jueves, 24 de diciembre de 2009

EL LAMENTO DE SCROOGE


Los creadores recurren a la Navidad con suma frecuencia al objeto de alcanzar la tan ansiada inspiración. Todos, porque no son pocas las imágenes que los grandes maestros de la pintura han plasmado a cuenta de ella en enormes lienzos, de la misma forma que cientos de novelistas han situado las andanzas de sus personajes en tan señalada época del año, notables directores de cine han reproducido en sus largometrajes calles rebosantes de luces y guirnaldas y destacados solistas y grupos han llevado al límite sus cuerdas vocales para ensalzar tal fecha. ¡Pero si hasta los Ramones dedicaron un tema a la Navidad! Merry Christmas, titularon la canción en un alarde de contundente originalidad.
Con todo, siendo exuberante el patrimonio del que podemos disfrutar y abominar a un tiempo, una obra, literaria para más señas, sobresale entre todas para tornarse en la más legendaria narración sobre los sentimiento pascuales: Cuento de Navidad, del siempre contemporáneo Charles Dickens.
Los tres espíritus a los que da vida el prolífico escritor británico en esta maravillosa historia, una suerte de regios fantasmas que se ganan la vida mostrando lo que fue, lo que es y lo que puede ser, forman ya parte del imaginario colectivo de la sociedad occidental. Pero siendo importantes y dando el miedo que dan, sobre todo al encontrárselos uno sentados a los pies de la cama, todo un ataque a la intimidad por muy extracorpóreos que sean, no llegan siquiera a hacer algo de sombra al personaje navideño por excelencia, o más correctamente, al personaje antinavideño más antinavideño de todo el universo de personajes antinavideños: el bueno de Ebenezer Scrooge. ¡Oh, perdón otra vez! Quería decir el malo de Ebenezer Scrooge.
Mister Scrooge, un tío Gilito cualquiera que se protege del frió londinense con un roído abrigo oscuro, ha aguantado durante casi tres siglos los improperios de millones de lectores. Y qué culpa tiene el pobre si su padre no acertó con el orden de las palabras que conforman el título de tan insigne obra, porque él, a fin de cuentas, ejerce su derecho a detestar la Navidad, el espíritu navideño y demás zarandajas. Qué diferente hubiese sido todo, se lamenta Ebenezer Scrooge, si Charles Dickens hubiese acompañado al espíritu de las navidades futuras en uno de sus viajes para constatar que la Navidad, si algo es, es un cuento.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

jueves, 17 de diciembre de 2009

ANIMALES Y LIBROS

Un viejo y mujeriego amigo mantiene desde hace años una singular teoría sobre las damas. En su opinión, y tan convencido se halla de ello como de que el cielo se extiende sobre nuestras cabezas, las féminas que convienen a un hombre deben cumplir un ineludible requisito: amar a un tiempo a los animales y a los libros.
Mi querido amigo, antaño ocupante habitual de las más afamadas barras del Puerto de la Cruz, donde durante lustros dio rienda suelta a amoríos con turistas de todas las edades y nacionalidades, decidió un buen día que había llegado el momento, si no de sentar la cabeza, porque tal actitud difícilmente resulta compatible con un varón en edad de merecer, sí al menos de hacerla reposar largo rato. Tan a la tremenda se tomó tal determinación que comenzó a frecuentar los parques portuenses con un yorkshire lanudo que le dejó en herencia su última novia y un libro deshecho y roído.
Bajo palmeras y flamboyanes comprobó que un ejército de jóvenes hermosas paseaba cada tarde a perros de todas las razas, las más de las veces animales consentidos y altivos. Les sonreía, las saludaba y en ocasiones cruzaba dos o tres palabras con alguna de ellas, pero sin llegar a mayores, porque el perro solo no le valía. Él buscaba a una mujer que acariciara a un perro con una mano y portara un libro en la otra. Le daba igual de qué autor se tratase, que fuese de su gusto o lo despreciase, que mantuviese prejuicios contra él o que ni siquiera lo conociese. Un animal y un libro. Ese era su objetivo y no cejaría hasta lograrlo.
Una tarde de invierno, al tiempo que la lluvia hacía acto de aparición, mi amigo comprobó con desbordante euforia como un enorme pastor belga arrastraba a una bella mujer que parecía incapaz de dominar a la fiera. Con las dos manos trataba de sujetar infructuosamente la correa, y del bolso que colgaba de su hombro sobresalía un libro de Paul Auster. Se levantó y la ayudó. Una nube rebosante de agua los obligó a refugiarse en una cafetería cercana.
Claudia era argentina, de Mar del Plata, y amaba a los animales. Y a los libros también. Era la mujer perfecta, la mujer que tanto tiempo llevaba esperando. Y se hizo de noche. Y él la acompañó hasta un portal en una callejuela junto a la estación de guaguas. Y ella le invitó a pasar. Y le sirvió una copa. Y al rato, bajo los efluvios del 100 Pipers, él hizo ademán de besarla. Y ella se aparto. Y miró al perro. Y miró al libro. Y le preguntó con rostro compungido: "¿Pero vos no sos maricón?".


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

jueves, 10 de diciembre de 2009

LIBROS FORRADOS

Antaño, cada septiembre, nuestras madres materializaban la maravillosa costumbre de forrar los libros del colegio. Buscaban papeles hermosos, las más de las veces a cuadros, que convertían los fríos manuales de Matemáticas, Lengua Española o Sociales en objetos rebosantes de personalidad. El motivo no guardaba dosis alguna de romanticismo, porque no era otro que preservar la integridad de aquellos caros legajos durante los meses que iban a ser poseídos por unos pequeños pero destructivos seres llamados niños. Luego, con el paso del tiempo, la armonía de los elegantes papeles fue dando paso a unos espantosos adhesivos que dejaban a la luz las todavía más espantosas tapas. Qué se le iba a hacer. Era el progreso.
Cuál sería nuestra sorpresa cuando años más tarde, en los transportes públicos de grandes ciudades como Madrid, advertimos nuevamente la presencia de libros forrados. Pero ya no eran niños quienes los portaban, sino adultos, adultos que una vez fueron niños y con toda seguridad asistieron al colegio con una mochila cargada de libros forrados. Y los trataban con cariño, como si fueran de la familia, así que no parecía que proteger las tapas tuviese demasiado sentido. ¿Los resguardaban del frío? A saber, pero aunque esta sociedad se caracteriza por estar medio loca, no ha alcanzado tal extremo.
Y enseguida advertimos que aquellos lectores de obras desconocidas se violentaban cada vez que les mirábamos por encima del hombro con el ánimo de descubrir a qué título brindaban su atención. Y comprendimos entonces que trataban por todos los medios de preservar su intimidad, la de ellos y la de quienes les hablaban a través de los libros. Eran conversaciones privadas, y como tales nadie debía inmiscuirse, ni siquiera con la mirada.
El forro protegía los libros de posibles accidentes cuando éramos infantes y los protege de las miradas curiosas ahora que somos adultos. En uno y otro caso, un envoltorio es capaz de dotar de personalidad a un objeto que a pesar de la innegable riqueza de su contenido, cumple todos los requisitos de la producción industrial. Porque un libro de un mismo autor, editorial y edición es similar a otro del mismo autor, editorial y edición, igual que las latas de Coca Cola y los Big Mac. Un forro no modifica el contenido de un libro, pero atesora la virtud de lograr que los demás se pregunten qué leemos.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

martes, 1 de diciembre de 2009

UNA SENTIDA DISCULPA

Ciudadanos, instituciones y medios de comunicación hemos sido partícipes del más injusto linchamiento público del que se tenga constancia por estos lares: un joven se presenta en un centro médico con una niña de tres años ante la sospecha de que padece un serio problema de salud y se ve envuelto en una bacanal de absurdas acusaciones de maltrato y violación que provocan su detención y un enjuiciamiento social previo al proceso judicial. De inmediato se convierte en una suerte de monstruo merecedor de los más severos castigos, incluyendo su ejecución de tantas atroces maneras como opiniones expresan los indignados lectores de las páginas digitales donde se informa del caso. Inigualable trama para una película de terror.
Diego, en una fría celda, aturdido, desconsolado al conocer el fallecimiento de la niña, con la inquietante soledad como única compañera, tuvo que esperar interminables horas para que se esclareciera la verdad y se le restituyese el honor mancillado. Y recuperó la libertad, pero nadie le devolverá a Aitana, a quien adoraba e intentó salvar la vida. Y quién sabe si lo hubiese logrado de habérselo permitido. Tampoco volverá a contemplar su angelical sonrisa la angustiada madre, que en todo momento defendió a su compañero ante un público de oídos sordos. La existencia ya no será igual para ninguno de los dos. Tampoco para los periodistas, que creíamos que en esta profesión estaba todo inventado.
Y es que la contundencia del informe médico que inculpó a Diego, similar a otros cuya veracidad ha sido posteriormente refrendada por la Justicia, no hubiese hecho dudar ni al más radical de los escépticos. Pero eso ahora no sirve de nada, porque la prensa, socialmente necesaria, imperfecta como todo lo humano, está obligada a aprender de éste y otros casos y a convertir sus carencias en virtud. Mientras, valga una sentida disculpa.


