jueves, 6 de noviembre de 2003

LETIZIA


CON MAYOR O MENOR ímpetu que cada una de las presuntas doncellas de las cortes europeas, Letizia probablemente se desperece cada mañana antes de saltar de la cama. Alguna vez, al otro lado del colchón hubo alguien, de igual forma que lo hubo, lo ha habido, lo hay y lo habrá en el lecho de la mayoría de las supuestamente castas herederas del continente; sin olvidar a los principitos, que los hay de todas clases y para todos los gustos y disgustos. En muchas o pocas ocasiones, Letizia habrá dicho "coño" y se habrá acordado con escasa reverencia de los antepasados de no se sabe quién; ni más ni menos que otras tantas reales damas, estupendas o no, que abarrotan los fastos salones de los palacios, restaurantes, hoteles de lujo y boutiques de "pret a porter" del viejo mundo. Alguien, escandalizado o atemperado, con tantísima o poquísima envidia, pero con envidia seguro, podrá comentar que la ha contemplado dándose un revolcón en los exuberantes jardines de la Facultad de Ciencias de la Información, o acaso fumando lo que parecía ser pero no era, como cualquier joven que se preciara de descubrir la vida, incluidas las excelsas, ilustrísimas, excelentísimas y reverendísimas cortesanas de aquí y allá. Durante años madrugó para llegar de madrugada a su trabajo, mientras las tatianas, victorias, carolinas y gabrielas roncaban a pierna suelta, tal vez acabantes de cepillarse los dientes y acurrucarse entre las sábanas para disfrutar de la molicie hasta bien entrada la mañana. Hace bien poco cogía la guagua, el metro y el taxi. Cuando no, acaso emulando a las jóvenes de realengo, conducía un Seat, su particular versión del lujo sobre ruedas. A pesar de las contundentes evidencias de que Letizia Ortiz Rocasolano no desmerece a las demás, e incluso de que es bastante mejor que ellas, poco han tardado en emerger una serie de opiniones, respetables en algunos casos, que se empeñan en negar la idoneidad de la futura reina bajo un argumento monstruoso: la necesidad de que carezca de pasado, un requisito imposible, porque el pasado es la vida misma, lo que marca la diferencia entre un ser humano y un florero.


Santiago Díaz Bravo

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