jueves, 11 de febrero de 2010

PÍCAROS Y LETRAS

Muy a su pesar, la periodista, pseudoperiodista o como usted quiera llamarla Ana Rosa Quintana ha pasado a formar parte de la historia de la literatura española. De la negra, pero historia a fin de cuentas. Su contribución al conocimiento del mundo literario por parte del público resulta impagable, porque gracias a ella pudimos enterarnos de que aquello que considerábamos una actividad del todo sana, ajena a los males que aquejan a otros ámbitos de la realidad patria, cuenta sin embargo con mucho de lo que avergonzarse. Gracias a ella supimos de la existencia de los denominados ´negros´, xenófobo sustantivo del que se ha echado mano para denominar a aquellos escritores que se prestan a vender su obra, autoría incluida, a cualquiera que pueda pagarla. Poderoso caballero es don dinero, y ésta no iba a ser la excepción.
Gracias a Ana Rosa Quintana hemos puesto en duda no pocas autorías de libros, las más de las ocasiones supuestamente escritos por famosetes que aprovechan el tirón televisivo para ganarse unos duros, y de forma paralela, aunque nos entre la risa sólo de pensarlo, para incrementar su prestigio social y abundar en su fingido papel de analistas de la realidad. Y también gracias a la famosa locutora hemos llegado a la conclusión de que nada como el victimismo para reponerse de lo que a muchos se nos antojaba que iba a ser un aplastante bochorno. Una cara de no haber roto un plato, un par de lagrimones y unas cuantas justificaciones la mar de estúpidas resultaron más que suficientes para que la usurpadora no sólo recobrase sobre la marcha el honor mancillado, sino incluso para que consolidase sus despampanantes cifras de audiencia.
Ana Rosa Quintana y quienes le ayudaron a perpetrar su fechoría no estuvieron a la altura del país que vio nacer a Cervantes, Quevedo, Pío Baroja o Lorca de la misma forma que hicieron sobrados honores a personajes que pueblan obras tan señaladas como Guzmán de Alfarache, El Lazarillo de Tormes o La vida del Buscón llamado don Pablos. Y es que grandes literatos y pícaros de primerísimo nivel han compartido vecindad durante siglos en la piel de toro, archipiélagos incluidos. Entre ambos han tejido una necesaria sociedad, porque no sólo es imprescindible escribir con maestría, sino también tener de quien escribir.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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