Santiago Díaz Bravo
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lunes, 30 de noviembre de 2009

CRÓNICA DE UNA CHAPUZA

Encuentro de veteranos del ejército español en el Sáhara (EFE)
España asiste desde hace 34 años al conflicto saharaui como si no tuviese nada que ver con él. Curiosa actitud la de un estado al que cabe considerar culpable del más desastroso proceso de descolonización llevado a cabo por un país europeo.



Cuando de gestión pública se trata, el subconsciente colectivo tiende a identificar el término chapuza con acontecimientos locales, las más de las veces vinculados a obras. Calles recién reformadas que quedan anegadas tras las primeras lluvias, estaciones de guaguas cuyos techos carecen de la altura necesaria para que accedan los vehículos o pretiles rebajados para el paso de sillas de ruedas junto a árboles que los inhabilitan forman parte del amplio elenco del museo de los horrores de la actividad política local. Por la trascendencia de las decisiones que se adoptan, y por la preparación académica y el sentido común que se les presupone a quienes las toman, el ámbito de la política internacional queda fuera de toda sospecha de chapucería. Se puede afinar más o menos, cometer errores, pero de ahí a actuar a modo de albañil remendón dista un universo. Y así continuaría siendo si en 1975 un gobierno débil y carente de personalidad, perteneciente a un país llamado España, no hubiese perpetrado una de las más chapuceras acciones que recogen los libros de historia: el abandono del Sáhara Occidental sin que concluyera el proceso de descolonización. Tan absurda fue la decisión adoptada por el ejecutivo que presidía Carlos Arias Navarro, de tal alcance la chapuza, que 34 años después, desde el punto de vista estrictamente jurídico, tales territorios continúan siendo españoles.
En noviembre de aquel año el monarca alauita Hassan II, conocedor de la desazón que se cernía sobre la administración española ante la inminente muerte del dictador Francisco Franco, de la falta de liderazgo de Arias Navarro, de que cualquier asunto de índole externa, tal era el caso, se consideraba secundario en tan complicados momentos, se arriesgó a dar un paso adelante con la ´marcha verde´, una muchedumbre formada por casi 400.000 personas, apoyada por unos pocos miles de soldados, que fue ocupando el Sáhara Occidental ante la pasividad de una fuerzas armadas que miraban hacia Madrid a la espera de órdenes. Pero en la capital estaban a otras cosas y España acabó cediendo: dos semanas después rubricaba el traspaso administrativo de aquellos territorios a Marruecos y Mauritania.
El abandono del Sáhara en febrero de 1976 con el rabo entre las piernas y a la voz de tonto el último no sólo evidenció la enorme debilidad del entonces agonizante régimen del general Franco, cuya salud se agravaba al tiempo que languidecía su infantil política exterior, sino que supuso un atentado tal contra el derecho internacional, contra el proceso de descolonización que mejor o peor habían ejecutado los restantes países europeos, que tres décadas más tarde sus consecuencias continúan siendo imprevisibles.
El gobierno de España de sobra sabía que las tropas marroquíes iban a entrar a sangre y fuego, y a sangre y fuego entraron tras quedar abandonados a su suerte cientos de miles de ciudadanos a los que España se debía legal y moralmente, españoles en la práctica que sufrieron una invasión de la que se derivaron todo tipo de cruentas tropelías.
Marruecos no estaba dispuesto a dar pábulo al incipiente movimiento independentista que había aflorado entre la población saharaui, al que también había tenido que hacer frente España, así que decidió dar muestras de su aplastante superioridad militar evitando miramientos y aplicando lo que podría considerarse un castigo preventivo.
El precipitado adiós del ejército español, el ánimo represor de Marruecos y la intervención armada de Mauritania derivaron en el conflicto bélico decano del planeta. En plena guerra fría el Sáhara Occidental se convirtió en un foco más donde liberar las tensiones entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Marruecos, aliado estratégico de los Estados Unidos y ojito derecho de Francia, país con el que mantiene una extraordinaria relación y al que le ha unido su histórica animadversión hacia España, fue apoyado sin fisuras por el bloque occidental. El Frente Polisario, que a pesar de las iniciales simpatías llegó a ser denostado por la población española, particularmente por la canaria, debido a su arraigada querencia por el apresamiento de pesqueros, acaso la única fórmula con la que contaba para hacer ver al mundo que ejercía un cierto control territorial, se aprovechó del apoyo bajo cuerda del bloque soviético. Mauritania, un país cuyas finanzas no estaban para demasiados trotes, acabó dándose por vencida y capituló ante los saharauis.
En medio de tal maremágnum, España, absorta en su reconstrucción política y administrativa tras cuarenta años de dictadura, con un gobierno cuya única preocupación consistía en mirar de reojo hacia una cúpula militar molesta por la estructura autonomista que se estaba conformando y escandalizada ante la espiral criminal de ETA, fue dando pasos hacia atrás y desligándose de cualquier asunto que lo vinculara al Sáhara Occidental. Tan solo las relaciones personales fraguadas durante años de convivencia entre saharauis y españoles, principalmente canarios, permitieron mantener viva la llama de un pasado común. Dichas relaciones desembocaron en la creación de organizaciones de apoyo, que con el paso del tiempo se han convertido casi en el único sostén efectivo de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD)
Pero acaso lo más sorprendente de lo ocurrido en los últimos 34 años no haya sido el desapego del último gobierno franquista y de los primeros ejecutivos democráticos hacia el conflicto. Después de todo, Adolfo Suárez se hallaba demasiado ocupado arreglando el patio propio como para ocuparse de lo que ocurría allende las fronteras, y Leopoldo Calvo Sotelo apenas contó con tiempo para actuar. Lo realmente asombroso ha sido que los gobiernos posteriores, los de Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, hayan hecho dejación de la responsabilidad española en el Sáhara Occidental y accedido con complacencia a convertirse en meros convidados de piedra.
Y es que España lleva tiempo mostrando su preferencia por una solución que reconozca la soberanía marroquí de forma paralela al logro de una cierta autonomía política para los saharauis, o lo que es lo mismo: ha tirado por el camino del medio, justamente el que propone Marruecos y apoya mayoritariamente la comunidad internacional, pero cuidándose mucho de no dar la nota, como si no tuviese nada que ver con lo que ha pasado, concediendo a los saharauis casi el mismo trato que a kurdos y tibetanos. En la actual coyuntura, si algo cabe reprochar al gobierno español no es la defensa de una opción u otra, sino su empeño en pasar desapercibido.
Porque guste o disguste a quienes acompañan estos días en el aeropuerto de Lanzarote a la activista Aminatou Haidar, la realidad ha acabado por imponerse a la justicia y la única salida posible al conflicto pasa por la fórmula de la autonomía administrativa. El siempre pendiente referéndum promovido por Naciones Unidas, una institución ninguneada hasta la humillación, resulta inconcebible a estas alturas ante la falta de acuerdo sobre el censo, máxime cuando la posibilidades de alcanzar un pacto entre ambas partes murieron el año pasado en las fallidas conversaciones de Manhasset, a las afueras de Nueva York. Y es que ni siquiera a la hora de aportar una sede para las negociaciones el gobierno español ha estado a la altura.
La RASD carece de apoyos de peso mientras Marruecos cuenta con los afectos de Estados Unidos y la Unión Europea, que ven en el reino alauita un freno efectivo al avance del islamismo radical. Ante tal panorama, la ansiada autodeterminación se torna en una mera utopía. Pero el gobierno español no parece que tenga intención alguna de recuperar el tiempo perdido, cuando menos de presionar para que la hipotética autonomía cumpla unos determinados requisitos. Los saharauis siguen mirando a Madrid mientras Madrid mira hacia otro lado. Treinta y cuatro años después de la chapuza, España les sigue dando la espalda.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 29 de noviembre de 2009

