jueves, 8 de enero de 2004

DON JOSÉ MARÍA

DON EULOGIO, severo y recto religioso donde los hubiere, nos aseguró una tarde, hasta caer en la pesadez, que en su hora podíamos expresarnos libremente, que cualquier remordimiento que albergásemos, por sonrojante que fuese, obtendría su comprensión y una sabia respuesta. Erre que erre, incansable don Eulogio, que cualquier fechoría que cometiésemos, por vergonzosa que nos pareciera (y le pareciera al director del colegio), sería, no podía ser de otra forma, merecedora de su perdón. El de Dios era otro cantar, que él llegaba hasta donde podía. Nos convino entonces a delatar al autor de la mamarrachada que lucía en la pizarra, graciosa, por qué no reconocerlo, aunque sin duda hiriente. Una mano se alzó, la que todos sabíamos que debía alzarse. Segundos después, la misma mano servía para mitigar un errático aterrizaje tras un sonoro bofetón y un esperpéntico vuelo entre dos pupitres. Don Eulogio era un mentiroso, pero atizaba que daba gusto. Jamás volvimos a creerle, ni a él ni a ningún otro de los profesores que a diario pasaban por aquella inolvidable aula. Pintadas similares, peores, ensañándose con don Eulogio hasta límites extremos, volvieron a aparecer; no sólo en la pizarra, sino también en las paredes del baño y hasta en algún muro exterior. Después de aquello, don Eulogio no volvió a ser el mismo.
Don José María es un pesado. Llevaba tiempo diciendo que la violencia es mala, que no arregla nada, que cualquier idea puede defenderse a través de las instituciones democráticas sin necesidad de hacer daño a nadie. Erre que erre don José María con la prevalencia de la palabra para sostener cualquier pensamiento, porque don José María, como muchos otros, ha animado a quienes apoyan a los miserables asesinos de ETA a cambiar las armas por el verbo, las pistolas por los escaños, a decir esto o lo otro le guste o no a don José María. Pero se ha alzado un dedo, el de Esquerra Republicana de Catalunya, y don José María se ha enfadado, se ha desdicho de su propio discurso y trata como lo que no son a quienes, con mejor o peor tino, no hacen sino defender aquello en lo que creen. A partir de ahora, nadie va a creer a don José María, que, además, atiza que da gusto.

Santiago Díaz Bravo
El Día

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