domingo, 10 de abril de 2011

LONDRES EN LA MEMORIA

QUIENES pisamos Londres en la década de los 80 nos sorprendimos con la ingente cantidad de razas y nacionalidades que transitaban por las calles de Candem Town, se acomodaban en la barra de un pub del Soho, tomaban la Central Line en Oxford Circus o paseaban en torno al sosegante lago de Hyde Park. El espectáculo era grandioso. La metrópolis británica devolvía con intereses los esfuerzos de quien se había dejado buena parte de sus ahorros en un pasaje de avión y un hotel de tercera categoría junto a Russell Square. Transcurridos dos decenios, aquellos fascinados trotamundos de ojos desorbitados nos hemos percatado de que Londres era el preámbulo de buena parte de los fenómenos sociales que han acaecido en el resto de Europa, como si la ciudad de residencia de «Su Graciosa Majestad» hubiese actuado a modo de laboratorio y el resultado de sus experimentos se hubiese ido aplicando a lo largo y ancho del territorio europeo.
Años después bastaba con deambular por París, Roma, Amsterdam, Ginebra, Berlín o Madrid para comprobar que la colorista sociedad londinense había encontrado reflejo en el continente y que su razonable, aunque perfeccionable, modelo de integración multinacional, étnica y religiosa se había expandido como respuesta lógica a un mundo donde los guardias de fronteras han tornado en antiguallas. Y si en un primer momento el proceso se limitó a las grandes ciudades y sus suburbios, posteriormente se fue ampliado a todos los rincones de la Unión. Y Canarias no fue la excepción. Entre sorprendidos y expectantes al principio; mitad resignados, mitad tolerantes con el paso del tiempo; condescendientes por último, los canarios asistimos desde hace lustros a la incesante llegada de inmigrantes provenientes de los lugares más variopintos. A la incipiente comunidad india, pionera del éxodo, se han ido sumando europeos, sudamericanos, africanos y asiáticos, un fenómeno que en parte debido al elevado grado de civilización de quienes habitamos estas islas, en parte a esa intrínseca capacidad de transmitir lo mejor de nuestra esencia, no ha desembocado en conflictos relevantes pese a la disparidad de costumbres y credos. Antes bien, la convivencia ha resultado armónica y productiva. Ahora, atosigados por una crisis económica que no entiende de nacionalidades, buena parte de quienes un día se decidieron a emigrar al Archipiélago retornan a sus países de origen. Afortunadamente no se irán todos, porque Canarias carecería de sentido sin su presencia; porque estas islas fueron, son y deben seguir siendo una fuente de mestizaje; porque aquel Londres que tanto admirábamos, que tanto ansiábamos, lo disfrutamos ahora en la puerta de casa.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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