MOULINEX Y NERUDA

La Navidad se acerca y el temor se instala definitivamente entre quienes se consideran guardianes de las palabras. Confusos, rebosantes de miedo e intensificando más si cabe la solemnidad de sus plegarias, dirigen la mirada hacia las estanterías de las tiendas de electrodomésticos porque allí, junto a microondas y secadoras, sobre las baldas que dan sombra a vanguardistas aspiradoras, reposan decenas de libros electrónicos ávidos de propietario. Si nadie lo remedia, en pocos meses serán miles, y con el paso de los años merecerán el rango de ejército.
Los puristas de la literatura asisten impávidos a una revolución jamás imaginada. Las máquinas, que llevan siglos mostrando una devoción cuasi reverencial por los libros de papel, a quienes deben su creación en tanto sirvieron de depósitos del conocimiento, y con quienes se han llegado a aliar mediante ingenios tan contundentemente prácticos como la imprenta de Johannes Gutenber, amenazan ahora con sustituirlos.
Y es que el poder del universo digital es arrollador. Si una pantalla es capaz de transportarnos a cualquier lugar del mundo, de provocar llantos y risas, de azuzar ocultas pasiones, incluso de lograr que salte la chispa del amor eterno entre dos mortales -en ese caso un par de pantallas-, ¿cómo íbamos a pretender que el libro de toda la vida, de todos los siglos para ser más justos, un objeto tan simple, cuasi artesanal en estos tiempos que corren, quedase fuera de tamaña evolución?
Hasta el gran Vargas Llosa ha expresado abiertamente sus temores ante las consecuencias de la mecanización del libro, ante el riesgo de que las pantallas acaben por banalizar la literatura, de que el oficio de escritor, tan antiguo como los de asesino y meretriz y tan parecido a ambos, se torne en una suerte de esclavitud hacia lo efímero y pierda la vocación de atemporal que lo convierte en fedatario de la naturaleza humana.
Pero incluso el escribidor peruano es consciente de que no hay marcha atrás, de que los vendedores de electrodomésticos asumirán un irremediable protagonismo en el universo literario, de que los libros convencionales seguirán existiendo por los siglos de los siglos, de que los libreros también, y de que Cervantes, Shakespeare, Neruda y Auster compartirán anaquel con Fagor, Bosch, Siemens y Moulinex
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Santiago Díaz Bravo
La Opinión

martes, 17 de noviembre de 2009

33 AÑOS DE VERGÜENZA

Por buscar alguna excusa y tratar de justificar lo injustificable, puede que las incertidumbres sobre el futuro de España en el año 1976, al poco de la muerte del dictador, permitan dotar de un cierto grado de comprensión la vergonzosa decisión de un gobierno que abandonó a su suerte a miles de españoles saharauis, gentes indefensas que sufrieron las tropelías de un ejército que, como era tristemente previsible, tomó aquellos territorios a sangre y fuego.
Pero superada la vertiginosa etapa de transición hacia un sistema democrático, las autoridades españoles se han quedado sin argumentos para avalar la desidia en la que llevan instaladas hace la friolera de 33 años, agravando con su actitud, con ese irracional empeño en mirar hacia otro lado, lo que los libros de historia califican como el más desastroso proceso de descolonización llevado a cabo por un país europeo.
La inexistencia de una política clara y valiente sobre el problema saharaui hizo acreedores a Suárez, Calvo Sotelo, González y Aznar de un cero patatero. A Zapatero, maestro en el arte de hacer creer que con él las cosas cambiarán, dan ganas de ponerlo de rodillas con los brazos en cruz tras lo ocurrido con la activista Aminatu Haidar.
Y es que el Gobierno español está obligado a hacer compatible el necesario estrechamiento de lazos con Marruecos, un país que ha tomado la senda de la cooperación y el progreso, con la imprescindible atención al pueblo al que un día dejó cobardemente a merced del invasor. No se trata siquiera de defender unos planteamientos políticos, los de la RASD, a estas alturas de dudosa conveniencia para su propios ciudadanos, sino de adquirir personalidad propia en un debate internacional del que España, de forma harto incomprensible, ha optado por automarginarse para tornarse en un pueril pelele.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 18 de octubre de 2009

LA PACIENCIA TIENE PREMIO


La política es una disciplina harto fluctuante. A principios de la década pocos daban un duro por ella como candidata a la Alcaldía lagunera; transcurridos los años, Ana Oramas amasa una fortuna de posibilidades de suceder a Paulino Rivero.

Una mañana años atrás, poco después de que los gallos se explayaran, Ana Oramas telefoneaba al subdirector de un periódico para expresarle una amarga queja: una redactora había despachado la crónica sobre una entrevista televisiva a su persona con un titular en el que revelaba su rotundo desinterés por la candidatura a la Presidencia del Gobierno de Canarias. A la entonces primera dama de la ciudad de los adelantados se le había atragantado el desayuno tras leer una frase entrecomillada cuyo origen, según subrayó, se debía exclusivamente al afán de la periodista por regalar a sus lectores una noticia altisonante. Tanto insistió en que no había dicho aquello que todos quienes estaban al tanto del asunto llegaron a idéntica conclusión: Ana Oramas bebe los vientos por situarse algún día al frente de los designios de los canarios.
Y no era para menos, porque a la alcaldesa lagunera hacía tiempo que se le había quedado pequeño el despacho, justo tras vencer en unas elecciones municipales en las que se había visto obligada a hacer frente a una doble rémora: por un lado, un candidato que repetía tras haber ganado los comicios anteriores y se había convertido en una suerte de mártir político; por otro, las acusaciones y reproches que dicho candidato y muchos otros representantes de la oposición le habían dirigido durante un cuatrienio por haberle arrebatado el poder a la lista ganadora, muestra más que contundente de su apego a los cargos y de un notorio desprecio por la democracia. Pero en el caso de que aquellas maledicencias hubieran sido ciertas, los ciudadanos se las habían perdonado. Es más: la habían premiado con el empujón necesario para una carrera política fulgurante.
La victoria de Ana Oramas en las elecciones locales de 2003 sorprendió a extraños y a propios. A extraños porque los socialistas se las prometían enormemente felices frente a una usurpadora que, sin lugar a dudas, iba a ser castigada por el espíritu justiciero de los laguneros. A propios porque eran contados quienes en su propio partido estaban dispuestos a dar un duro por ella. Aquel triunfo, en el que siempre creyó su principal confidente y mentor, nada menos que el hoy presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, al que se sumó cuatro años más tarde una aplastante mayoría absoluta, la convirtió a los ojos de los dirigentes nacionalistas en una persona llamada a grandes retos. Cosas de la vida, transcurridos dos lustros se ha tornado en una de las hipotéticas amenazas para que quien apostó por ella con todas sus fuerzas repita como candidato a la jefatura del Ejecutivo autonómico.
Después de acceder a su segundo mandato como alcaldesa no ha pasado ni un solo día en el que no se haya especulado acerca del futuro político de Ana Oramas. Las primeras quinielas la situaban como sucesora de Ricardo Melchior al frente del Cabildo de Tenerife, máxime tras las continuas insinuaciones de éste sobre su pronta retirada, pero una decisión anunciada por sorpresa hace un año, el adiós al Ayuntamiento para dedicarse en exclusiva a su labor como diputada nacional, truncó las apuestas y confundió a los parroquianos de la política canaria. La génesis de su exilio en la Carrera de San Jerónimo jamás quedó suficientemente explícita, sencillamente porque los siempre recurrentes motivos personales, en este caso la necesidad de prestar mayor atención a la familia, difícilmente casan con una persona a la que se le presupone una considerable ambición política.
Pero el tiempo todo lo aclara, y el transcurso de los meses ha dado la razón a quienes aquella mañana de primavera, alrededor de una mesa de redacción y tras una airada llamada telefónica, llegaron a la conclusión de que las miras de Ana Oramas eran muy altas.El abandono de los quehaceres municipales, la posibilidad de codearse con lo más granado de la política nacional, es un paso más dentro de un proyecto, o lo que es lo mismo, la antesala de su despegue hacia la candidatura a la Presidencia del Ejecutivo autonómico. La mayoría absoluta lograda en 2007, lejos de afianzar su apego a la gestión local, acabó por convencerla de que contaba ante sí con un universo de posibilidades.
La cuasi desaparición de Coalición Canaria en las islas orientales deja el camino expedito a los aspirantes de la provincia occidental al trono de Paulino Rivero, y no parece que su número sea elevado. De hecho, una vez eliminados el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, como consecuencia de la devaluación de su imagen tras aparecer vinculado a diferentes procesos judiciales, y el presidente del Cabildo, Ricardo Melchior, quien en realidad nunca ha sentido demasiado interés por emprender aventuras más allá del Palacio Insular, se reducen a dos: Ana Oramas y el sempiterno candidato de las islas menores, Antonio Castro Cordobez.
A Oramas y Castro les une el deseo de aspirar a la Presidencia del Gobierno de la misma forma que les diferencian las prisas. La primera se plantea tal objetivo a medio y largo plazo; el político palmero teme que el tiempo se le venga encima sin haber alcanzado la tan ansiada meta.La ex alcaldesa, que entiende la política como una carrera de fondo, no vería con malos ojos una segunda designación como cabeza de lista de CC al Congreso, tanto por el bagaje parlamentario que ello le acarrearía como por la posibilidad de fortalecer su proyección pública en todo el Archipiélago durante cuatro años más. Evidentemente, en esa actitud de admirable paciencia tienen mucho que ver unas perspectivas electorales poco halagüeñas para los nacionalistas. Y es que para quien cuenta la paciencia entre sus virtudes, esperar es sinónimo de asegurar.Así las cosas, a Paulino Rivero sólo podría sorprenderle un adversario a batir, Antonio Castro Cordobez, cuya capacidad de influir en las decisiones del partido ha quedado de sobra contrastada en los últimos años.
De momento, Castro aparenta tranquilidad desde su reclusión en las dependencias del Parlamento canario, pero nadie ignora que sueña con poner un broche de oro a su dilatada carrera. Además, lleva años reivindicando un papel protagonista en las listas de CC para una isla ajena a Tenerife, una suerte de exigencia que suma cada vez más adeptos en las siempre revueltas filas nacionalistas. De sobra sabe el veterano político palmero que nada ganaría abriendo el debate sucesorio antes de tiempo. Su momento, si finalmente se postula, llegará poco antes de que el partido se aventure a elegir al candidato.
Pero si hay conflicto, Oramas lo observará desde la distancia, asumiendo lo que decida la organización y esperando a que se materialice su oportunidad, probablemente en 2015, porque es consciente de que tiene todo a su favor. Lo primero, la falta de rivales. Lo segundo, el tiempo. Lo tercero, su condición femenina, porque pocas iniciativas lucen tan originales e innovadoras en la política moderna como presentar a una mujer de candidata. El único riesgo es que pueda adelantarse el adversario, en este caso el PSOE, donde la figura de la delegada del Gobierno estatal en las islas, Carolina Darias, sube enteros de forma paralela al debilitamiento de Juan Fernando López Aguilar. Si la opción de Darias se concretase, muchas de las miradas dentro de Coalición Canaria convergerían en la ahora diputada nacional, quien acaso vería adelantarse sus planes.
Mientras, con la estimable colaboración del que fuera mano derecha del ex presidente Adán Martín, Daniel Cerdán, un hombre con experiencia, conocedor de los entresijos del poder y capaz de tejer un estrategia sólida, Ana Oramas, cuyo don de gentes quedó en evidencia en su etapa municipal, va ganando adhesiones al tiempo que contempla el devenir de los acontecimientos. Nadie mejor que ella sabe que la paciencia tiene premio.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 11 de octubre de 2009

