
FRANCISCO ÁLVAREZ CASCOS se ha despedido de la política llevándose su gran secreto, evitando compartirlo con nadie, condenando a la impotencia a cientos de miles de españoles que veíamos en él una guía y aspirábamos a imitarlo. Paco, así le gustaba que lo llamasen sus allegados, presumía de portar fabada en sus venas, de atesorar las místicas artes de un avezado pescador fluvial, de construir las carreteras más largas y las líneas ferroviarias más rápidas, de levantar la voz y hacer temblar de indignación al rojerío patrio. Paco, que se ha ido sin revelarnos lo que tanto deseábamos conocer, llegó a convertirse en el enemigo número dos del entonces decadente gobierno del señor González, quien al final, tanto le insistió, se fue. El doberman, mote que le brindaron sus adversarios socialistas, se transformaba más tarde en vicepresidente y sus ladridos se tornaban en órdenes gubernamentales. Pero no duró demasiado, porque poco a poco su estrella se fue diluyendo y sus competidores, al acecho, ganándole terreno en las preferencias del número uno. La amistad, como el amor, y de eso sabe mucho Paco, se encuentra al pairo de los acontecimientos. Aunque debilitado, nadie logró apartarlo del todo, y allí siguió un cuatrienio más, mandando en lo que mandaba y aprovechando mejor que ningún otro las horas libres entre reuniones y cortes de cinta. Y la discreción, porque Paco, al que no le perdonaremos jamás su egoísmo, largarse sin más, sin decir esta boca es mía y ocultarnos, en definitiva, el gran enigma, nada tiene que ver con su colega Rodrigo. A Paco jamás lo habrían pillado transportando un vulgar tendedero, acción pecaminosa cuando de un ministro se trata, máxime siendo el de Economía, que mal debe andar el país si hasta él carece de dinero para comprar una secadora. Paco Álvarez Cascos, si alguna vez regaló un tendedero, lo hizo en la intimidad, que esos momentos, como bien practicaba el número uno cada vez que conversaba en catalán, deben mantenerse alejados de ojos ajenos. Sin embargo, nada de ello lo justifica. Nunca conseguirá que le perdonemos por haberse marchado sin descubrirnos cómo es posible que un tipo tan feo tenga tanto éxito con las mujeres.
Santiago Díaz Bravo (22/01/2004)
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