cuatro lustros, probablemente compruebe que más de la mitad de aquellos simpáticos recién casados que paladeaban las mieles de la felicidad se han decidido a emprender caminos dispares. Y ya habrá advertido las similitudes entre las reuniones de padres de alumnos y los encuentros de divorciados. Así las cosas, para qué poner a Dios por testigo si antes o después va a romperse el contrato. Mejor ser previsores, optar por el amancebamiento y evitar futuras complicaciones legales.
El matrimonio, la pareja, ya no se enfrenta a obstáculos ni a imprevistos que conlleven una tortuosa convivencia, sino a finiquitos de plazo, a cambios de temporada similares a los del pret a porter. El mundo avanza a velocidad de vértigo y las relaciones afectivas no hacen sino adaptarse a tan frenético ritmo, sin que haya buenos ni malos, justos o injustos. La vida es así y así hay que tomarla, y los nuevos enamorados se reúnen en torno a la mesa para contar historias de matrimonios que se aguantaron cincuenta años y descansan en el mismo panteón, y sonríen antes de preguntarse cómo puede ser eso posible para, enseguida, cambiar de asunto.
Santiago Díaz Bravo
ABC