SI PLATÓN ALZARA LA CABEZA


Las mociones de censura proliferan en Canarias como nunca antes. En el origen del fenómeno subyace el surgimiento de una clase política profesionalizada y la pérdida de los valores ideológicos. Ha llegado la temida hora del poder por el poder.

Si Aristocles Podros, alias Platón, hubiese tenido la oportunidad de asistir a la sesión plenaria celebrada el martes en el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, en la que la alcaldesa Dolores Padrón fue obligada a ceder el bastón de mando al incombustible Marcos Brito, probablemente habría llegado a la conclusión de que la más conocida de sus obras, La República, cuyos radicales planteamientos en pro del gobierno de los sabios suavizó posteriormente en otro de sus textos célebres, Las Leyes, es perfectamente aplicable a la realidad política del siglo XXI, nada menos que 2.300 años después de haber sido escrita. A fin de cuentas, la idea que subyace en La República es harto simple: la práctica política, en manos de gentes inadecuadas, acaba por banalizarse y corre el riesgo de deteriorarse en exceso.
Pero las tesis de Platón, pensador universal y padre de buena parte de los planteamientos filosóficos que se han sucedido a lo largo de los siglos, trascienden lo que pueda acaecer en una pequeña localidad turística del norte de Tenerife para ser susceptibles de aplicarse a la praxis política del resto de los municipios canarios y del país. Y también, cómo no, a la restantes administraciones, porque en un mundo sin fronteras el trasvase de los modus operandi afecta a lo bueno, lo malo y lo peor.
La democracia, el más justo y teóricamente menos dado a los excesos de los sistemas políticos puestos en práctica por el hombre, cuenta entre sus grandezas la posibilidad de que cualquier ciudadano acceda a cargos de representación pública. Esa imprescindible apertura de la maquinaria de mando no se topa con más filtro que el de la nacionalidad y las sanciones penales y administrativas. Listos y tontos, hábiles e incapaces, honrados y corrompidos, tienen las puertas abiertas de par en par para convencer a sus iguales de que se hallan ante la persona idónea para manejar el timón de la nave. En tal tesitura, la virtud corre el riesgo de tornarse en decadencia.
Hasta hace unos años, el perfil del aspirante a ocupar un cargo de responsabilidad política era el de una persona entrada en años, por lo general con una contrastada experiencia en los ámbitos profesional o académico, las más de las ocasiones con la vida resuelta en lo económico y, condición sine qua non, acreedora de un notable prestigio social bien entre la mayoría de los paisanos de su demarcación política, bien entre sus acólitos ideológicos, porque la ideología, la defensa de un determinado modelo de organización política y económica, unida al ansia de transformar la sociedad hacia dicho modelo, era la fuente de energía capaz de comprometer a tales personas con los siempre complejos quehaceres de la cosa pública.
Tal perfil se ha ido convirtiendo en objeto de museo de forma directamente proporcional al preocupante proceso de conformación de una clase política profesionalizada, que precisamente por esta última condición contraviene el espíritu mismo del "gobierno de todos".
La inmensa mayoría de los ciudadanos que hoy en día se adentran en el laberinto político carecen de un bagaje vital, profesional y académico lo suficientemente extenso para ser plasmado en más de siete u ocho líneas de texto. Deciden dedicarse a tan honroso menester a muy temprana edad, las más de las veces ingresando en organizaciones juveniles vinculadas a partidos políticos poderosos, y a pesar de que en muchos casos atesoran el deseo de mejorar su entorno, la disciplina ideológica cuasi militar que caracteriza a tales organizaciones acaba matando cualquier atisbo de disentimiento.
El pensamiento único se ha convertido, valga la redundancia, en la única tarjeta de visita aceptada. Basta con echar un vistazo a los ayuntamientos de las islas, los cabildos y la propia administración autonómica para advertir la existencia de contundentes prototipos de esa nueva clase política, una estirpe que se ha doctorado en el ámbito nacional con la llegada al Palacio de La Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los más claros exponentes del político profesional, que a su vez se ha hecho rodear en puestos de responsabilidad por jóvenes sin profesión conocida y con una experiencia vital que va poco más allá de la emancipación familiar y las primeras riñas de pareja.
Los partidos políticos modernos han perdido el horizonte ideológico para tornarse en oficinas de colocación. El objetivo es acaparar poder, el máximo posible y durante el mayor tiempo posible. La paciencia no encuentra acomodo en tales organizaciones, cuyo éxito depende en exclusiva del favor de la opinión pública. Y precisamente por ello han dejado de lado los planteamientos ideológicos, porque predicar unas determinadas ideas requiere tiempo para quien las expone y tiempo para quien las escucha, unos condicionantes que se antojan imposibles en un mundo donde impera lo efímero.
La vorágine de un periodo histórico marcado por la preeminencia de los medios de comunicación audiovisuales, en el que los partidos se las ven y desean para intercalar sus mensajes entre los cada vez más competitivos contenidos televisivos, ha enviado a los ideólogos a las oficinas del paro y ha dejado vía libre a los publicistas. Nada que objetar desde un punto de vista estrictamente laboral cuando lo cierto es que la ideología ha pasado a mejor vida. Su espacio ha sido ocupado por lemas del tipo "yes, we can", que lo mismo sirve para ganar unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos que para vender millones de botellines de Coca Cola Zero.
Los partidos carecen de planteamientos ideológicos de peso, y los ciudadanos que se aferran a unos líderes y a unos colores lo hacen de forma visceral, como quien se transforma en incondicional seguidor de un equipo de fútbol. Si un defensa propio le rompe la crisma al delantero del equipo contrario dentro del área, la única explicación posible es que el adversario se ha dejado caer, diga lo que diga el árbitro.
Ante tal panorama, con la política convertida en el necesario medio para el logro de un fin inmediato: el poder, imprescindible para justificar la propia existencia de las organizaciones políticas, la única vía posible es exprimir las leyes a fin de alcanzar la meta, independientemente de cuál haya sido la voluntad de los electores y de si los necesarios aliados se encuentran en el vecindario o en las antípodas ideológicas.
Esa ansia de mando inmediato explica paisajes políticos como los que pueden contemplarse en Canarias, donde a pesar de que se atraviesa una crisis que aconseja prudencia y estabilidad, a lo largo de los dos últimos años se han sucedido nada menos que 19 rupturas de acuerdos entre partidos y 10 mociones de censura. Se trata de una cifra tan contundente que surge la irremediable pregunta: ¿qué motivos arguyen los promotores de las mociones de censura para llevarlas a cabo?
La respuesta es sencilla: una característica común de los cada vez más numerosos aficionados a la presentación de mociones de censura es su aversión a justificar tal decisión con argumentos objetivos. Las mayoría de las veces el alcalde ejerciente no ha robado dinero, o al menos no existen pruebas de ello, el municipio vive más o menos en paz y los vecinos prestan más atención a los resultados de la Liga que a los tejemanejes políticos. Así las cosas, se atribuyen una representación ciudadana que trasciende claramente las fronteras democráticas: "Nuestra decisión responde al clamor popular", tal fue la justificación esgrimida por el propio Marcos Brito. Curiosamente, la apelación al "clamor popular", en este caso a su favor, fue el mismo recurso que empleó la hasta ese día alcaldesa para desacreditar la censura en su contra.
El asalto al poder al menor resquicio, desde el mismo momento que las matemáticas políticas lo hagan posible y sin atender a situaciones reales de desgobierno, se ha convertido en un fenómeno intrínseco a la política canaria cuyos detractores probablemente mañana se conviertan en cómplices. Y viceversa.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 4 de octubre de 2009

