viernes, 25 de marzo de 2011

RÉQUIEM POR LA IDEOLOGÍA

La intensificación de una precampaña electoral que dio comienzo hace cuatro años, a la que se sumará a corto plazo la campaña en sí, permite que nos reafirmemos en una más que evidente percepción, máxime al constatar el vacuo contenido de los carteles publicitarios que afloran estos días en los espacios públicos de las islas: los partidos políticos han sustituido las ideas por los lemas. Antaño, los ideólogos escudriñaban sus cerebros a la búsqueda de fórmulas que facilitaran el progreso económico y social. Pero los tiempos cambian, y a estas alturas esos otrora reputados pensadores se han convertido en antiguallas a quienes se mira como a bichos raros. En un mundo donde el reloj es la nueva deidad y el intelecto de la ciudadanía se halla expuesto a un incesante bombardeo informativo, apenas queda espacio para argüir, desarrollar y definir juicios políticos, o lo que es lo mismo, explicar concienzudamente un programa electoral.
Los planteamientos ideológicos se han dejado de lado porque predicar ideas requiere tiempo para quien las expone y tiempo para quien las escucha, unos condicionantes que se antojan imposibles en el imperio de lo efímero. La vorágine de un periodo histórico marcado por la preeminencia de los medios de comunicación audiovisuales, en el que los partidos se las ven y desean para intercalar sus mensajes entre los cada vez más competitivos contenidos televisivos, ha enviado a los ideólogos a las oficinas del paro y ha dejado vía libre a los publicistas.
Las fórmulas al uso para ganarse el favor del electorado se basan en locuciones contundentes, simples, reiterativas, ocurrentes llegado el caso, adornadas por un cuidado entorno que convierte a la estética en la madre de todos los discursos. El razonamiento, paso previo a la reflexión del elector y el consiguiente discernimiento entre una u otra propuesta, se ha abandonado; su lugar lo ocupa ahora el sentimentalismo, irracional pero inmediato y, sobre todo, efectivo. Los personajes inciden en silogismos superficiales, tendentes no tanto a convencer al público como a ganarse su simpatía. Los mensajes, qué les voy a contar que ustedes ya no sepan, son monótonos, insistentes, cargados de fuerza interpretativa, una suerte de teletienda al alcance de todos los mortales. Los publicistas y asesores de imagen lo controlan todo, desde los nudos de las corbatas hasta los momentos más adecuados para emitir una sonrisa, un desaire o un exabrupto, que de todo debe haber en la viña del buen candidato.
La ideología, si internet no lo remedia, ha pasado a mejor vida y su espacio ha sido ocupado por enunciados del tipo «yes, we can», que lo mismo sirve para ganar unas presidenciales que para vender millones de botellines de Coca Cola Zero.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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