miércoles, 7 de junio de 2006

DE CÓMO ESPAÑA SE HACE HUMO


LA COMUNIDAD Autónoma de Cataluña ha sido la última en anunciar que la ley antitabaco le entra por un orificio antes de salirle por otro con volutas y todo, sumándose con tamaña rebelión a los gobiernos regionales de Madrid, Valencia y La Rioja, promotores de una serie de reglamentos que las autoridades estatales, señoras y señores que trabajan en la capital y se supone que mandan, aseguran que contradicen sin ambages las normas aprobadas en las Cortes por los legítimos representantes de los españoles. Lo que no ha conseguido Esquerra Republicana con el Estatut lo va a lograr Philip Morris con una cajetilla de Marlboro, porque va a ser el humo y no la agencia tributaria lo que divida la piel de toro en un sinfín de reinos que se caracterizarán por un grado concreto de humareda y un mayor o menor número de oncólogos y cardiólogos en paro. La reacción de los gobernantes pronicotina da la razón a quienes auguraban que el movimiento ciudadano en favor del tumor propio y ajeno, también denominado "si morimos, morimos todos, cuanto antes mejor y al que no le guste que se j...", no se iba a quedar de brazos cruzados contemplando cómo sus congéneres disfrutan de un plato de comida sin que una nube de humo se interponga ante sus ojos, sin que una fumarada colonice su propio espacio y el de los suyos para, osada e irreverente, adentrarse en los conductos respiratorios hasta desembocar en pulmones adultos, infantiles, de neonatos y en todos los que se pongan por delante, que hay que dar trabajo a médicos y sepultureros. A una ley nacida con la tara de la excesiva permisibilidad se ha unido la incapacidad de parte de la clase política para diferenciar entre lo que es importante y lo que no, entre la defensa del ciudadano desamparado y la superchería de las tesis que defienden la necesidad de hacer la vista gorda ante dos fenómenos, el tabaquismo y el tabaquismo pasivo, que desmienten el dicho que reza "mal de muchos, consuelo de tontos", porque aquí, en lugar de mera tontería, sobresale una mayúscula aberración.


Santiago Díaz Bravo
El Día

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