lunes, 14 de marzo de 2011

CANARIAS Y EL MODELO TURCO

Mohamed VI comprueba desde hace semanas hasta qué extremo son capaces de arder las barbas de sus vecinos, y antes de que prendan las propias ha decidido adelantarse a los acontecimientos y anunciar una reforma constitucional cuyo único precedente en un país mediterráneo de mayoría musulmana lo hallamos en la república de Turquía, el Estado secular que refundó Mustafa Kemal Ataturk en 1923 y que ha permitido constatar que la convivencia entre el credo religioso, la democracia y el respeto a los derechos individuales no tiene por qué ser patrimonio exclusivo de las sociedades occidentales.
En el fondo, el monarca aluita se ha limitado a volver tras sus pasos, o más correctamente: a retomar la senda que se le presuponía cuando hace doce años sucedió en el trono a su padre, Hassan II, y manifestó su firme intención de modernizar Marruecos. Aquellos bríos se habían debilitando con el paso del tiempo, hasta que un incontrolable movimiento popular laico surgido en Túnez convirtió la apertura, más que en apropiada, en imprescindible para evitar el riesgo de unos agravios similares a los sufridos por Ben Ali, Mubarak y Gadafi.
Con la mirada a mitad de camino entre París y Washington, sus principales valedores, la corona marroquí jamás ha ocultado su deseo de acercarse a la vieja Europa. En el colmo de la osadía, acaso tomando como referencia a los obstinados turcos, ha llegado a insinuar la posibilidad de convertirse en miembro de pleno derecho de la Unión, aunque pocas cosas ha hecho por merecerlo. Bruselas y las más relevantes cancillerías, la francesa incluida, jamás han dejado de considerar a Marruecos un paraje exótico donde un caprichoso soberano, con más opciones de tornar en personaje de Las mil y una noches que en un mandatario acorde con la trepidante realidad del siglo XXI, mantiene a raya al siempre temido yihadismo a cambio de disfrutar de una especial consideración por parte de los próceres de occidente. Ahora, sin embargo, Mohamed VI parece empeñado en cambiar su propia suerte, que no es otra que la de su país. Si las anunciadas reformas se convierten en realidad, el gigantesco vecino, el intrigante Estado al que con tanto recelo se mira desde Canarias, jugará la baza de la modernización real, promoviendo una apertura política que provocará, en consecuencia, importantes avances económicos a los que no será ajeno el archipiélago. Sin querer caer en la hipérbole, mas, por qué no, analizando con detenimiento las similitudes con Turquía, cuyo Producto Interior Bruto se sitúa entre los de mayor crecimiento del planeta, estas islas, tan castigadas por la recesión económica, colapsadas por un modelo de desarrollo con síntomas de agotamiento, tal vez deban agradecer a los tunecinos el origen de buena parte de sus opciones de bienestar futuro.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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