domingo, 4 de mayo de 2008

POLÍTICA PARA TONTOS

Decir públicamente que el ex ministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar tiene asignados once escoltas cada vez que viene a las islas y criticarlo por ello es algo así como pedir a un juez que reste puntos a Fernando Alonso por superar los 120 kilómetros por hora en el circuito de Montmeló, repostar sin parar elmotor y conducir vestido de astronauta. Pero lo quemás sorprende de tal crítica es que provenga nada más y nada menos que del propio estamento policial, en concreto del Sindicato Unificado de Policía, una organización cuyos miembros, acostumbrados a pedir los papeles en tantos lances de su trabajo, en esta ocasión, sin embargo, cosas de la vida, los han perdido de forma harto indecorosa. Porque por supuesto que el sindicato armado tiene todo el derecho delmundo a realizar las denuncias que estime oportunas, sólo faltaría, pero igual que la profesión médica se enmarca dentro de unas normas éticas que impiden a los facultativos revelar las intimidades de sus pacientes, igual que los banqueros se cuidan mucho de guardar para símismos, y tal vez para algún conocido, pero poco más, los movimientos en las cuentas de sus clientes, igual que las madames ven pero no oyen y aquí no ha venido nadie, no ha pasado nada y si lo he visto no me acuerdo que soy vieja, sorda y casi ciega, la ley no escrita obliga a los responsables de la seguridad de los demás a evitar cualquier revelación que aporte pistas a los amigos de la vida ajena y ponga en peligro la integridad física de los ciudadanos, en este caso nada más y nada menos que de uno de los principales responsables de la lucha contra el terrorismo durante más de dos años, un empeño por el que el estúpido y simplón independentismo vasco le ha cogido cierta tirria, la suficiente como para felicitarse y brindar si a algún desalmado se le ocurriese rebanarle los sesos.
Los iluminados que desde algún despacho del SUP han decidido jugar con información confidencial sin atender primero al sentido común, luego a la voz de sus propias conciencias, y por último al más elemental criterio de salvaguarda profesional, han hecho un flaco favor a sus propios compañeros, que han quedado a la intemperie ante posibles enemigos, de la mismas forma que se lo han hecho a sí mismos. Surgen situaciones en la vida que sirven de examen para revelar nuestras verdaderas capacidades y carencias. En este caso, goleada para las segundas con pésimo juego incluido, que diría un locutor deportivo radiofónico.
Pero, con todo, y porque, como reza el dicho, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en lamisma piedra, e incluso podríamos aventurarnos a añadir, sin temor a equivocarnos, que tres, cuatro y en ocasiones hasta cinco o seis, prácticamente mientras dure la jodida piedra, lo más grave de este singular y caricaturesco incidente informativo no ha sido la irreflexiva actuación de los sindicalistas de cartuchera, sino el aprovechamiento político del caso por parte de los nacionalistas, que tan preocupados parecen por este asunto, tan disgustados lucen, Dios mío, que acaso no peguen ojo por ello y les haya faltado tiempo para poner el grito en el cielo y registrar una pregunta oficial en el mismísimo Congreso de los Diputados. Y hacen bien, qué carajo, que ya está la ciudadanía cansada de que en tan selecto foro se pierda el tiempo discutiendo de ésta o aquella crisis económica, de si tú me quitas el agua y yo me acuerdo de tu santa progenitora o de lo malos que son los de las ametralladoras y si habría que mandarlos a la cama sin cenar o quitarles el Disney Channel. Ha llegado el momento de hacer sitio a los asuntos de interés general, tal es el caso de los escoltas que tratan de impedir que López Aguilar dé la chapa antes de tiempo a los querubines celestiales, que lo sentiríamos por ellos. Y posteriormente, no se lo pierda, que la audiencia televisiva de las sesiones plenarias va a superar con creces a la de Gran Hermano, llegará el turno de los debates sobre la idoneidad de instalar cortinas o estores en los despachos ministeriales, la conveniencia de ubicar una máquina de chocolatinas en los pasillos del dignísimo edificio de la Carrera de San Jerónimo o la aprobación de una ley que obligue a los diputados a enfrentarse en un partido de fútbol entre solteros y casados, cada 6 de diciembre, para conmemorar el Día de la Constitución. Lo que nos íbamos a reír. Y lo contento que se pondrían los traumatólogos de las inmediaciones ante tamaña avalancha de desperfectos óseos.
A los representantes de los trabajadores, igual que a quienes asumen la noble misión de encauzar las voluntades de miles de ciudadanos en los órganos parlamentarios, se les presupone una cierta capacidad de reflexión, al menos la suficiente para discernir entre lo importante y lo secundario, entre lo fundamental y lo supletorio, entre lo que merece ser discutido y lo que debe ser obviado.Cuando el continente le gana la partida al contenido, cuando se hace casus belli de una soberana majadería, cuando se da rienda suelta al interés partidista a costa de los asuntos verdaderamente trascendentes, es que se padece un incipiente resfriado ideológico que más valdría tratar cuanto antes. Si no se le pone remedio, ¿cuál será el siguiente paso? ¿Investigar el pasado estudiantil de López Aguilar ante la sospecha de que se apropió de la sapiencia ajena en una prueba de Derecho Romano y condenarlo a caligrafiar quinientas veces no volveré a copiar en un examen? ¿Buscar testigos de la mirada lasciva con la que obsequió a una joven en sus tiempos mozos y denunciarlo ante el Instituto de la Mujer? ¿Comprobar los efectos que causa en su sistema digestivo la ingesta de una ropa vieja y llevar el caso ante el Seprona?
La política, antaño un arte, se ha tornado en una mera estratagema donde vale todo, incluída la posibilidad de hacerse el tonto, porque de sobra sabe el SUP, de sobra los nacionalistas, que el ex ministro no cuenta con más ni menos escoltas que los que el Ministerio del Interior estima convenientes, y que otros personajes que asumieron idénticas responsabilidades en la administración estatal, del mismo u otros partidos, disponen de similar protección.
Una salida de tono de un grupo de sindicalistas sin escrúpulos, lejos de acabar ninguneada gracias a la responsabilidad que se le presupone a la clase política, se ha convertido en un penoso asunto de imprudente debate público. Cualquiera podría pensar que por estos lares ya hemos resuelto todos nuestros problemas y no se nos ha ocurrido mejor entretenimiento para matar el tiempo que embadurnarnos en un lodazal de pura imbecilidad.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