ZAPATERO NECESITA CARIÑO

Coalición Canaria lo ha vuelto a lograr. Con sólo dos diputados ha sido capaz de negociar de tú a tú los presupuestos estatales. La necesidad de apoyos de un presidente del Gobierno en horas bajas ha facilitado tan alto grado de entendimiento.

En política, cuando alguien aparentemente ofrece algo a cambio de nada, sólo existen dos explicaciones: maneja información que los demás desconocen o, simplemente, se halla sumido en un ingente grado de desesperación que le obliga a hacer favores para posteriormente pasar la gorra. En ocasiones ambos escenarios llegan a superponerse. Cómo, si no, explicar el sorprendente trato que recibe Canarias en el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para 2010. La suma de obra pública y convenios a financiar arroja un resultado negativo para las Islas: 25 millones de euros menos que en el presente ejercicio, pero en el país de los ciegos el tuerto es el rey, y tal y como están las cosas el presidente canario, Paulino Rivero, haría bien en ir buscando el canto con el que golpear su pulcra dentadura.
El Ministerio de Economía y Hacienda jamás lo ha tenido tan fácil para justificar una considerable reducción de la aportación estatal a las comunidades autónomas. La crisis, a la que no es ajena ni una sola de las instituciones públicas de este país, se ha tornado en la perfecta patente de corso para convertir el no en la respuesta habitual al incesante chaparrón de exigencias autonómicas. Y a buen seguro que así lo ha entendido la ministra Elena Salgado. Basta con echar un vistazo al cuadro de inversiones previsto por el Estado para el próximo año para comprobar que el gasto baja sensiblemente en la mayoría de las comunidades autónomas, incluidas algunas de las gobernadas por el PSOE. Sube en otras, unas pocas, y prácticamente se mantiene en Canarias, donde la reducción se limita a un 1,07%. No obstante, si se toma como referencia el total de la inversión estatal, las Islas pasan de recibir el 2,3 % en 2009 al 2,4% el próximo año.
Junto al Archipiélago, sólo incrementan su participación en el global de la inversión estatal País Vasco, La Rioja, Navarra, Extremadura y Castilla y León.
Pero por si quedara alguna duda de que el huevo, como reza el dicho popular, quiere sal, la Comunidad Autónoma de Canarias se ha encontrado con un regalo valorado en nada menos que 245 millones de euros: la cifra que queda eximida de pagar el próximo ejercicio en concepto del extinto ITE. Y todo ello sin contabilizar los cuantiosos fondos estatales que a partir de 2010, y probablemente durante un trienio, recibirá el Archipiélago dentro del denominado Plan Canarias, una suerte de bálsamo contra la crisis que, digan lo que digan Rivero y el vicepresidente segundo del Ejecutivo estatal, Manuel Chaves, cabe considerar clave para que tanto el Gobierno canario como la propia Coalición Canaria se hayan decidido a cultivar nuevas y productivas amistades.
Siete es el número clave para el presidente del Gobierno estatal, José Luis Rodríguez Zapatero, porque siete son los votos necesarios de los diputados de la oposición para aprobar la ley más importante del año, la de los Presupuestos Generales, que adquiere mayor protagonismo si cabe en un escenario donde el vil metal brilla por su ausencia. En el caso de que esos ansiados sufragios no se consiguieran, Zapatero y los suyos sufrirían el mayor varapalo en sus seis años al frente de los designios de España. Pero su intención es ir mucho más allá.Y es que el presidente del Gobierno hace meses que contempla desde su trinchera en el Palacio de la Moncloa la celeridad con la que pierde afectos entre la opinión pública, producto de las dudas que alberga el respetable acerca de la capacidad de su primer ministro para hacer frente a los problemas que atraviesa España, principalmente el que lleva camino de convertirse en el deporte nacional: la destrucción de empleo.
La espantada del anterior ministro de Economía, Pedro Solbes, acaso el miembro del equipo gubernamental al que la ciudadanía consideraba más serio y menos dado a los histrionismos de los ministros novatos, ha acrecentado esa sensación de duda sobre la existencia de unos criterios políticos claros. Para más inri, Solbes, despechado y mal encarado con el propio Zapatero, cada vez muestra una boca menos chica a la hora de desacreditar las decisiones adoptadas por su ex jefe en materia económica, empezando por las dádivas repartidas en el proceso de reforma de los estatutos de autonomía, principalmente en el caso del catalán, y acabando por los presupuestos previstos para 2010.
Ante tan sombrío panorama, Zapatero necesita más que nunca acallar las voces críticas y la inquietud del populacho, y para ello el primer e imprescindible paso es evitar el descalabro en la votación a los presupuestos, que en el caso de producirse llevaría al líder del PP, Mariano Rajoy, a elegir las cortinas para su nuevo despacho junto a la carretera de La Coruña. El segundo es ir más allá de una victoria pírrica, aunar un apoyo superior al logrado para el presupuesto del presente ejercicio, lo que convertiría a otras fuerzas políticas en cómplices de las cuentas públicas y dotaría al Gobierno de una mayor fortaleza ante los ojos de los españoles.
Las matemáticas parlamentarias resultan harto diáfanas para un gobierno que se ha empeñado durante los últimos años en enemistarse con buena parte del vecindario, sobre todo con los nacionalistas catalanes, antaño tan magníficos colaboradores y cuyos diez votos, una vez desterrados de la Generalitat, se han perdido para la causa. Así, descartados tanto CiU como el PP, el Ministerio de Hacienda y el Grupo Parlamentario Socialista llevan meses tratando de ganarse los favores de los seis diputados del PNV, un partido que a pesar de haber sido desalojado del Palacio de Ajuria Enea ansía convertirse en el principal aliado del PSOE en materia presupuestaria, un papel que permitiría mitigar su pérdida de protagonismo en la realidad política vasca.
Dando por hecho que los tres parlamentarios de Esquerra Republicana cumplirán fielmente los acuerdos del tripartito catalán, y que tampoco será complicado hacerse con el voto afirmativo de UPN, el siguiente empeño del Gobierno ha sido ganarse a los dos diputados de Coalición Canaria, que una vez más ha logrado convertirse en objeto del deseo a pesar de su exigua presencia en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo.
El papel jugado por la portavoz de los nacionalistas canarios en el Congreso, Ana Oramas, ha resultado clave en todo el proceso. A su buena sintonía con los responsables parlamentarios del PSOE se ha sumado una notable prudencia a la hora de realizar declaraciones que entorpecieran unas más que provechosas negociaciones. El éxito en la misión ha sido tal que su peso político ha crecido, a la vez que se ha afianzado su papel de sucesora de Rivero en las filas de Coalición Canaria.
El teatrillo continuará hasta el 17 de diciembre, fecha prevista para que el Congreso apruebe los presupuestos, pero las cosas hace tiempo que han quedado claras. Coalición Canaria, le guste o disguste a sus socios del PP, que con seguridad no estarán dando saltos de alegría, ha retomado la vieja costumbre de aliarse con el más fuerte, el poseedor de la llave que da acceso a la caja fuerte.De forma paralela ( y van unas cuantas entre PSOE y PP), los dirigentes del aparato estatal socialista no han tenido reparos en desenterrar su antigua amistad con quienes se han convertido en encarnizados rivales de su hombre fuerte en las Islas, Juan Fernando López Aguilar, cuya perenne inquina hacia todo lo que tenga que ver con el nacionalismo canario ha quedado en un segundo plano como consecuencia de la necesidad de cariño parlamentario del jefe supremo.
Por mucho que los diputados canarios del PSOE intenten arrogarse el triunfo, CC los ha ninguneado una vez más. Falta poco para escuchar la tan manida frase: las negociaciones presupuestarias han sido cosa de dos, sin intermediarios capaces de hacer sombra a la siempre desconcertante fuerza que pueden ejercer dos solitarios diputados en los complicados engranajes del poder legislativo.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

domingo, 27 de septiembre de 2009

EL LENTO ADIÓS DEL HIJO PRÓDIGO


Zerolo está tranquilo. Confía en que, llegado el caso, la posibilidad de que el PP salga por la puerta falsa del Gobierno autonómico desarticulará cualquier moción de censura. Eso a pesar de intuir que desde CC ya no se le quiere como antaño.

