SUCEDIÓ UNA NOCHE en uno de esos programas de entrevistas cuya escenificación invita a la intimación con el personaje. El periodista, con pose de estrella de cine, le hizo al gran Buero Vallejo la siguiente pregunta: "¿Qué opina sobre el aborto?". El gran Buero Vallejo, más grande si cabe desde aquel día, no tardó ni un segundo en responderle: "Lo siento. No tengo una opinión formada". No era intención del memorable dramaturgo eludir tan polémico asunto, ni siquiera pagar con un desaire la incomprensible altivez del locutor. Simple y llanamente, carecía de una opinión formada sobre el aborto. Aquella respuesta, aquel monumento a la honradez intelectual, marcó un antes y un después en mis relaciones con el desaforado universo de las tertulias periodísticas, que, sincerándome con ustedes, reconozco que aborrezco. Un viejo, sabio y redundante dicho: zapatero a tus zapatos, resume la idea que, a mi entender, debería convertise en norma a la hora de concebir cualquier foro de opinión. Porque de vergonzosos e intelectualmente patéticos cabe calificar esos mentideros donde los invitados hablan de economía cinco minutos después de discutir sobre genética y un cuarto de hora antes de abordar el mundo de la moda, las tendencias artísticas en boga, los resultados macroeconómicos, los hallazgos astronómicos o cualquier otro asunto que proponga el moderador. Y yo me imagino acomodado en una de esas sillas a alguno de los grandes sabios de la humanidad, a Platón, a Aristóteles, al mismísimo Leonardo, y pocas dudas me caben de que sus labios se sellarían cada vez que la tertulia se adentrase en materias ajenas a su sapiencia. Pero nuestros particulares sabelotodos no esquivan asunto alguno, muestran una locuacidad diarreica y, lo verdaderamente grave: prestan un flaco favor a las mentes menos privilegiadas, carentes de un sentido crítico que amortigüe todo el mal que en ellas causan unas afirmaciones adornadas por la impericia y la más descarada imbecilidad. En no pocas ocasiones, el silencio se convierte en la más irrefutable prueba de la sabiduría.
Santiago Díaz Bravo (11/08/2003)