lunes, 18 de abril de 2011

RONALDO Y EL PORTERO LOCO

LOS DÍAS PREVIOS no se hablaba de otra cosa en ventas y tabernas. Los padres, pero también las madres, azuzaban a sus retoños en pro de los colores amados, y estos, ganados para la causa, a menudo llegaban a las manos en el recreo como consecuencia de alguna insalvable diferencia de criterio sobre las grandezas y miserias de uno y otro equipo. El profesorado, qué remedio, se hallaba aquella semana en estado de máxima alerta, presto a sofocar con urgencia cualquier conato de violencia y, por qué no confesarlo, a propinar la mayor cachetada al hincha contrario, siempre tras exhibir una pose de forzada neutralidad. Afuera, si cualquier vecino se topaba en la calle, en una cafetería, en una tienda, con algún jugador de los suyos, se hallaba en la obligación de insuflarle ánimos y desearle la mayor de las suertes, que no podía ser otra que la victoria, mediante una sonrisa complaciente y una amistosa aunque respetuosa palmada en la espalda. Con cuidado, eso sí, no fuera a provocarle una contractura al valiente guerrero.
Y el esperado día llegaba. Y los nervios del respetable se hallaban a flor de piel desde primera hora. A algunos infantes, y también a quienes pintaban canas, les había costado un suplicio conciliar el sueño la noche anterior, pero allí estaban junto a la familia, los amigos y miles de acólitos en las gradas de Los Cuartos o El Peñón, participando en una fiesta donde ganar era sinónimo de felicidad y perder, Dios no lo permitiese, de desoladora desdicha. Qué grandiosas tardes de fútbol y emociones. Qué inolvidable experiencia sentirse parte de aquella tropa de aires marciales y vocerío desmedido.
Y es que en la cada vez más lejana niñez, un partido entre la Unión Deportiva Orotava y el Club Deportivo Puerto Cruz, vecinos y encarnizados rivales, se tornaba en un acontecimiento social de la máxima relevancia. Hasta que llegó la televisión, que todo lo puede, y vació las gradas de esos y otros estadios para poblar los sillones de los hogares y los bares suscritos a los canales de pago. Jubiló a Manolo, el portero «loco» que subía a rematar, y lo sustituyó por Cristiano Ronaldo, a quien jamás nos tropezaremos en el restaurante, en el parque o en la gasolinera, ni le desearemos suerte, ni le obsequiaremos con una amistosa palmada en la espalda. Las camisetas de los clubes locales yacen en el olvido porque acaso hayamos llegado a la estúpida conclusión de que merece más la pena ser espectador que protagonista.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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