
MAMÁ ME ABRONCABA por llegar a deshora la noche anterior y yo, atufado, levantaba la cabeza hacia el televisor y allí estaba él, la reencarnación de Picio, evidenciando que con la mera inteligencia se puede llegar muy lejos. Mi chica me acababa de confesar que íbamos a continuar siendo los mejores amigos del mundo y yo, con las mejillas aún humedecidas, miraba de reojo la pequeña pantalla y allí estaba él, recordándome que mis cuitas eran poca cosa en comparación con los desaires que, día sí, día también, sufrían los catalanes por parte del omnímodo poder castellano. Me emancipé, compré mi primera caja catódica y, nada más encenderla, allí estaba él, subrayándome que lo que fuera bueno para Catalunya sería bueno para mí. Arnold Schwarzenegger desafiaba totalmente a los malos de Marte y allí estaba él, dejando clara la intergalacticidad del nacionalismo catalán. Este domingo, el adiós de Jordi Pujol a la presidencia de la Generalitat se convertirá en un duro trago para toda una generación. Primero se nos fue Heidi, luego Pipi; sin recuperarnos le llegó el turno a Marco, un poco más tarde a la Bruja Avería y, ahora, al bueno de Jordi, uno de los pocos personajes que han sobrevivido a nuestra tierna adolescencia. Él siempre ha estado ahí, reivindicando y, cuando no, reivindicando también. Jordi nos ha enseñado que el que la sigue y la persigue la consigue; ha sido capaz de que el mismísimo Aznar, mejor o peor, hable íntimamente la lengua de Pla; nos ha enseñado que Jordi se pronuncia Yordi y Pujol, Puyol. A propósito o por mor del devenir, se ha convertido en un icono de nuestra época que ha mandado, y mucho, dentro de las fronteras de su bella y floreciente región e, indirectamente, en las restantes. Jordi ha sido durante años la novia caprichosa que todos han pretendido, la amante dispuesta a plantar a su pareja por un quítame allá esas joyas, la contundente confirmación de que un verso nada tiene que hacer frente a un lujoso descapotable. El lunes, Jordi será un poco menos Jordi y todos seremos algo más viejos.
Santiago Díaz Bravo (13/11/2003)
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