jueves, 5 de agosto de 2010

LA FEA COSTUMBRE DE MIRAR HACIA OTRO LADO

El ninguneo, o lo que es lo mismo, el no aprecio, acaso sea el mayor de los desprecios. No darse por enterado de los éxitos del prójimo es una conducta tan visceral, tan vinculada a la naturaleza humana, que forma parte del listado de actitudes susceptibles de ser disculpadas. Pero, como todo en la vida, resulta imprescindible marcar un límite, máxime cuando quienes miran hacia otro lado incumplen su deber ético y profesional. La prensa seria vuelve a olvidar su obligación de servir de escaparate del interés público por mor de un pésimo sentido de la competencia. Y van unas cuantas.
El diario El País, cuya legítima tendencia política se halla a estas alturas lo suficientemente contrastada, tanto como la del resto de los matutinos de ámbito nacional, ha desvelado un escándalo de proporciones gigantescas, nada menos que el amaño de partidos en la Segunda División de la Liga de Fútbol Profesional, mediante una serie de presuntos pagos a jugadores a cambio de que se dejaran perder, con el fin de facilitar el ascenso a Primera de un club determinado: el Hércules de Alicante. La operación, y con él su instigador, el accionista mayoritario de la entidad levantina, ha sido descubierta de forma casual, a través de unas escuchas policiales relacionadas con un posible caso de corrupción protagonizado por personajes vinculados al Partido Popular.
Se trata de una noticia que trasciende la índole deportiva, un grave caso de fraude que afecta directamente a miles de personas, todas las que de una u otra forma se hallan ligadas a los cinco clubes a quienes se cita en las conversaciones grabadas, además del Hércules, Salamanca, Girona, Córdoba y Recreativo. Sin embargo, el resto de los diarios de difusión estatal apenas se han hecho eco de la primicia. Algunos ni siquiera se han dignado a citarla. El deber de informar, de otorgar la necesaria trascendencia a un asunto de interés general, queda una vez más supeditado a intereses menores, y la credibilidad de la prensa sufre un nuevo traspiés.
Pocas dudas caben de que la identidad del principal sospechoso, un empresario implicado en el denominado 'caso Gurtel', que unos diarios explotan siguiendo unas determinadas directrices políticas, y otros, por el contrario, niegan hasta donde les es posible hacerlo, ha resultado determinante en el 'olvido' de parte de los medios, pero no es menos cierto que desde hace años la prensa española se ha embarcado en una vorágine de autosuficiencia y soberbia que la ha llevado a sobrevalorar los logros propios y, de forma paralela, a desestimar los ajenos sin considerar antes su verdadera importancia. La filosofía que se ha implantado en las redacciones es la de evitar hablar de lo que primero han hablado otros, porque en caso contrario se reforzaría al competidor ante los ojos de la opinión pública. Craso error periodístico; estupidez empresarial.
El valor que los lectores conceden a los medios de comunicación no depende tanto de quién publica primero una determinada noticia como de quién es capaz de llegar más lejos en su explotación periodística. La reacción de la competencia frente a una exclusiva de calado debe ser la de hacerla suya y mimarla como si la hubiese parido. Pasados unos días, nadie recordará quien la publicó primero, pero se alabará a quien haya sumado más revelaciones a las iniciales. Una exclusiva, en lugar de una maldición para quien la lee en la primera página del competidor, puede tornarse en una bendición. Una correcta práctica periodística obliga a dar continuidad a aquellas noticias extraordinarias que otros hayan sacado a la luz. Una buena gestión empresarial, ídem de ídem.
Pero casos como el de la 'compra' de partidos de fútbol reflejan una realidad aún más preocupante: una noticia del máximo interés requiere del refrendo de un número significativo de medios para que sea tomada en serio por el respetable. Poco importa que el escándalo sea de dimensiones sobresalientes, que se haya pervertido la verdadera 'fiesta nacional', el fútbol, porque lo que dice El País no será igual de relevante si no inciden en ello tanto el resto de los diarios nacionales como los medios audiovisuales. Hasta ese extremo llega la desconfianza popular hacia la prensa.
Un asunto que en otros países hubiese acaparado una atención mayoritaria corre el riesgo de quedarse en una mera serpiente de verano como consecuencia de las cuitas entre las empresas periodísticas patrias, que seguirán quejándose de la pérdida de lectores, de que los diarios cada vez interesan menos, de que la disminución de ingresos se está convirtiendo en insostenible. Han olvidado que quien se gasta 1,20 euros en un periódico lo mínimo que espera es una cierta profesionalidad.
Santiago Díaz Bravo

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