Acaban de decir en la radio que no es verdad". Tras un breve silencio, la voz del concejal truena al otro lado de la línea: "¿Qué quieres, que me arriesgue a confirmarlo?". Populares y socialistas lo niegan ante los micrófonos cinco minutos antes de reconocerlo en conversaciones de pasillo y telefónicas: representantes de ambos partidos mantienen reuniones periódicas desde pocos días después de que el alcalde nacionalista de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, destituyera al líder del PP capitalino, el siempre controvertido Ángel Llanos. El objetivo: la alcaldía.
Calculadora en mano, socialistas y populares han especulado largo tiempo sobre los pros y contras de una moción de censura. En un principio se trató de conversaciones sin rumbo fijo, un continuo querer y no poder susceptible de llegar a ninguna parte. Pero empleando el símil futbolístico, a PSOE y PP se la han puesto como a Cardeñosa, a medio metro de la portería y con el cancerbero trastabillándose hacia el suelo. Lo que hace unos meses no pasaba de ser un sueño, arrebatarle el poder municipal a los insularistas por vez primera tras la reimplantación de la democracia, ha adquirido visos de probabilidad tras los continuos varapalos judiciales sufridos por el alcalde y su equipo en asuntos especialmente sensibles para la opinión pública.
El previsible derribo del edificio peyorativamente conocido como ´mamotreto´, un parking ubicado en la entrada a la popular playa de Las Teresitas, como consecuencia de una pésima praxis administrativa y política, ha supuesto un notable contratiempo para Zerolo, que había fiado buena parte de su crédito político a la transformación del entorno de dicha playa. Su empeño ha desembocado en el conflicto judicial más célebre de la reciente historia de Canarias, cuyas ramificaciones, implicaciones y responsabilidades delimitará una cada vez más lenta administración judicial.
La Opinión publicaba días más tarde que la fiscal anticorrupción de la provincia tinerfeña, María Farnés, iba a emprender una concienzuda investigación sobre las concesiones de obras municipales, en concreto las que permitieron la conversión del instituto García Cabrera en sede de parte de las oficinas de la corporación, con un coste superior a los 8 millones de euros, y algunas de las que se vienen realizando dentro del Plan E, cuyo importe supera los 40 millones. Se trataba de otro contundente misil a la ya de por sí debilitada credibilidad política del alcalde de Santa Cruz. Pero quedaba un tercer impacto, acaso el más severo.
El Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC) hacía público el pasado lunes el fallo en el que declara nula la decisión adoptada por el pleno de Santa Cruz de privatizar la compañía municipal de aguas, Emmasa, un paso adelante que concitó en su día un aluvión de críticas desde diferentes sectores políticos, institucionales y vecinales. Era la joya de la corona, una empresa que a pesar de su carácter público funcionaba razonablemente bien y, lo más sorprendente, obtenía beneficios año tras año.
El equipo de Zerolo justificó en su día la privatización en los importantes ingresos que obtendría el Ayuntamiento, 60 millones que se destinarían a mejorar infraestructuras. Lo que acaso ignoraba la compañía Sacyr Vallehermoso, que contra todo pronóstico se hizo con la mayoría de la sociedad, era que se había incumplido el preceptivo proceso de información pública, un desliz subrayado por el TSJC que ha dado al traste con otro de los grandes proyectos municipales y que, en el peor de los casos, podría suponer para la administración santacrucera el desembolso de unos 90 millones de euros.
Los problemas se acumulan en las gavetas del despacho de Miguel Zerolo, debilitado políticamente como jamás lo había estado antes. Su crítico estado no ha pasado inadvertido para una oposición que lleva demasiado tiempo esperando su oportunidad. Incapaz de captar para sus listas a candidatos capaces de neutralizar la impresionante maquinaria electoral de Coalición Canaria, contempla ante sí una oportunidad sin precedentes para asaltar el poder municipal. Incluso los más prudentes, quienes se mostraban hasta hace poco partidarios de contemplar desde un segundo plano la caída de Zerolo, se debaten ahora entre dicha estrategia o el aprovechamiento de una coyuntura que cabe calificar de histórica.
PSOE y PP intuyen, además, que cuentan con argumentos de sobra contundentes para que la opinión pública entienda la operación y vea con buenos ojos la entrada en escena de un nuevo alcalde. Pero entonces llega la necesaria y temida decisión: ¿quién debe ser la persona llamada a sustituir al hasta ahora incombustible Zerolo? Las matemáticas políticas apuntan en dirección al PSOE, la oposición mayoritaria, pero apoyar a un candidato socialista no sería bien asumido por el aparato del PP, y lo mismo puede decirse con respecto a los socialistas y un hipotético candidato popular. Solución: ofrecer el liderazgo de ese peculiar gobierno de salvación a quien puede convertirse en el tercero en discordia, Ciudadanos de Santa Cruz, y en concreto a su líder, Guillermo Guigou, que a pesar de haber mejorado notablemente sus tensas relaciones con CC, hasta el extremo de "colaborar" en la labor de gobierno, se ha preocupado por mantener una cierta distancia con Zerolo, con quien jamás ha tenido buena sintonía.
Con todo, el alcalde de la capital se encuentra tranquilo. Confía que en el peor de los casos el líder del PP canario, José Manuel Soria, desarticule cualquier intento de pacto entre Llanos y el PSOE, no sea que tal operación pudiera costarle al partido la salida del Gobierno autonómico. Sabe, asimismo, que los socialistas santacruceros, divididos como de costumbre, defienden en su seno posturas encontradas acerca del posible pacto con los populares, si bien las declaraciones realizadas el viernes por el principal responsable de la agrupación local del PSOE, José Manuel Corrales, viendo con buenos ojos la operación si se cumplen determinadas condiciones, tal vez haya logrado que se enciendan las alarmas en CC. Corrales era hasta hace unos días uno de los más enconados opositores a pacto alguno con el PP.
Pero acaso lo que Miguel Zerolo no podía prever era que la decisión de romper con Ángel Llanos y los suyos, un golpe sobre la mesa que llevó a cabo sin consultar previamente con el partido, iba a toparse con duras críticas dentro de la propia organización nacionalista, donde se entiende que no se trataba del momento más adecuado para andar realizando experimentos.
La noticia de la posible moción de censura ha acentuado la preocupación en CC, aunque a decir verdad no todo son caras largas, al menos en privado. El sempiterno candidato a suceder a Zerolo al frente de la candidatura nacionalista al Ayuntamiento, el vicepresidente del Cabildo José Manuel Bermúdez, sabe que cualquier error del todavía alcalde, y últimamente se le pueden atribuir unos cuantos, alimenta sus opciones de situarse al frente de la lista electoral. A ello se une el hecho de que buena parte de los más destacados cargos del equipo de Zerolo formen parte de la guardia pretoriana de Bermúdez, que se ha esmerado en los últimos años en aumentar su control sobre la organización municipal del partido y, al mismo tiempo, en reforzar su imagen en los diferentes barrios y entre las numerosas asociaciones de vecinos.
Además, ni Bermúdez, un hombre cercano al presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, ni el resto de los pesos pesados de CC ignoran que Zerolo ha flirteado con otras opciones políticas de corte radical, e incluso que se ha planteado participar en la fundación de una nueva organización. Tal actitud ha hecho que pierda apoyos dentro de la propia CC, donde a estas alturas se contempla a Zerolo más como un problema que como una opción de futuro.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

jueves, 30 de julio de 2009

UN INFORME DE RISA


Perdonen ustedes que me entre la risa floja al leer las conclusiones del informe del Consejo General de Enfermería sobre la muerte de Rayan, el bebé al que una inexperta e imprudente enfermera suministró un preparado lácteo por vía intravenosa. Reza dicho informe (ahora aguántese usted la carcajada, si es que puede) que la joven nunca debió asumir la responsabilidad de atender a recién nacidos porque su capacitación profesional se limita a pacientes de cuidados generales. O lo que es lo mismo: la muchacha tenía que haber obviado la orden de su jefa y mandarla a freír espárragos si hubiese sido menester, que un desempleado más casi ni se nota en estos tiempos que corren.
Pero los mandamases del Consejo General de Enfermería, empeñados en alegrarnos el día con un humor cuya sofisticación nos recuerda la del maestro Arévalo, apuntan al mismo tiempo que la enfermera supervisora jamás debió enviar a la joven a la unidad de neonatos. O dicho de otra forma: tenía que haberse plantado en el despacho del director del hospital para conminarlo a contratar más personal so pena de cortarse las venas, que en un centro hospitalario de tales dimensiones un par de suturas más, un par menos, ni dan trabajo ni se tienen en cuenta.
Y guarden fuerzas, que viene lo mejor y corren el riesgo de que se les desencaje la mandíbula: el informe reprocha al gerente del centro que haya permitido la presencia de enfermeras inexpertas en el área de bebés. Vamos, que el buen señor tenía que haber visitado al consejero de Sanidad y además de darle los buenos días, tardes o noches, según correspondiese, haberle puesto sobre la mesa un listado de necesarias contrataciones ante las que no cabía un no por respuesta.
Y perdone que acabe, pero es que además de terminarse la columna, tanta risa se vuelve insoportablemente triste.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

