sábado, 2 de mayo de 2009

UN PLANETA 'AGRIPADO

La Organización Mundial de la Salud certifica que la gripe común afecta cada año a entre el 5 y el 15% de la población mundial, provocando de 3 a 5 millones de casos graves y entre 250.000 y 500.000 muertes. Sólo en los Estados Unidos, el país más poderoso del planeta, el virus influenza, tal es su denominación científica, acaba anualmente con una media de 30.000 vidas. En España la cifra de fallecimientos por año se sitúa en torno a los 3.000. Ante tales evidencias resulta sorprendente que asistamos a una suerte de psicosis planetaria por causa de la gripe porcina cuando el número de afectados en todo el mundo se sitúa en torno a 500 y los fallecidos ya confirmados apenas llegan a la veintena. Si las estadísticas de años anteriores se cumplen, durante la semana que llevamos inmersos en el día a día de la gripe porcina habrán muerto, en el mejor de los casos, unos 5.000 seres humanos como consecuencia de la gripe común.
Los expertos se afanan en explicar, hasta ahora sin demasiado éxito, que la también denominada nueva gripe o A/H1N1 es un virus de fácil contagio y baja mortalidad. De forma paralela, los medios de comunicación parecen entusiasmados con la utilización de la palabra pandemia, un término cuya invocación provoca sudores fríos pero cuyo significado en el RAE es harto inocente y clarificador: enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. No tiene necesariamente que ver con la peste negra, con la lepra ni con la tristemente célebre gripe española de 1918, sencillamente porque la gripe común, esa que nos provoca dolor de cabeza y molestias de todo tipo casi cada año, que se encuentra en el origen del 25% de las bajas laborales en España, es también una pandemia aunque, por lo que podemos apreciar, sin tan buenos amigos entre los periodistas como su prima mexicana.
La tendencia humana a la hipérbole, a ocuparnos con desmesurada intensidad de unos aspectos de la realidad al tiempo que a desdeñar otros acaso de igual o mayor trascendencia, es la culpable de un espectáculo planetario en cuyo atrezo han encontrado acomodo elementos tan habituales como las mascarillas y el Tamiflú. Asistimos impertérritos a la materialización del sueño de los amantes del cine de serie B, de quienes recostados en un sillón cualquier tarde de domingo,con los ojos en la televisión y el oído en el Carrusel, disfrutan con una de esas películas estrambóticas cuyo mayor mérito es servirnos de antesala a una plácida siesta.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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