ARNOLD SCHWARZENEGGER, alias Terminator, se ha convertido en el nuevo gobernador de California, el estado más poderoso de los Estados Unidos, casi del mismo tamaño que España y con un potencial económico muy superior. Su elección se quedaría en la mera anécdota si no fuera porque, más pronto que tarde, tal situación encontrará reflejo en la vieja Europa. Si Washington ha asumido el papel de indiscutible capital del mundo es porque se ha especializado en la exportación de modas y modelos de conducta, paso previo a la exportación de productos e ideologías. El cine, Hollywood, se tornó tras la segunda gran guerra en una suerte de avanzadilla que con el paso de las décadas, y con el indiscutible apoyo de la lúgubre etapa de la "guerra fría", se ha descubierto fundamental para la entronización planetaria de todo aquello que huela a estadounidense. Somos lo que somos, el mundo entero es lo que es, en buena medida debido a los magníficos guiones que han pergeñado durante décadas los sesudos guionistas de la Universal, a los fastuosos decorados de la Paramount, al indiscutible sentido mitad artístico, mitad comercial, de los productores de la Century, a la estudiada pose de Humprey Bogart, a la embriagadora belleza de Ava Gadner, a las imbecilidades de Jerry Lewis, a la virilidad de Harrison Ford, a las piernas de Cameron Díaz y a los indestructibles tornillos de Arnold Schwarzenegger Si el bueno de Terminator, siguiendo el camino abierto por su colega Ronald Reagan, ha logrado que sus conciudadanos le otorguen el cargo de mandamás californiano, créanme si les digo que dentro de poco seremos testigos de una encarnizada lucha por la presidencia española entre Emilio Aragón y Antonio Ozores. ¿Tiene dudas? Yo, ninguna; votaré a Ozores. Donde no lo tengo tan claro es en el ámbito de la política local porque, si le soy sincero, a la hora de elegir al futuro presidente del Gobierno de Canarias no encuentro grandes diferencias entre Tony Santos y Chago Melián.
Santiago Díaz Bravo
El Día
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