viernes, 1 de febrero de 2008

PEDIR, PEDIR, PEDIR


LOS RESPONSABLES de las administraciones públicas han sido históricamente unos pésimos patrones. La explicación es harto sencilla: cuando el dinero es de otros y esos otros, es decir, usted y yo, nos guste o no y gritemos o pataleemos, vamos a acabar pagando los desfases de quienes gestionan la hacienda común, resulta tremendamente sencillo decir que sí a todo, sean sueldos descomunales o condiciones laborales donde el trabajo es poco más que una anécdota. Tamaña impericia ha originado con el paso de los años la consolidación de una clase funcionarial que se plantea su relación con el resto de los mortales en términos de mínima productividad y máximas prebendas. Huelga decir que los convenios que rigen en el sector público resultan del todo inaplicables en el ámbito privado, desde donde se observa con preocupación y recelo los privilegios de unos asalariados anacrónicos que, pese a llenárseles la boca cada vez que hablan de servicio público, se han atrincherado en un castillo de ventajas que los aparta de las necesidades reales de la sociedad a la que supuestamente sirven. Si tiene usted que tramitar un certificado, arréglelas para pedir permiso al jefe a cambio de quedarse una hora más. ¿Por la tarde? Ni se le ocurra, que los señores funcionarios están obligados a echar una siesta antes de salir a pasear, y eso, día tras día durante años, estresa que no se imagina. Que prevé traer una criatura al mundo, pues vaya ahorrando para inscribir a su retoño en actividades extraescolares, que los señores funcionarios, sólo faltaba, no van a rebajarse a permanecer en el centro las mismas horas que los enseñantes de los colegios privados. Pero todo tiene un límite, y desde hace años comprobamos con la satisfacción de quien paga, y además aspira a que no le sisen el dinero, una mayor diligencia de los gestores públicos frente a las periódicas subidas de tono de los sindicatos, capaces, por lo que se ve, de dejar morir de hambre al resto de los ciudadanos para que sus representados vivan más que mejor. Estas organizaciones, a quienes cabe reconocer el mérito de su imprescindible colaboración en el logro de una sociedad más justa, cabe reprocharles al mismo tiempo su excesiva vehemencia a la hora de presionar a la administración con peticiones difícilmente asumibles desde el punto de vista de la salud económica. El conflicto que vive la educación pública en Canarias es el perfecto ejemplo de quienes lo quieren todo de golpe cueste lo que cueste y sin aceptar siquiera una considerable mejora. Tal postura alimenta la pésima imagen del funcionariado en un país donde alcanzar un puesto en la administración llegó a convertirse en el principal deseo de cualquier padre para sus hijos. El motivo: de ahí no lo iban a mover, trabajase más o menos, cumpliese con su deber o se tocase durante horas salvas sean las partes. Hoy en día el panorama empieza a cambiar, afortunadamente para la economía y el desarrollo de una nación que comienza a codearse con la primera división europea.

Santiago Díaz Bravo

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