miércoles, 29 de julio de 2009

LA AMBICIÓN DE LLANOS


La ambición es uno de los motores que mueven el mundo. Sin ella la humanidad no disfrutaría ni de la mitad de los logros de los que hoy en día puede enorgullecerse. Contrariamente al tópico que la sitúa en el listado de vicios humanos, su aportación cabe considerarla imprescindible para el desarrollo del hombre y de las sociedades. Pero es al mismo tiempo un arma de doble filo, una virtud tendente a volverse en contra de quien se muestre incapaz de dominarla, de quien se afane por seguir sus consejos sin medir los tiempos y las consecuencias de sus actos.
Ángel Llanos, destituido ayer de sus cargos en el Ayuntamiento de Santa Cruz, ha sido víctima de su desmesurada ambición política, que desde el primer momento enturbió las relaciones con un socio de gobierno tan acostumbrado al protagonismo como bisoño a la hora de compartir cámaras y micrófonos. Tal ha sido su afán por convertirse en un ser omnipresente en la vida municipal, de la misma forma que antes lo fue en el Cabildo, que la palabra paciencia jamás ha encontrado acomodo en su diccionario de práctica política. Y la paciencia no es sólo la madre de la ciencia: a veces es la única vía posible para colmar las legítimas aspiraciones.
Pero Llanos es un clarificador ejemplo de la nueva clase política, tan ansiosa por cumplir sus objetivos que ha convertido el otrora debate ideológico en un cuerpo a cuerpo sin tregua. El sosiego no encuentra cabida en la nueva escuela, donde la necesaria reflexión ha quedado relegada a un segundo plano. Los políticos, antaño corredores de fondo, se han tornado en esprínteres a tiempo completo, y tan veloces se muestran cuando se aprestan a alcanzar la meta como cuando las circunstancias les obligan a recular. Por ello podemos estar seguros de que el libro de Llanos aún no ha agotado sus páginas.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

martes, 28 de julio de 2009

GRACIAS A LA CRISIS


París, Londres, Roma, Cancún, Varadero y Santo Domingo se hallan este verano demasiado lejos para quienes sufren los sangrantes efectos de un maldito agujero en sus antaño exultantes carteras. Lanzarote y Fuerteventura también han quedado fuera del mapa, e incluso los siempre recurrentes complejos hoteleros del Sur. Así las cosas, y porque nada hay más necesario ni sano que cambiar de aires, el subconsciente colectivo ha aguzado el ingenio y el Cabildo ha tenido que hacer frente a una avalancha de solicitudes de acampada en los montes de la isla.
La misma crisis que ha llevado a un sinfín de familias a realizar un curso acelerado de productividad pecuniaria, que ha transformado en agricultores y ganaderos a fornidos obreros de la construcción, nos ofrece ahora la oportunidad de reencontrarnos con nuestro entorno natural, con esos peculiares parajes donde contemplar las estrellas es flotar en el espacio, despertar cada día es volver a nacer y apoyarse sobre un pedrusco para mirar derredor nos proporciona esa plácida sensación de haber descubierto un hermoso mundo.
Las comodidades de una cama mullida, una piscina clorada y un dispensador de cerveza tienen la culpa de que hayamos dejado de lado a la naturaleza, de que llevemos tanto tiempo sin visitarla y sin disfrutar de su hospitalidad. Ahora, gracias a la crisis, que algo bueno tenía que darnos, hemos vuelto a pedir sombra a nuestros árboles, a rogarles que nos mimen en estos complicados tiempos que nos han tocado vivir.
Y puede que cuando todo esto haya pasado, cuando los agujeros en nuestras carteras queden totalmente zurcidos, sigamos mirando hacia el monte porque nos hayamos enamorado de alguna de sus estrellas. Tal vez contemos con un motivo por el que darle las gracias a esta jodida crisis.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

lunes, 27 de julio de 2009

AVISO A EXCAVADORES


Una noche nos acostamos bereberes y unos cuantos ronquidos después nos despertamos fenicios, que acaso por aquello de ser un pueblo viajero y volcado en el comercio nos aporta más glamour y nos introduce de lleno en la alta sociedad precristiana. Tantos años mirando hacia el norte del vecino continente africano y ahora resulta que el origen de los primeros pobladores de este archipiélago se halla en el Mediterráneo. Un día de estos alguien va a descubrir que fumar es sano.
Los arqueólogos, biólogos y restantes estudiosos que han hallado en un poblado conejero los utensilios que nos hacen diez siglos más viejos no hacen sino cumplir con su deber: escarbar en el suelo porque bajo él se halla una verdad que, aunque siempre interpretable, será por un tiempo la verdad a la que podrán asirse las instituciones académicas, hasta que llegue algún otro estudioso de las cosas de antaño y nos convierta en descendientes de vaya usted a saber qué milenaria, perdida y lustrosa civilización. Porque bien podemos estar seguros de que seguiremos escarbando, empeñados en continuar la búsqueda de nosotros mismos a pesar de que hace ya tiempo que nos encontramos y de sobra sabemos quienes somos.
Y es que aquí no hay bereberes, fenicios, lusos ni galos de la misma forma que está todo lleno de bereberes, fenicios, lusos, galos y lo que sea, porque Canarias es un homenaje al mestizaje, una tierra de todos los pueblos y de ninguno, una encrucijada entre tres continentes que como no podía ser de otra forma, y por suerte, ha hecho suyo mucho de lo bueno que han traído quienes se han acercado por estos lares. Por ello, si a alguien se le ocurriese dentro de tres mil años excavar estas islas, probablemente creyese haber dado con una suerte de museo de las civilizaciones tan inclasificable como afortunado.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

viernes, 24 de julio de 2009

FECHAS PARA NO OLVIDAR


Existen acontecimientos y fechas que se inscriben en la historia a hurtadillas, como si ansiasen pasar desapercibidos, acaso sabedores de que será el futuro quien los sitúe en el lugar que les corresponde. Ayer vivimos una de esas fechas y uno de tales acontecimientos: 23 de julio de 2009, inauguración de la Fundación Cristino de Vera. Hoy tendremos la suerte de ser contemporáneos de otro de esos magnos eventos: 24 de julio de 2009, puesta de largo del Gran Telescopio Canarias. Porque la de ayer y la de hoy están lejos de ser unas inauguraciones más, unas visitas convencionales de Sus Majestades.
Quienes pueblen estas islas y este país dentro de unos siglos, siempre que el cambio climático no lo impida, leerán en los libros de historia, en la pantalla del ordenador o donde diablos se lea por ese entonces que en esas dos fechas, consecutivas, veraniegas e inmersas en una de las más graves crisis económicas que se recuerden, el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía fueron testigos del nacimiento en la ciudad de La Laguna de una de las instituciones culturales más importantes de Canarias, dedicada a quien se había convertido en uno de los más célebres artistas nacionales, y también de la apertura de una ventana al cielo en La Palma que con seguridad será en ese momento una ridícula antigualla tecnológica, pero a la que se le reconocerá su papel protagonista en el avance del conocimiento del universo.
Como otras tantas fechas y eventos, tendrán cabida en las primeras planas de los medios de comunicación. Pero a diferencia de otras tantas fechas y eventos, la inmensa mayoría, la historia probablemente les tenga reservado un epígrafe propio, y cuando nuestros descendientes repasen lo acaecido durante estos años seguramente comentarán que, a pesar de todo, también se hicieron cosas buenas.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

