sábado, 24 de noviembre de 2007

CONCURSOS DE BELLEZA

A las cosas antiguas hay que hacerles sitio, porque aunque la mayoría de las veces las nuevas sean mejores, siempre habrá alguien, por costumbre o convicción, que prefiera lo de antaño. Resulta del todo aconsejable que los cambios se lleven a cabo poco a poco, sin rupturas extremas, evitando en lo posible que los amantes del pasado se sientan ninguneados. Qué decir, si no, de los concursos de belleza femenina, esos ridículos acontecimientos adornados de cutrerío y caspa donde bellas señoritas se exhiben como ganado, el súmmun del anacronismo en una sociedad que presume de moderna y hasta de vanguardista. Los defensores a ultranza de tamaño espectáculo, que no sólo denigra a la mujer, sino a la sociedad misma, han logrado sortear las acusaciones de machismo recalcitrante organizando concursos de belleza masculina, como si la solución al dolor de muelas fuese una patada en el estómago. Mientras tanto, año tras año, en pueblos, ciudades, países y continentes, bellas damiselas se convierten en floreros oficiales con la única obligación de pasearse por actos y programas de televisión de todo tipo, posar para un sinfín de cámaras, sonreír, decir lo fantástico que es esto, eso o aquello y, en general, reducir al género femenino a la condición de atracción de feria. Para añadir más sustancia a este potaje de absurdos disparates, los abanderados de la pervivencia de las “misses” se empeñan en recalcar (por favor, no se meen de la risa) que parte del mérito de las ganadoras reside en su intelecto, conclusión a la que llegan tras escuchar a las jóvenes responder brillantemente a preguntas tan complejas como cuáles son sus aficiones (el cine, salir con los amigos, ir a la playa... Leer, según la consideración de los jurados, queda para las feas y las tontas), hacia dónde les gustaría encaminar su carrera profesional (modelos, actrices, locutoras de televisión... Pena, penita, pena ), o la mención de un personaje a quien admiren (Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta suelen superar a Ana Obregón y Anne Igartiburi, que hay que quedar bien y para ello nada mejor que recurrir al topicazo). Y qué decir de los certámenes de belleza masculina, evidencia irrefutable de que la estrategia de los promotores del “cutre bussines” pasa por igualar en lo malo e indeseable a ambos sexos. Siguiendo el orden lógico de unos planteamientos harto sencillos, entienden que las chicas de feria se sienten demasiado solas, así que nada mejor que hacerlas acompañar por chicos y que juntos se paseen y hagan gracietas por doquier. Y qué detallazo, por cierto, el del Ayuntamiento de Las Palmas al subvencionar con el dinero de todas, guapas y feas, y de todos, guapos, feos y feísimos, este tipo de actividades de indudable interés público, en concreto el que mostraron los ocupantes de la mitad de los asientos habilitados para la gala de elección del florero oficial de la ciudad. Si admitimos que familiares, amigos y conocidos de las candidatas suelen ser legión, nos hallamos ante algo parecido a una fiesta privada, aunque sus defensores siempre podrán atribuir esta velada crítica a la manifiesta fealdad de quien esto suscribe que, no obstante, y gracias a la alopecia, puede presumir de estar falto de caspa.

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias

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