jueves, 1 de junio de 2006

PAUL AUSTER


LA VIEJA EUROPA cuenta entre sus virtudes con la adopción de artistas estadounidenses que a pesar de su innegable calidad, o precisamente como consecuencia de ella, se muestran incapaces de concitar el interés mayoritario del público de su país. Nos asalta la memoria, y es sólo un ejemplo, el recuerdo del "maldito" Charles Bukowski, un californiano de origen alemán que dejó este mundo convertido en un mito para los europeos a la vez que en un literato casi desconocido para sus compatriotas, quienes ahora, a través del recurrente séptimo arte, parecen dispuestos a recuperarlo. Más reciente es el caso del cineasta Woody Allen, archipremiado en la mayoría de los países de este lado del Atlántico, España incluida, pero con escasa suerte a la hora de encabezar la lista de películas más vistas en el propio pese a una prolífica actividad delante y detrás de las cámaras. El último capítulo de esa dicotomía que enfrenta a Europa con Estados Unidos lo protagoniza Paul Auster, un escritor cuyos fieles se cuentan por decenas de miles en el viejo continente y cuyo principal mérito ha sido recuperar la premisa fundamental de la buena literatura: contar historias, en su caso sorprendentes porque sorprendente es el imperio del azar, fuente primigenia de su inspiración. Con reconocimientos oficiales o sin ellos, en apenas dos décadas de carrera Paul Auster se ha hecho un sitio entre los grandes de las letras. "El Palacio de la Luna", "La música del azar", "Leviatán". "La trilogía de Nueva York", "El libro de las ilusiones" o el reciente y maravilloso "Brooklyn Follies" son argumentos más que contundentes para rendirse ante tal evidencia. Con todo, la decisión de concederle el Premio Príncipe de Asturias lo sitúa en el justo lugar que merece, en un pedestal que compartirá a partir de ahora con otros grandes como Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Camilo José Cela, Arturo Uslar Pietri, Álvaro Mutis, Juan Rulfo, Carmen Martín Gaite o Arthur Miller. Cuando contemplemos sus desorbitados ojos mirando la techumbre del teatro Campoamor nos preguntaremos qué peregrina historia pergeña en su sesera y suspiraremos una vez más por su próximo libro.


Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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