jueves, 23 de julio de 2009

MEDICINA Y MEDICINA


El principal riesgo que corren quienes practican la medicina en sus diferentes modalidades es creer que su misión acaba en las gasas, las jeringuillas y los bisturíes. Pasearse por los pasillos de un hospital con una límpida bata blanca y un estetoscopio colgado al cuello sólo evidencia que dicho señor o señora visita frecuentemente la tintorería, además de presuponérsele, con el aval de un diploma universitario, capacidad suficiente para suturar una herida sin desmayarse.
Un profesional de la medicina debe ser mucho más que un título colgado en la pared, mucho más que un sabelotodo capaz de recitar los nombres, apellidos y hasta el parentesco de los diferentes rincones del cuerpo. Debe comportarse como un humanista con la suficiente diligencia intelectual para diferenciar entre una persona y un maniquí, entre los cadáveres con los que realizó las primeras punciones y el ser humano que le mira a los ojos pidiéndole que le sane, cuando menos que mitigue el mal que le atosiga.
Un sanitario que haga honor a tal denominación jamás debe olvidar que el interior del cuerpo, además de vísceras, aloja grandezas y penurias, alegrías y miserias, sentimientos al fin y al cabo. Y tampoco debería obviar la existencia de sólidos aunque invisibles lazos entre los enfermos y quienes les quieren y sufren junto a ellos.
Los escalofriantes hechos relatados por Chaxiraxi Afonso, la madre del recién nacido que murió en el año 2000 por el error de un enfermero, marcan la frontera entre el imperdonable aunque comprensible error de un ser humano y la incomprensible y mezquina actitud de unos determinados responsables sanitarios, profesionales de pacotilla que gestionaron el caso con la misma delicadeza que un mecánico se deshace de un radiador. Y es que una bata blanca y un estetoscopio no son garantía de nada.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

martes, 21 de julio de 2009

LA CONQUISTA DE LA LUNA


Nada más triste que elevar los ojos al cielo y no hallarla, saberla cubierta por cúmulos que nos impiden admirar una noche más su imponente presencia, su incontestable egocentrismo cósmico. ¿Qué sería de nuestras vidas sin ella? ¿A quién pondríamos por testigo de nuestros amores, desamores y andanzas varias? ¿Dónde recalaríamos cada vez que nuestras mentes se perdiesen dentro de sí mismas? ¿Qué ocurriría con nuestros mares? ¿Qué haríamos tras pasar por la vicaría: irnos de marte de miel, de saturno, de júpiter...? ¿Cómo podríamos imaginar a Valencia sin su brillo? ¿Hacía dónde hubiese mirado el maestro García Lorca para componer su memorable romance? ¿Qué pediríamos más imposible? ¿Dónde encontraría trabajo el hombre-lobo con esta crisis que nos atenaza?
Llegó antes que nosotros. Se instaló ahí al lado, casi a tiro de piedra. Desde lo alto nos ve nacer, crecer, hacer el tonto y morir. Todo lo contempla y todo lo sabe. En ocasiones parece que nos sonríe igual que una madre que se alegra de la suerte del hijo bien amado; a veces muestra una faz adusta, dura, tal que estuviese a punto de abroncarnos por vaya usted a saber qué travesura. Si se fuese de la lengua más de uno querría meter la cabeza bajo tierra; si contase historias bellas, contaría las más hermosas que nuestros oídos hubieran escuchado jamás.Tanto le debemos que era obligado visitarla, agradecerle todo lo que nos ha dado y nos seguirá regalando.
Estados Unidos de América, el papaíto del planeta, fue el encargado de enviar a Neil Armstrong y Buzz Aldrin con sus zapatones. Como es menester, hubo intercambio de regalos: ella nos obsequió con unas cuantas piedras; nosotros a ella con la bandera de las barras y estrellas. Nos desvivimos por conquistarla hace ahora 40 años, pero fue ella quien nos conquistó a nosotros hace ya muchos siglos.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

lunes, 20 de julio de 2009

COLLEJA A DON FRANCISCO


Una nación debe tener el mismo derecho a vanagloriarse de su pasado que a avergonzarse de algunos de los hechos y personajes que conforman su historia. Situar en el mismo lado de la balanza lo bueno y lo malo sería, además de una mentira, una estupidez, porque no existe ni un solo motivo para ocultar los pecados propios, máxime cuando por más que lo intentásemos jamás hallaríamos un solo estado que no guarde un álbum de vergüenzas.
La diferenciación entre lo que una sociedad considera éxitos y lo que tilda como fracasos, una división clara, aunque siempre discutible, entre lo positivo y lo negativo de lo acaecido décadas y siglos atrás, se torna en un sano ejercicio de reflexión colectiva, susceptible incluso de fortalecer el sentimiento de pertenencia a un grupo.
Los estados están lejos de ser entes inertes. Están tan vivos como cualquier organismo biológico. Nacen, crecen, enferman, sanan, se transforman y en ocasiones, incluso, fallecen. Proclamar a los cuatro vientos las bondades de una nación sin hacer siquiera referencia a sus miserias es una negación de la evidencia, como bien han entendido los alemanes, empeñados en trazar una frontera no sólo histórica, sino incluso penal, entre un garbanzo negro llamado Adolf Hitler y todo lo bueno que ha atesorado el pueblo germano durante centurias.
Por ese motivo, porque nada sería más injusto e hipócrita que hacer sitio en el mismo saco a ángeles y demonios, decisiones como la adoptada por el Ayuntamiento de Santa Cruz de retirar a Francisco Franco los honores de hijo predilecto hacen más nítida la historia de España, siempre compleja, siempre interpretable, pero sobre todo huérfana de una distinción contundente entre los acontecimientos y personajes que promovieron el avance de este país y quienes lo sumieron en un evidente retroceso.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

viernes, 17 de julio de 2009

TOROS Y FARMACIAS

Nadie conoce a ciencia cierta la causa por la que este país llamado España, tan moderno, tan europeo, a un tiempo tan de todo y tan de nada, se caracteriza por su exacerbada querencia a los anacronismos. El dicho más vale malo conocido que bueno por conocer ha adquirido rango de ley y las costumbres, aún cuando exista el convencimiento de que resultan arcaicas y ajenas al sentido común, se tornan poco menos que en intocables salvo contadas excepciones.
La denominada fiesta nacional, esto es, la matanza salvaje y sin sentido de un animal bajo la hilarante excusa de la estética, un argumento que otorga rango de creador a un vulgar matarife embutido en una indumentaria harto ridícula, acaso sea el más contundente ejemplo del empecinamiento en mantener lo malo porque sí, porque siempre ha sido y debe seguir siendo. Y se podrían citar otros muchos casos, probablemente ninguno tan pintoresco, sangriento y adornado por razonamientos falaces como el del toreo, pero anacronismos al fin y al cabo y por lo tanto del todo rebatibles.
Uno de ellos, estos días en boca de todos tras una sentencia del Tribunal Supremo que atañe a Canarias, es la imposibilidad de que cualquier hijo de vecino, licenciado en Farmacia o no, cuente con la opción de abrir una botica como quien abre un supermercado, una zapatería o un centro médico.
Sólo el corporativismo más rancio por parte de los concesionarios y la permisibilidad más incomprensible por parte de la administración explican que el reparto de la millonaria tarta farmacéutica se rija por criterios propios de los años mozos de María Castaña. Pero los anacronismos, por suerte, son enfermos terminales, y podemos estar muy seguros de que con el paso de los años la apertura de farmacias se liberalizará y los toreros pasarán a engrosar la lista de desempleados.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

jueves, 16 de julio de 2009

LA SUERTE DE RAYAN

Rayan, el bebé sietemesino que murió de forma terrible en un hospital de Madrid, se ha convertido sin saberlo, y probablemente sin que su afligida familia haya reparado en ello, en todo un privilegiado en estos tiempos que corren. A pesar de su enorme desgracia, de la infausta sorpresa que la vida le tenía preparada nada más ver la luz, queda el consuelo de que su trágico fallecimiento no se haya quedado en una mera estadística apenas comentada en los medios de comunicación.
Si su madre, la joven Dalila, no hubiese sufrido la desgracia de toparse con el imprevisible virus de la gripe A y permaneciese aún entre los vivos, el imperdonable error de una enfermera y las funestas consecuencias de tamaña impericia no serían objeto de un despliegue informativo de tales dimensiones, porque por mucha memoria que hagamos no hallaremos precedentes de un error médico que haya adquirido tan descomunal protagonismo entre la opinión pública. O dicho de otro modo: nunca antes una sonda nasogástrica se había convertido en asunto de debate en bares y cafeterías.
Rayan jamás tendrá la suerte de disfrutar del abrazo de un amigo, de una riña de enamorados, de un paseo por un parque, de las embriagadoras notas de una guitarra ni de un refresco en una terraza soleada. Un maldito tubo y una irresponsable muchacha se lo han impedido. Pero su trágico adiós a este mundo, la suma de su tragedia a la que previamente sufrió quien le dio la vida, lo han convertido en un ser lo suficientemente importante como para hacernos reflexionar sobre cuántos casos similares, acaso sin desenlaces tan desgraciados, pero igualmente punibles, se suceden a diario en los hospitales públicos y privados de este país sin que nadie, ni facultativos, ni autoridades, ni medios de comunicación, pongan el grito en el cielo.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión