sábado, 21 de junio de 2003

ARTÍCULO POCO O NADA INTERESANTE


¿ES QUE no sabe leer? Luego no diga que no se lo he advertido, que bien grandes son las letras de arriba. Es usted como uno de esos inquietos infantes cuyo único recuerdo antes de electrocutarse es el de mamá gritando “no metas los dedos en el enchufe”. Ahora, que va por la octava línea, y antes de que siga, ha llegado el momento de hablarle claro y confesarle que la definición correcta de este artículo cabe en dos palabras: pura bazofia. Pero por supuesto que es usted muy libre de leerlo, igual que lo es de embadurnarse en un estercolero, que dicen que es bueno para las estrías. Con todo, ya le advierto que más le valdría que lo dejase de inmediato y aprovechase de mejor manera su tiempo libre, que con seguridad no le sobra. A mí, fíjese si me sobra que lo empleo en la redacción de textos tan nefastos como el que le ocupa (por su bien confío en que por poco rato). Dedíquese a ordenar su escritorio o salga a la calle a tomar el aire, y después del aire una cervecita fresca, que tanto apetece con estos calores; o aproveche para comprarle unas rosas a su esposa, que las últimas que le regaló han completado varias veces el ciclo biológico; o, por qué no: acuda iracundo en pos del quiosquero y exíjale que le devuelva el importe del periódico equivalente a la superficie que ocupan estos lacerantes párrafos sobre los que descansa su vista. Como ve, fuera de esta columna hay todo un universo esperándole. Si le parece, hacemos una cosa: yo cuento tres y se va. ¿De acuerdo? Vamos allá: Uno, dos, y... ¡TRES!... Ya veo que no hay forma de que se despegue de la página. Es usted un tipo difícil de convencer, la pesadilla personificada de un vendedor de enciclopedias. Mire que llevo líneas intentado que me deje, pero usted erre que erre. No me va a quedar otro remedio que hacerme amigo suyo, porque si ha sido capaz de llegar hasta aquí es que su adentros albergan un ente admirablemente caritativo. Jáctese de dar de comer a quien no lo merece, que lo mismo le da blanco que negro, y reconozca que entre una advertencia y un enchufe siempre se interpondrán sus dedos.
Santiago Díaz Bravo

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