domingo, 20 de abril de 2008

APRENDER A QUERERNOS

Dicen de los gallegos que cuando alguien se los topa en una escalera jamás podrá estar seguro de si suben o si bajan, y lo cierto es que a menudo basta con inquirir a alguno de ellos acerca de la veracidad del tópico para comprobar que ni lo confirma ni lo desmiente, ni que sí, ni que no, sino todo lo contrario y depende. Y si nos atrevemos a jugar a las siempre odiosas aunque concluyentes comparaciones, si aplicamos la teoría de la escalera a una paráfrasis sobre los isleños, bien podríamos mantener que en un aeropuerto un canario nunca se sabe si viene o va, porque si algo caracteriza a quien vive sobre un trozo de tierra en mitad del océano, consecuencia de los efluvios del ancho y profundo mar, del amable al tiempo que repugnante aislamiento, es su peculiar tendencia a considerar lo propiomucho más propio que un continental lo suyo, aunque a la vez seamos capaces de compatibilizar tan posesivo sentimiento con la admiración, un poco a regañadientes, pero admiración al fin y al cabo, por lo de bueno que se estila en otras latitudes allende el Atlántico. Los canarios de sobra sabemos que la vida rezuma más allá del universo azul que nos envuelve, vida continental, eso sí, pero vida a fin de cuentas, que bastante desgracia tienen los pobres con habérseles negado la condición insular de la que tan afortunados nos sentimos y de la que tanto, a pesar de todo, nos hemos quejado y seguiremos quejándonos, que de pequeñitos aprendimos que quien no llora no mama y aquí estamos, risueños y llorosos a un tiempo, qué le vamos a hacer.
Los canarios nos debatimos entre el ansia de conquistar elmundo y la nostalgia por el regreso, y si algo nos une, nos identifica como colectivo, nos convierte en un todo,es la concisa comprensión de lo que pasa por la cabeza y el corazón de los otros canarios, sean de la isla que sean. Acaso por ello nos sentimos tan unidos cuando miramos hacia el archipiélago desde la distancia, cuando ni la tierra ni el mar que nos rodean son los nuestros y nos referimos sin distingos a cualquiera de los siete territorios que conforman Canarias, porque en un planeta tan grande y tan complejo Canarias es Canarias y los canarios somos canarios, y también conejeros, palmeros, herreños, majoreros, tinerfeños, grancanarios, gomeros, quién puede durarlo, pero canarios antes que nada, que no es ni mucho ni poco, sino una realidad que encuentra su origen en una contundente verdad. Ya apuntaba el sabio Pío Baroja que la
justa dimensión de un territorio se aprecia en mejor medida desde el exterior, sin claroscuros que engañen a nuestros ojos ni complejos localistas que tergiversen la plácida sencillez de las cosas.
Pero ese espíritu de pertenencia a un todo que nos embarga en Madrid, Londres, París, Roma, Nueva York o Caracas, esa disposición a manifestar un sentimiento solidario hacia los isleños de otras islas, lo hemos echado de menos en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia, las suficientes para haber padecido las consecuencias sociales y económicas de tamaño desafecto. Ya va siendo hora, amigos, de aprender a querernos desde dentro.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

