jueves, 26 de junio de 2003

LOS POTTER DE TODA LA VIDA

CUANDO CREÍAMOS QUE todo estaba perdido, apareció Harry. No es mas que un soñador, un aprendiz de mago, un niñato en el mejor de los sentidos, pero a pesar de esa supuesta insignificancia ha sido capaz de congregar a miles de seguidores a las puertas de unos grandes almacenes. Con sus gafas redondas y su tupida y arremolinada cabellera, este muchacho tan poco cabal y de tan buena familia, los Potter de toda la vida, se ha tornado en el salvador de lo que los petulantes han denominado la "galaxia Guttemberg", es decir, los libros; es decir, la historia; es decir, el conocimiento; es decir, la imaginación; es decir, los sentimientos; es decir, la fuerza de la palabra, cuya impresión, primero en tela, luego en papel, ha marcado un antes y un después en el curso de la humanidad. Y no obviemos que el después ha resultado bastante más fructífero que el antes. Harry, de los Potter de toda la vida, existe sin existir, y precisamente por ello aglutina las mejores virtudes de la literatura y es capaz de despertar una expectación sólo comparable a la que levantan los personajes de la cada vez más desprestigiada farándula. Las kilométricas colas de hace unos días en Londres, Manchester, Nueva York, Sidney y el resto de ciudades en las que ha comenzado a venderse la nueva edición en inglés de sus aventuras, plagadas de infantes ávidos de letras, nos sorprenden y permiten pensar que aún queda un halo de esperanza, que las nuevas generaciones van a encontrar en los libros lo que las actuales han acabado por desechar, acaso por falta de oportunidad, con seguridad por culpa de la televisión. Joanne Kathleen Rowling, la madre de Harry, de los Potter de toda la vida, acumula libra tras libra en su mansión londinense ayudada por el cine, otro arte con idéntico enemigo, y sin saberlo, probablemente sin ni siquiera sospecharlo, abre las puertas a la posibilidad de un nuevo orden intelectual y afectivo en el que, cuando menos, Flaubert comparta escenario con Beckham, Shakespeare con Bisbal y Yola Berrocal con Vargas Llosa. A pesar de todo, nos conformamos.


Santiago Díaz Bravo
El Día

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