jueves, 14 de enero de 2010

LEER SOBRE UNO MISMO

Leer nos hace humildes. Cuando menos nos lleva a pensar bien las cosas, a permitir que la razón influya de alguna forma en nuestras complejas vísceras. Y es que nada como un buen libro para sumergirnos en los espíritus ajenos y comprender lo que de otra forma nos resultaría difícil asimilar. La lectura nos convence de que junto a nuestros sentimientos y creencias conviven otros sentimientos y creencias, las más de las veces tan parecidos los unos a los otros como un huevo a una castaña. Leer, en definitiva, acentúa nuestra tolerancia.
Sin embargo, decir que quien lee es mejor persona, mejor profesional, mejor cónyuge, mejor hijo, mejor vecino, mejor ciudadano, sería una descomunal temeridad, al menos si contemplamos dichas mejoras desde el más puro convencionalismo, porque quien lee cuenta con más elementos de juicio, con la información necesaria para poner en duda todo lo que le rodea y emprender batallas de todos los tipos y colores, incluida la persecución de peligrosos molinos de viento al estilo del siempre omnipresente Alonso Quijano.
De la misma forma que los libros nos brindan una ventana diáfana hacia el alma humana y nos convierten en una suerte de esponjas capaces de absorber la diversidad, nos obligan a emprender el tortuoso sendero de la crítica y la autocrítica y nos convierten en permanentes examinadores de lo humano y hasta de lo divino.
Y es que la crítica y la autocrítica que nacen de la lectura se hallan en el origen de buena parte de los avances de las sociedades en todos los campos, porque tales planteamientos acabarán plasmados sobre el papel, y volverán a ser cuestionados, y tales disentimientos encontrarán acomodo en una cuartilla, y así sucesivamente. Un libro es en buena medida una respuesta a muchos libros anteriores, formando parte de un diálogo universal que se desarrolla a través de los siglos y se halla más presente en nuestras vidas de lo que nosotros mismos imaginamos.
Ese diálogo que trasciende países, culturas y generaciones se torna en la única forma no sólo de adquirir la imprescindible consciencia acerca del mundo en el que nacemos, vivimos y morimos, sino también sobre nuestra propia existencia. Nada mejor que los libros para presentarnos a nosotros mismos y emprender una plácida e interminable conversación con nuestros adentros.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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