jueves, 28 de febrero de 2008

PERIODISTAS DE PARTIDO


EL PERIODISMO ha sido históricamente una profesión prestigiosa, tanto por la altura intelectual que se les ha presupuesto a los informadores como por la peligrosidad que conlleva alguna de sus modalidades, tal es el caso del siempre admirable pero escasamente valorado reporterismo de guerra. Además de contar a sus congéneres las cosas que ocurren, las cercanas y las que acaecen en tierras extrañas, el periodista, no nos engañemos, siempre ha opinado, incluso cuando no ha tenido la intención de hacerlo y ha tratado de evitarlo por todos los medios, sencillamente porque la objetividad es una mera falacia, porque un acto a primera vista tan simplón como la redacción de un titular lleva aparejado un innegable proceso de interpretación de la realidad que bien puede entenderse como una toma de postura.
Y hasta aquí nada que reprochar, porque opinar, hacer partícipes a los lectores y espectadores de unos planteamientos que encuentran su origen en el exhaustivo conocimiento de una materia determinada, es una práctica no sólo conveniente, sino incluso imprescindible para la salud democrática de una sociedad. Transmitir al prójimo los convencimientos propios, tratar de influir mediante el razonamiento, aunque velando siempre, eso sí, por no entremezclar tal ejercicio con lo que se entiende por información veraz, que no objetiva, forma parte de los deberes de los medios de comunicación.
Pero las tornas llevan tiempo cambiando, y los otrora sesudos analistas de la realidad, emisores de mensajes más o menos acordes con el sentir de la opinión pública, pero siempre comprometidos con unos ideales propios, se están retirando para dejar paso a los estómagos agradecidos, una panda de impresentables aprendices de nada que se limitan a asumir las tesis de quienes les pagan como si les fuera la vida en ello y a defender sin ambages, olvidando la autocrítica, imbuyéndose de los presuntuosos modales de quienes se creen asistidos por la sagrada virtud de la razón, la postura de una determinada formación política.
Un programa de Televisión Española, 59 segundos, se ha convertido en el principal escaparate de ese nuevo periodismo en el que una parte de sus protagonistas defiende al PSOE, la otra al PP, con mayor fiereza que los propios representantes de ambas organizaciones. Esos periodistas de partido que tanto envilecen la profesión han encontrado acomodo en los cenáculos madrileños, en decenas de tertulias televisivas y radiofónicas que sirven de altavoces a sus diatribas, pero su indeseable estela, como cualquier otra moda, amenaza con extenderse al resto del país para emponzoñar aún más la deteriorada imagen de los informadores, antaño tan respetados, hoy en día considerados una suerte de monos de feria por culpa de unos pocos cuya única ocupación, en este caso sí, es hacer las monerías suficientes para satisfacer a un tiempo sus hambrientos egos y los intereses de los partidos a los que, digan lo que digan, protesten o pataleen, venden sus servicios.
Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

viernes, 22 de febrero de 2008

TÚNEL SÍ, POR SUPUESTO


LA ENVIDIA SE HA ASENTADO en este mundo cruel e inhóspito para hacerse dueña y señora de las actitudes de los seres humanos. Cómo, si no, podríamos entender que uno, dos, varios desalmados, criaturas sin corazón a las que más les valdría no haber nacido, que desde aquí maldecimos por los siglos de los siglos y a las que ojalá les siente mal la comida y se lo hagan en los pantalones, osen criticar la legítima decisión del Parlamento de Canarias de construir un pasadizo bajo tierra para unir la actual sede de la Cámara con un edificio situado a nada más y nada menos que ¡cuatro metros! de distancia. ¿Quieren que les diga lo que pienso de dichos individuos? ¿De verdad? Pues prepárense: son unos sinvergüenzas. ¿Más claro? Sin-ver-güen-zas. ¿Más alto? SIN-VER-GÜEN-ZAS. ¿Dónde tienen la cabeza? ¿Es que se creen el centro del mundo? ¿Acaso no tienen familia ni nadie que les espere en casa? A tal extremo llega su ira, a tal punto su descomunal oposición al bienestar del prójimo, que de sobra están dispuestos a exponer a sus señorías a toda suerte de peligros por ese incomprensible empeño en que se trasladen de un inmueble a otro a la intemperie. En su irracional ensimismamiento, o al menos eso nos gustaría creer, porque aunque nos cueste admitirlo seguro que en sus entrañas albergan algún sentimiento de bien, probablemente no hayan evaluado los enormes riesgos que supone atravesar una vía peatonal de tamaña anchura, enfrentarse a horrores tales como un resfriado, una resbaladiza cáscara de plátano, un rayo rezagado, un ciclista suicida, un Boeing 747 en caída libre, Pepe Benavente ofreciendo amor o una sueca beoda pidiendo guerra. Qué importa que cueste más o menos. Sus señorías se lo merecen todo porque para eso son sus señorías mientras que usted y yo somos las nuestras propias, algo que ni es bueno ni malo, sino todo lo contrario, aunque a veces, eso sí, sea un poco costoso. Pero qué mas da, porque cualquier cantidad estará bien empleada para que ellos, nuestros dignos representantes, se sientan cómodos y solazados. Que hace unos años padecían estrecheces y se encontraban hacinados, pues se expropian los inmuebles anejos y punto, y si resulta que hay informes desfavorables se mira hacia otro lado y ya está, coño, que no vamos a andarnos con estúpidos miramientos cuando de los excelsos, ilustres y dignísimos legisladores se trata. Que ahora consideran una cuestión de estado, o al menos de nacionalidad, evitar las contingencias de una ciudad tan extremadamente violenta como Santa Cruz a la hora de recorrer los cuatro metros que les separan del nuevo edificio, pues se les construye un túnel, por amor de Dios, que luego, si les pasa algo, el remordimiento nos corroerá el alma y el espectro de Castro Cordobez se nos aparecerá noche tras noche a los pies de la cama portando sobre la cabeza la maceta que acabó con su larga vida de servidor público, y sólo de pensarlo se nos abren las carnes. Marchando un túnel, por favor.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

jueves, 21 de febrero de 2008

POLÍTICA PRECOCINADA


LA ORATORIA, la dialéctica, son artes intrínsecamente ligadas a la política, toda vez que el intercambio de ideas entre los contendientes es uno de los fundamentos de la democracia, además de la necesaria e imprescindible antesala para que el votante se decante por una determinada opción. Pero el debate es algo vivo, tendente a la improvisación, al cambio de rumbo, a la utilización de todos y cada uno de los vericuetos de la lengua en pos de ganarle la partida al adversario y lograr el favor del electorado. Precisamente por ello, la utilización del término debate para hacer referencia a los encuentros públicos que mantienen estos días los candidatos a las elecciones generales del próximo 9 de marzo, que alcanzarán su momento culmen con los dos “shows” televisivos que protagonizarán José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, se nos antoja del todo inadecuada. La obsesión por el segundero, por el listado de asuntos a abordar, por los encuadres de las cámaras, por la temperatura en los estudios, provoca que cualquier parecido con un debate podamos calificarlo de mera coincidencia. El control, más que absoluto, ridículo, sobre todo lo que ocurra ante la audiencia, desvirtúa lo que debería ser considerado como el evento más importante de la campaña, que se torna por contra en una escandalosa falta de respeto hacia los valores democráticos. A tal extremo llega la escenificación precocinada por los responsables de las distintas formaciones políticas que siempre arrastraremos la duda de si esos elegantes, sonrientes y resabiados señores, que se dicen capaces de representarnos y gobernarnos con toda la eficiencia que podamos imaginar, son en realidad lo suficientemente diligentes para defender sus planteamientos de forma civilizada y razonada, incluso de si atesoran la capacidad de improvisar que se le presupone a cualquier ser humano medianamente ducho en las materias que incluye en su discurso. Los lemas publicitarios, y perdonen ustedes la reiteración, que este asunto ya ha sido tratado de forma prolija en artículos anteriores, han sustituido a las ideas, y los erróneamente denominados debates entre aspirantes se convierten en el escenario ideal para aprovechar tan estudiadas como vacías frases, para que los golpes de efecto, las ocurrencias pseudoingeniosas, los trapos sucios, en no pocas ocasiones sazonados con cifras totalmente interesadas, ensombrezcan cualquier atisbo de disputa dialéctica. Argumentos y razonamientos se han convertido en meras antiguallas de museo. Los publicistas, una vez desalojados los ideólogos de sus despachos, han tomado las riendas para reducir la dialéctica política a una minúscula anécdota en mitad de un océano de gestos. Las cámaras y los micrófonos han sustituido a los ciudadanos en las preferencias de los candidatos hambrientos de sufragios, sabedores éstos de que una sola palabra vale más que mil si se pronuncia en el momento y el escenario oportuno. Creíamos que nos quedaban los debates, pero estábamos equivocados.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

miércoles, 20 de febrero de 2008

ADIÓS FIDEL; HOLA CASTRO


FIDEL DICE ADIÓS, PERO CASTRO SE QUEDA. Tan pesimista reflexión se instaló ayer en buena parte de la colonia cubana en España, consecuente con la idea de que la única forma de que desaparezca la dictadura, al igual que ocurrió con Franco, colega del alma de aquel le guste o no, pasa inexorablemente por el óbito del dictador. No les falta razón a los cubano-españoles cuando aseguran que se trata de la mera escenificación de una retirada imposible, porque con toda seguridad en los despachos oficiales de La Habana no se moverá un dedo sin que el comandante en jefe dé su visto bueno, al menos mientras el padre de la patria mantenga lúcido su revolucionario cerebro, pero acaso no se hayan percatado los tristes exiliados de que ese inconcebible adiós se ha convertido en el principal garante de la caída del anacrónico y criminal régimen. Si Fidel Castro no cede abiertamente el poder, si continúa mangoneando detrás de las bambalinas, utilizando a su querido y siniestro hermano como albacea de unos planteamientos políticos anodinos e ineficaces, el sistema que con tanto ímpetu ha defendido durante toda su vida irá perdiendo fuerza a la par que su principal impulsor. Un día menos para Castro será un día a restar para el incomprensible comunismo caribeño. El sistema cubano, no sólo por cuaternario e inadecuado, sino sobre todo por sus estúpidos criterios desde los puntos de vista económico y social, basados en unos argumentos marxistas absolutamente faltos de sentido común y cuya materialización se ha tornado en un descomunal desastre para los países que los han sufrido, está condenado a desaparecer a corto o medio plazo, pero si alguna oportunidad le queda de alargar su larvada existencia es lograr que el jefe supremo se jubile de verdad, que el anciano que ha llevado a la nación a la ruina, que la ha convertido en una suerte de burdel internacional de baja estofa, abandone de una vez los correveidiles del poder y deje paso a una nueva generación de dirigentes, por denominarlos de alguna forma, que insufle algo de oxígeno al enfermo terminal en el que se ha transformado el despótico engendro implantado en 1958. Un régimen donde Fidel siga mandando será cada vez más débil e irá muriendo con él. Cuando la parca cumpla su misión ambos dirán adiós a un tiempo, y llegará entonces el día del ansiado cambio aunque los herederos del sátrapa hagan lo posible por impedirlo. La fórmula, vayan ustedes a saber, pero nadie podrá impedir que la democracia y el estado de derecho desembarquen en la isla. Sin embargo, en el caso de que el dictador delegue, los plazos se alargarán, los gerifaltes contarán con renovados argumentos para tratar de convencer a los desencantados ciudadanos de que habrá cambios de verdad. Fidel Castro, que en paz transcurra su retiro, a ser posible telefoneando cada cinco minutos a su hermanísimo Raúl, es a estas alturas la principal garantía para la desaparición del régimen que él mismo fundó y ha dirigido con mano inmisericorde.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

viernes, 15 de febrero de 2008

ODA A CACARECO

AUNQUE USTEDES NO SE LO CREAN, hubo una vez un candidato que logró una aplastante victoria en unas elecciones sin haber realizado una sola promesa, sin haber pronunciado una sola palabra, sin haber siquiera sonreído. Ocurrió en 1958, cuando un movimiento popular de protesta contra la corrupción de los partidos que optaban a gobernar en el estado brasileño de Sao Paulo desembocó en una curiosa iniciativa: la presentación como candidato de un hipopótamo de nombre Cacareco, toda una celebridad en el zoológico de la capital paulista. El hartazgo de la población, unido a un sistema de votación sin papeletas impresas, en el que cada elector introducía en la urna un trozo de papel caligrafiado, provocó que por vez primera en la historia de la democracia un animal se alzara como triunfador en un proceso electoral. La imaginativa protesta frente a la insatisfacción generalizada que provocaban las principales formaciones políticas se tornó en una monumental humillación para la clase dirigente, que no fue ajena a tan importante toque de atención. Aquel hito histórico, al que se sumaron posteriormente otros componentes del Arca de Noé en distintas partes el mundo, tales fueron los casos de un mono, un perro, un gato y hasta una cabra, aunque ninguno de ellos con tan magníficos resultados, ha sufrido el ninguneo de la ciencia política moderna cuando a todas luces se trata de un fenómeno aplicable a los tiempos que corren. Porque quién puede garantizarnos que llegado el caso el osito panda Chu-Lin, que en paz descanse, no se hubiese convertido en alcalde electo de Madrid, el gorila Copito de Nieve de Barcelona y el jamelgo Imperioso de Marbella, por citar a tres celebridades del panorama socioanimal patrio. Y_qué me dicen de la mona Chita, una magnífica opción populista para la Casa Blanca, y de la perrita Laika, que acaso podría haber apartado de las mieles del poder al propio Putin si no hubiese sufrido tan desgraciado final, y de la oveja Dolly, una suerte de revulsivo para la convulsa política británica. Y quién puede asegurarnos que la opción preferida de los canarios no sea el célebre mero Pancho, un privilegiado ejemplar que se pasea desde hace cuatro décadas por las aguas de El Hierro sin otra preocupación que hacer el pez. Cacareco, gracias a un proceso electoral mínimamente reglado, congregó involuntariamente en torno a sí el voto de castigo hacia las organizaciones políticas predominantes. Un enorme y pacífico hipopótamo brindó a los ciudadanos de Sao Paulo la oportunidad que esperaban desde hacía años, la excusa perfecta para expresar el profundo disgusto que guardaban en sus adentros. Por eso hoy, 15 de febrero de 2008, cuando se cumplen cincuenta años de la primera incursión animal en el complicado universo de la política y a punto de entrar en la siempre intensa campaña electoral, nos asalta una procelosa duda: ¿tendrían alguna oportunidad José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy frente al tirón electoral de la gallina turuleta?

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias

jueves, 14 de febrero de 2008

PROHIBIDO TRABAJAR


Las sociedades no progresan porque sí, sino que lo hacen de forma directamente proporcional a las capacidades de los ciudadanos que forman parte de ellas. La principal diferencia entre un país como Alemania, motor productivo de Europa a pesar de haber padecido dos cruentas y destructivas guerras, y otro como Ruanda, por citar un ejemplo de desvertebración social y económica, no radica, huelga decirlo, en que unos son arios y otros negros, ni en la mejor o peor suerte de estos o aquellos, que la de los germanos ha sido bastante horrenda. Si la RFA salió adelante tras la Segunda Guerra Mundial fue gracias a la ayuda financiera de los Estados Unidos y, sobre todo, a la existencia de un tejido humano capaz de aplicar sus vastos conocimientos en derecho, biología, medicina, ingeniería, química, arquitectura, electricidad, fontanería, carpintería, albañilería o agricultura, lo que posibilitó la creación de empresas innovadoras con un elevado nivel de competitividad. En sólo unas décadas, la pericia profesional de buena parte de la población volvió a situar a la Alemania occidental a la cabeza del viejo continente. La suculenta ayuda aportada por los aliados no habría servido de nada si se hubiese topado con un muro de incompetencia laboral como el que caracteriza a la mayoría de los países infradesarrollados de América del Sur, África y Asia, donde la carencia de expertos en las diferentes materias del conocimiento ha impedido el asentamiento de unas bases económicas sólidas y con perspectivas de desarrollo. Hasta tal extremo llega la importancia de los profesionales en los índices de bonanza económica que la única salida para buena parte de los estados del denominado tercer mundo pasa por la “importación” de cerebros, bien motu proprio, bien mediante la implantación de empresas foráneas. Precisamente por ello, porque el progreso económico de cualquier territorio, y consiguientemente el social, pasa en buena medida por la existencia de especialistas nativos, y en el caso de que falten por su reclutamiento, existe el riesgo de que las medidas proteccionistas sobre el empleo que pretende aplicar el Gobierno canario acaben por desvalorizar el tejido productivo. Si las ventajas para la contratación de isleños llevan al gerente de un hospital a decantarse por un ginecólogo residente en Arrecife por el mero hecho de serlo, a pesar de que cuenta sobre su mesa con un currículum infinitamente más brillante de un ciudadano de Bruselas, la sanidad canaria perderá una magnífica oportunidad de mejorar. Y lo mismo ocurrirá con la ingeniería, y con la arquitectura, y con la agricultura, y con la construcción, y con el comercio… Tal vez haya llegado el momento de eliminar de entre nuestras sienes la idea de que quienes arriban al Archipiélago lo hacen para arrebatarnos los puestos de trabajo, aunque sólo sea porque en no pocos casos la aportación profesional de los recién llegados supera con creces a la de los locales, y de ello, con total seguridad, nos beneficiamos todos. Por eso y porque un sistema de acceso al empleo en exceso proteccionista está abocado a convertirse en una puerta abierta al triunfo de la mediocridad.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

miércoles, 13 de febrero de 2008

VOTANTES PORQUE SÍ


EN ESTE PLANETA que nos ha tocado vivir a lo largo de los siglos unos se han ido, otros han llegado, algunos se han marchado para siempre y muchos han regresado para no volver. La población de los diferentes países se ha conformado mediante continuos movimientos migratorios de entrada y salida. Grandes naciones como los mismísimos Estados Unidos no son sino el resultado de una incesante llegada de pobladores, primero europeos, luego africanos, en las últimas décadas asiáticos y sudamericanos, un fenómeno que se repite ahora a gran escala en los estados de la Unión Europea. En todos los casos las migraciones se consideran parte intrínseca de los procesos de variación del censo, incluido el electoral. Si diez mil ciudadanos abandonan su lugar de origen con destino a una nación que les brinda mejores oportunidades, donde desarrollarán su vida y pagarán sus impuestos, será en dicha nación donde deberán ejercer sus derechos políticos, jamás en la de origen porque, entre otros contundentes motivos, ¿cómo diablos puede alguien enjuiciar a miles de kilómetros de distancia, siguiendo criterios razonables, la labor realizada por un determinado gestor público o las promesas de un candidato? Sólo los argumentos sentimentales, la lástima que provocan en sus congéneres quienes por necesidad se ven obligados a abandonar la tierra de sus ancestros, permiten justificar el mantenimiento de un vínculo que vaya más allá de lo afectivo hasta el extremo de incluir el derecho al voto. Pero cuando la fecha de caducidad biológica se cumple y surge la segunda generación, formada por individuos sin más ligazón con la madre patria que las reiterativas y melancólicas historias de mamá y papá, cualquier razonamiento tendente a la conservación del derecho al sufragio se envuelve en criterios emocionales no sólo harto discutibles, sino categóricamente aberrantes desde el punto de vista del sentido común. Por supuesto que España debe velar por el bienestar de sus emigrantes, que tanto colaboraron en los años difíciles a revitalizar la economía nacional, y también, por qué no, por el de sus hijos y el de los hijos de estos, que cuando se tiene, se puede dar, pero de ahí a que un caraqueño mantenga el derecho a elegir al alcalde de San Juan de la Rambla, al presidente del Cabildo de Gran Canaria, a los diputados autonómicos o a los congresistas y senadores no sólo va un trecho, sino un abismo. La participación masiva de los emigrantes de segunda, tercera y sucesivas generaciones en los procesos electorales, que para más inri suele estar envuelta en un halo de sospecha debido a las escasas medidas de control de los países donde realmente son ciudadanos, ha provocado la perversión del sistema electoral español. Y qué decir del caso concreto de Canarias, donde la incidencia del voto exterior ha llevado a los principales partidos a incluir a Venezuela en la campaña electoral, un ejemplo más del escaso respeto por los valores del siempre mejorable sistema democrático.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

miércoles, 6 de febrero de 2008

LOS INDIANOS


LES VOY A CONTAR UN SECRETO: ayer, en las primeras páginas de La Gaceta de Canarias y El Mundo para la provincia tinerfeña, la imagen fue la celebración de la fiesta de Los Indianos en Santa Cruz de La Palma; mientras, en la edición de Las Palmas, el protagonismo, con similar tratamiento informativo, recayó también en Los Indianos, pero en este caso en los de la capital grancanaria. De sobra sabemos que a buena parte de los palmeros no les habrá hecho gracia alguna tal revelación, pero entiendan, queridos amigos, que ni se le pueden poner puertas al campo, ni es posible ningunear la realidad. Mal que les pese, a los defensores de la exclusividad de esta fiesta para la isla de La Palma no les queda otro remedio que resignarse, porque en un país libre, cuando un amplio colectivo de ciudadanos se empeña en llevar a cabo un proyecto y participar en él, lo más probable es que nadie pueda impedírselo. El riesgo es evidente: el mayor peso demográfico y mediático de la Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que ronda los cuatrocientos mil habitantes, puede convertir a Los Indianos de la calle Triana en un evento conocido nacional e internacionalmente, relegando a un segundo plano la fiesta original, la que tiene por escenario desde el siglo XIX el entorno de la plaza de España de la capital palmera. A los habitantes de la Isla Bonita siempre les quedará la satisfacción de saberse los creadores de tan original festejo, de poder clamar a los cuatro vientos que allí surgió lo que probablemente dentro de unos años se convierta en una atracción del Carnaval grancanario paralela a la Gala Drag Queen. Pero tampoco debemos olvidar que las fiestas y las tradiciones obedecen a las necesidades, creencias y deseos de las personas, y mucho menos que estamos en una tierra de emigrantes donde las costumbres, igual que los sentimientos, se llevan en la maleta junto a la ropa y la pena. Si Las Palmas de Gran Canaria disfruta desde hace años de la fiesta de Los Indianos es porque así lo han querido los palmeros, en este caso la numerosa colonia que reside en esa ciudad. Si las fiestas pertenecen al pueblo, a las personas, nadie puede negarles el derecho a reivindicar su origen, a abrir el equipaje que un día se llevaron y dejar que fluya el sentimiento de pertenencia a una Isla que sin querer, tal vez sin reflexionar lo suficiente, ha optado por darles la espalda. Bien podría Río de Janeiro reivindicar la exclusividad de las comparsas, tan populares hoy en día en los carnavales de Santa_Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran_Canaria, y Venecia la de las máscaras, que aunque casi desaparecidas, se convirtieron en una de las referencias de las Fiestas de Invierno. Y qué decir de las murgas, un “invento” gaditano que se ha tornado en un auténtico fenómeno social en las Islas. El monopolio de las fiestas es una misión imposible porque el hombre es un ser plagiador por naturaleza, un selecto sibarita que aspira a llevarse consigo todo lo que de bueno encuentra por el mundo.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

viernes, 1 de febrero de 2008

PEDIR, PEDIR, PEDIR


LOS RESPONSABLES de las administraciones públicas han sido históricamente unos pésimos patrones. La explicación es harto sencilla: cuando el dinero es de otros y esos otros, es decir, usted y yo, nos guste o no y gritemos o pataleemos, vamos a acabar pagando los desfases de quienes gestionan la hacienda común, resulta tremendamente sencillo decir que sí a todo, sean sueldos descomunales o condiciones laborales donde el trabajo es poco más que una anécdota. Tamaña impericia ha originado con el paso de los años la consolidación de una clase funcionarial que se plantea su relación con el resto de los mortales en términos de mínima productividad y máximas prebendas. Huelga decir que los convenios que rigen en el sector público resultan del todo inaplicables en el ámbito privado, desde donde se observa con preocupación y recelo los privilegios de unos asalariados anacrónicos que, pese a llenárseles la boca cada vez que hablan de servicio público, se han atrincherado en un castillo de ventajas que los aparta de las necesidades reales de la sociedad a la que supuestamente sirven. Si tiene usted que tramitar un certificado, arréglelas para pedir permiso al jefe a cambio de quedarse una hora más. ¿Por la tarde? Ni se le ocurra, que los señores funcionarios están obligados a echar una siesta antes de salir a pasear, y eso, día tras día durante años, estresa que no se imagina. Que prevé traer una criatura al mundo, pues vaya ahorrando para inscribir a su retoño en actividades extraescolares, que los señores funcionarios, sólo faltaba, no van a rebajarse a permanecer en el centro las mismas horas que los enseñantes de los colegios privados. Pero todo tiene un límite, y desde hace años comprobamos con la satisfacción de quien paga, y además aspira a que no le sisen el dinero, una mayor diligencia de los gestores públicos frente a las periódicas subidas de tono de los sindicatos, capaces, por lo que se ve, de dejar morir de hambre al resto de los ciudadanos para que sus representados vivan más que mejor. Estas organizaciones, a quienes cabe reconocer el mérito de su imprescindible colaboración en el logro de una sociedad más justa, cabe reprocharles al mismo tiempo su excesiva vehemencia a la hora de presionar a la administración con peticiones difícilmente asumibles desde el punto de vista de la salud económica. El conflicto que vive la educación pública en Canarias es el perfecto ejemplo de quienes lo quieren todo de golpe cueste lo que cueste y sin aceptar siquiera una considerable mejora. Tal postura alimenta la pésima imagen del funcionariado en un país donde alcanzar un puesto en la administración llegó a convertirse en el principal deseo de cualquier padre para sus hijos. El motivo: de ahí no lo iban a mover, trabajase más o menos, cumpliese con su deber o se tocase durante horas salvas sean las partes. Hoy en día el panorama empieza a cambiar, afortunadamente para la economía y el desarrollo de una nación que comienza a codearse con la primera división europea.

Santiago Díaz Bravo

jueves, 24 de enero de 2008

VIVA YO

LA VIDA NOS CONCEDE más posibilidades de las que creemos de querernos a nosotros mismos, de considerarnos importantes, únicos. Permítanme que les confiese una manía que arrastro desde hace años cada vez que visito cualquiera de los grandes museos del mundo: al situarme enfrente de una magna obra, pongamos por ejemplo Las Meninas en El Prado, calculo mentalmente cuántos seres humanos en todo el planeta tienen en ese mismo momento el privilegio de apreciar a sólo unos centímetros de distancia la maestría de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. ¿Doscientos? ¿Trescientos entre un océano de 6.000 millones de personas? A veces llego al extremo de plantarme delante de un cuadro menos conocido, tal puede ser el caso de Perro semihundido, sorprendente pintura de Goya, y permanecer durante varios minutos solo frente a él, o más correctamente, con la única compañía de don Francisco. ¿Quince? ¿Veinte? ¿Cuarenta individuos en los cinco continentes disfrutarán en ese instante del privilegio de pasar unos minutos a solas con el maestro? En una ocasión, en el Museo Picasso de París, me empeñe en elevar hasta el máximo grado permisible ese nivel de exclusividad. Con los rabillo de ambos ojos dirigidos hacia los vigilantes, toqué una tras otra, con las dos manos y cuando podía con los veinte dedos, todas las esculturas que encontraba a mi paso. ¿Cinco? ¿Diez? ¿Quince terrícolas a lo largo y ancho del planeta podrían estar en ese preciso momento en contacto físico con aquello que una vez creó con sus propias manos el genio malagueño? Esta noche en Adeje seremos unos cuantos más, en torno a 20.000, quienes disfrutemos del privilegio de asistir al concierto de Sir Elton John, uno de los mitos vivientes de la época dorada del pop británico, acaso uno de los pocos grandes de verdad, junto a los achacosos Rolling Stones y con la permanente incógnita de David Bowie, que aún es posible contemplar sobre un escenario. Excéntrico, de humor variable, homosexual, fanático del fútbol hasta el punto de que a principios de los 80 llegó a ser propietario de un club en su país, el Watford, Reginald Kenneth Dwight Harris, tal es su verdadero nombre, atesora todas las condiciones para ser considerado una estrella. Ha quedado marcado entre el público profano, no sabemos si a su pesar, pero probablemente con el disgusto de su seguidores, por la reedición de la canción Candle in the wind, compuesta en 1973 y que dedicó a su amiga la Princesa de Gales tras su muerte en accidente de tráfico en 1997. Pero ese tema, empalagoso como casi todas las canciones sobre amores imposibles, no es sino una mera anécdota en una trayectoria plagada de creaciones como Crocodile Rock, Bennie And The Jets, I Guess That’s Why They Call It The Blueso Daniel. Elton John tocará para los 20.000 afortunados que acudiremos al Golf Costa Adeje al mismo tiempo que no lo hará para 5999.980.000 seres humanos que se lo van a perder. Se trata, háganse a la idea, de un sentimiento similar a la lectura de este artículo.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

martes, 15 de enero de 2008

POLÍTICOS Y FAMOSAS


¿Qué nos queda por ver? ¿Un romance entre José Luis Rodríguez Zapatero y Anne Igartiburu? ¿Unas fotos comprometedoras de Mariano Rajoy con Elsa Pataky? ¿Paulino Rivero e Idaira cogidos de la mano a la salida de un hotel? Nicolás Sarkozy, a la sazón presidente de la República de Francia, ha buscado un hueco en su apretada agenda de estadista para enamorarse y hacernos partícipes a todos de tan bello sentimiento. Su relación con la ex modelo y cantautora Carla Bruni, además de encorajinar a Cecilia, su todavía esposa, nos ha llenado a todos de insana envidia y ha abierto la veda del ligoteo entre poderosos hombres de estado y bellas famosas, probablemente obnubiladas por tamaño despliegue de poderío. El primero en apuntarse a esta novedosa tendencia, que como todas las grandes modas encuentra su origen en París, ha sido nada más y nada menos que el mandamás de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, quien según la prensa de su país bebe los vientos por la archiconocida modelo Naomi Campbell, que corresponde sin ambages a tan bolivarianas muestras de afecto. Ambos prebostes nos muestran con transparencia la faceta humana de quienes son considerados por el común de los mortales poco más que meros androides burocráticos que pasan el día entre reuniones, firmas de documentos y saludos a diestra y siniestra, sin tiempo siquiera para darle una alegría a tan estresados cuerpos. Ahora sabemos que Sarkozy, en su lujoso palacio presidencial junto a la parisina avenida de los Campos Elíseos, lo mismo recibe a un mandatario extranjero que se adentra por los largos pasillos del edificio para entregarse a los brazos de su amada Carla, que hasta se ha hecho habilitar una habitación para componer y ensayar sus maravillosas composiciones musicales. Y qué me dicen de Chávez, que de la noche a la mañana se nos ha convertido en un líder mitad revolucionario, mitad pipiolo, porque el amor, como el fútbol, es así. Les separa un abismo ideológico, pero Nicolás, o Nico, como seguramente lo llamará Carla, y Hugo, o Huguito, tal debe ser el nombre por el que lo invoque Naomi, comparten las heridas provocadas por esas melosas flechas que lanza periódicamente al aire el incombustible Cupido. El francés ha optado por dejar a un lado cualquier atisbo de timidez, enfrentarse al qué dirán y mostrar abiertamente la identidad de su compañera de alcoba. Otros lo hicieron antes, pero de extranjis, tratando de evitar, sin lograrlo, que saliesen a la luz pública flagrantes infidelidades matrimoniales, tales fueron los casos de Bill Clinton, François Miterrand, Alán García, Fidel Castro o John Profumo, el ministro británico que mantuvo una relación en la década de los 60 con la amante de un espía soviético. La loable decisión de Sarkozy seguramente suponga un antes y un después en la aceptación del carácter humano de los grandes dignatarios, a quienes, cómo no, también cabe aplicar ese manido y sabio dicho popular de que tiran más dos tetas que dos carretas.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias