
QUE CANARIAS fuese en 2006 la región con más disoluciones matrimoniales no debe extrañar a nadie, porque la ruptura de las relaciones de pareja no es sino el reflejo del mundo en el que vivimos, donde la temporalidad se ha adueñado de todos los órdenes de la existencia. Se cambia de pareja igual que se cambia de coche, de televisor o de microondas, y la tan manida frase “hasta que la muerte os separe” ha quedado recluida al arcón de los horrores. En la era de la prisa, donde el tiempo es el principal valor y su máximo aprovechamiento el objetivo último, abandonamos a la pareja cuando nos da problemas igual que cambiamos de nevera cuando se nos estropea dos veces seguidas, sin sopesar la posibilidad de una tercera reparación. El cambio constante, a veces desmedido, es la nueva religión, y su práctica se ve favorecida en el ámbito material por una incesante y creciente oferta de novedosos productos para cualquier actividad posible. Busque usted accesorios para la más extravagante afición y los hallará sin duda, en una perdida tienda de una gran ciudad o en Internet, pero los encontrará, y comprobará asombrado que tales accesorios se renuevan, que pocos meses después salen a la venta otros que dejan anticuados a los anteriores. La renovación ha suplido a la vigencia y lo antiguo queda relegado al sibaritismo._Del mismo modo, la oferta afectiva se renueva día a día, el mercado del amor con fecha de caducidad se nutre con las cada vez más habituales rupturas, y el único requisito para cambiar de pareja es deshacer el quebradizo lazo que nos une con alguien. Si bucea en su memoria y recuenta las bodas a las que acudió hace tres lustros, probablemente se sorprenda al comprobar que más de la mitad de aquellos simpáticos recién casados que probaban las mieles de la felicidad se han decidido a emprender caminos dispares. Y ya habrá advertido las similitudes entre las reuniones de padres de alumnos y los clubes de divorciados. Así las cosas, para qué poner a Dios por testigo si antes o después va a romperse el contrato. Mejor ser previsores, optar por el amancebamiento y evitar absurdas complicaciones legales a la hora de materializar el más que probable cambio de amorío que se producirá dentro de unos años. Los menos posibles, que en la variedad se halla el gusto y aquí estamos cuatro días, dos de ellos en los brazos de Morfeo. El matrimonio, la pareja, ya no se enfrenta a obstáculos ni a imprevistos que conlleven una tortuosa convivencia, sino a finiquitos de plazo, a cambios de temporada similares a los del pret a porter. El mundo avanza a velocidad de vértigo y las relaciones afectivas no hacen sino adaptarse a tan frenético ritmo, sin que haya buenos ni malos, justos o injustos. La vida es así y así hay que tomarla, y las nuevas parejas se reúnen en torno a la mesa para contar historias de matrimonios que se aguantaron cincuenta años y descansan en el mismo panteón, y sonríen antes de preguntarse cómo es eso posible para, enseguida, cambiar de asunto. Mientras, divorciados y divorciadas, separados y separadas, hacen planes con sus futuras pero aún desconocidas parejas al tiempo que se dejan convencer por un incansable vendedor de coches.
Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias
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