Periódicamente aparecen estadísticas que evidencian la estrecha relación, amistad incluso, y si lo calificásemos de noviazgo tampoco andaríamos descaminados, entre la juventud española y el alcohol etílico. En el caso de Canarias, las últimas cifras, aparecidas hace unos días y difundidas con toda la alarma posible, reflejan que casi la mitad de la población de entre 14 y 18 años al menos en una ocasión se ha entregado de forma desaforada a los brazos del dios Baco, o dicho de modo menos elegante: nuestros jóvenes se cogen unas cogorzas de padre y señor mío. Y claro, las autoridades educativas y sanitarias, como es menester, se han vuelto a echar las manos a la cabeza para exclamar a viva voz su disgusto y preguntarse qué está pasando, probablemente antes de disfrutar de un agradable almuerzo regado con dos o tres copas de un fantástico Ribera del Duero, que ahora está muy de moda, y de un generoso whisky escocés, que pocos complementos hay tan agradables para la sobremesa. Parafraseando a la Biblia, que tire la primera piedra quien en su tierna adolescencia no se entregase una, dos, tres veces, a saber cuántas y de qué salvaje manera, con devoción plena y respeto al costumbrismo hispano, a la siempre aquiescente botella; que tire una segunda piedra quien no haya abundado en dicha costumbre con el paso de los años; que tire la tercera quien jamás haya emitido una ligera y mal disimulada sonrisa al presenciar los apuros del primogénito tratando de camuflar una rotunda intoxicación etílica. Y luego, tras tanta piedra, un par de cañas para refrescar el gaznate. Escandalizarse en este país por el elevado porcentaje de jóvenes que ingiere bebidas alcohólicas es acaso tan incoherentemente ridículo como lo sería mostrar sorpresa por el creciente número de obesos de los Estados Unidos, cuna del mal yantar, la multitud de italianos que come pasta o la legión de suecos que luce una espléndida melena rubia. No descubrimos nada si aseguramos que en este país el bebercio, lejos de sufrir la censura social, se ha tornado en un importante elemento de prestigio. Quién carece en su historial de alguna borrachera pintoresca que contar a las amistades alrededor de una mesa, amenizando de esa forma la melopea que se va fraguando entre plato y plato; quién no ha presumido en alguna ocasión de haber protagonizado una barbaridad bajo los efectos del amigo Dionisos, porque tanto trabajo hay que se lo han tenido que repartir entre varios dioses. Y qué me dicen de esos pueblos, unos cuantos de ellos en estas islas, donde los excesos de los alcaldes con el vino han pasado a formar parte del programa de las fiestas patronales. Allí donde naces, haz lo que vieres, parece responder la juventud a los acalorados llamamientos en pro de un hígado virgen que emite por doquier la administración pública, tan resignada en este ámbito a los brindis al Sol. Lejos queda el día en que las autoridades sanitarias y docentes puedan alzar sus copas para celebrar el triunfo de la abstinencia juvenil, tanto casi como el del lanzamiento de una línea especial de champú para ranas. Y ahora, una vez leído este ilustrativo artículo, llega la hora del vasito de agua, ¿verdad?
Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias