jueves, 11 de septiembre de 2003
IN MEMORIAM
NI ENTERRADO VIVO ni quemado, repetía papá. Voy a hacerle caso, al menos esta vez, que era hombre de ciencia y sabía lo que se decía. El humo me ciega, impide que vea la ventana; la garganta me escuece como nunca y toso con violencia; el pañuelo que aprisiona mis labios recibe un férreo castigo. A duras penas vislumbro un atisbo de claridad: la calle. Me acerco y una enorme cortina prendida en llamas cae al suelo después de acariciar mi nuca. Me acuerdo de ella, de mi chica, de mi esposa, de mi vida, de cuánto la quiero y juro ante ustedes y ante el mismo Dios que si salgo de ésta la invito al restaurante más caro de Manhattan (más tos; esputos. Giro el cuello y busco en otra dirección. ¡Mi reino por un poco de aire!). Y de ellos, claro, que a estas horas ya deben estar en clase. Anoche no me quedó otro remedio que abroncar al mayor, todo un hombrecito, y por eso mismo debe acostumbrarse a ordenar sus cosas. Hoy, antes de que se duerma, lo abrazaré hasta que me implore libertad. Entonces le confesaré cuánto lo quiero (esa sí; esa es la calle. Puedo oler a aire; a vida). El pequeño es más tranquilo. Sale a la madre. Comprendan que sonría, pero incluso en estas difíciles circunstancias invade mi pensamiento la imagen de su cara tras abrir el enorme regalo: un castillo, con duendes y todo. Cumplió cinco hace tres días. Te quiero; te quiero; te quiero. (¡bingo, la ventana! Ahí te pudras, asqueroso infierno. Bye, bye). Este domingo iremos al parque de atracciones, y luego al cine, que el día tiene muchas horas y si algo nos sobra son ganas de pasarlo bien (el aire golpea mi rostro. Pierdo de vista la avenida. El cielo se aleja). Y las vacaciones, que mañana es 12 de septiembre. No puedo olvidarme de ellas, porque el tiempo se echa encima y los pasajes no esperan. Preferimos Europa, pero aceptamos sugerencias (ladeo la cabeza y encuentro unos ojos. Le tiendo la mano. Somos muchos). Esta noche tomaremos una decisión como se toman las decisiones: con una taza de café en la mano y un beso en los labios (¿por qué...).
Santiago Díaz Bravo
EL DÍA
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