jueves, 24 de enero de 2008

VIVA YO

LA VIDA NOS CONCEDE más posibilidades de las que creemos de querernos a nosotros mismos, de considerarnos importantes, únicos. Permítanme que les confiese una manía que arrastro desde hace años cada vez que visito cualquiera de los grandes museos del mundo: al situarme enfrente de una magna obra, pongamos por ejemplo Las Meninas en El Prado, calculo mentalmente cuántos seres humanos en todo el planeta tienen en ese mismo momento el privilegio de apreciar a sólo unos centímetros de distancia la maestría de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. ¿Doscientos? ¿Trescientos entre un océano de 6.000 millones de personas? A veces llego al extremo de plantarme delante de un cuadro menos conocido, tal puede ser el caso de Perro semihundido, sorprendente pintura de Goya, y permanecer durante varios minutos solo frente a él, o más correctamente, con la única compañía de don Francisco. ¿Quince? ¿Veinte? ¿Cuarenta individuos en los cinco continentes disfrutarán en ese instante del privilegio de pasar unos minutos a solas con el maestro? En una ocasión, en el Museo Picasso de París, me empeñe en elevar hasta el máximo grado permisible ese nivel de exclusividad. Con los rabillo de ambos ojos dirigidos hacia los vigilantes, toqué una tras otra, con las dos manos y cuando podía con los veinte dedos, todas las esculturas que encontraba a mi paso. ¿Cinco? ¿Diez? ¿Quince terrícolas a lo largo y ancho del planeta podrían estar en ese preciso momento en contacto físico con aquello que una vez creó con sus propias manos el genio malagueño? Esta noche en Adeje seremos unos cuantos más, en torno a 20.000, quienes disfrutemos del privilegio de asistir al concierto de Sir Elton John, uno de los mitos vivientes de la época dorada del pop británico, acaso uno de los pocos grandes de verdad, junto a los achacosos Rolling Stones y con la permanente incógnita de David Bowie, que aún es posible contemplar sobre un escenario. Excéntrico, de humor variable, homosexual, fanático del fútbol hasta el punto de que a principios de los 80 llegó a ser propietario de un club en su país, el Watford, Reginald Kenneth Dwight Harris, tal es su verdadero nombre, atesora todas las condiciones para ser considerado una estrella. Ha quedado marcado entre el público profano, no sabemos si a su pesar, pero probablemente con el disgusto de su seguidores, por la reedición de la canción Candle in the wind, compuesta en 1973 y que dedicó a su amiga la Princesa de Gales tras su muerte en accidente de tráfico en 1997. Pero ese tema, empalagoso como casi todas las canciones sobre amores imposibles, no es sino una mera anécdota en una trayectoria plagada de creaciones como Crocodile Rock, Bennie And The Jets, I Guess That’s Why They Call It The Blueso Daniel. Elton John tocará para los 20.000 afortunados que acudiremos al Golf Costa Adeje al mismo tiempo que no lo hará para 5999.980.000 seres humanos que se lo van a perder. Se trata, háganse a la idea, de un sentimiento similar a la lectura de este artículo.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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