jueves, 7 de octubre de 2010

VARGAS LLOSA RESUCITA EL NOBEL

No nos engañemos: Mario Vargas Llosa no va a ser mejor escritor porque la Academia Sueca le haya concedido el Premio Nobel; dicha institución, sin embargo, maquilla su discutida reputación con tan atinada elección. O lo que es lo mismo: el favor no se lo ha hecho la centenaria fundación nórdica al excelente autor peruano, sino más bien al revés, porque el prestigio de los reconocimientos oficiales no viene dado por la identidad de quienes los conceden, sino por la grandeza de quienes los reciben.
La Academia corre el riesgo de ser más conocida por sus olvidos que por sus aciertos. Atrás quedaron Borges, García Lorca, Cortazar, Nabokov, Joyce, Tolstoi, Zola, Kafka o Benedetti, que duermen el sueño de los justos sin haber recibido unos más que merecidos aplausos en el salón de actos del ayuntamiento de Estocolmo. Este año, por el contrario, tras una década de decisiones marcadas por la política, por acción u omisión, en la que “la obra más destacada en la dirección ideal” (Alfred Nobel dixit) se identificó con la de escritores sin duda de calidad, pero en bastantes casos de un estrato inferior al que se le presupone al merecedor de la madre de todos los premios, la literatura ha vuelto a imponerse.
Acaso haciendo gala de un carácter quijotesco, y por ello ensalzando a uno de los grandes autores de todos los tiempos, el jurado parecía empeñado en salir en defensa de los escritores maltratados por el poder. Gao Xingjian (¿han vuelto a oír hablar de él?) y Orhan Pamuk hallaron en la Academia un importante aliado a la hora de dirimir sus cuitas con los gobiernos chino y turco.También parecía decidida la gloriosa institución sueca a recompensar a las víctimas de los excesos de la Segunda Guerra Mundial (Imre Kertesz), a regalar un sonado espaldarazo a los autores de territorios olvidados (Naipaul), o simplemente a hacer gala de un abigarrado esnobismo (Jelinek, Pinter). Probablemente los casos de Doris Lessing y Le Clezio, en menor medida Coetzee, fueron las únicas excepciones en su firme misión de dejar sin empleo a los agoreros.
Y mientras, los lectores de todo el mundo miraban cada segundo jueves de octubre hacia Estocolmo para sumar decepción tras decepción. Los sesudos miembros de la Academia parecían decididos a  desligarse de las figuras comunes de la literatura mundial, como si vender millones de libros y permanecer en boca de todos se hubiese convertido en un insalvable obstáculo para lograr sus favores. Tan abismal diferencia de criterio ha provocado una innegable pérdida de credibilidad de la Svenska Akademian, al tiempo que ha aflorado con más intensidad que nunca el recuerdo de sus sonados olvidos.
Pero a pesar de que la literatura necesita el Nobel porque las referencias resultan imprescindibles, requiere todavía más de autores como Vargas Llosa, en opinión de este humilde escribidor (aunque ninguna de mis tías fue bautizada con el nombre de Julia) el más grande de los literatos vivos en lengua española. Su carácter polifacético, especialmente sus convicciones políticas, hicieron temer a sus millones de seguidores que el bueno de Mario, un recluta rebelde ido a más, fuese a quedar apeado del lugar que se ha ganado con sobrado merecimiento en la historia de las letras. Este mediodía, al otro lado del charco, en Lima, en el bullicioso comedor del colegio Leoncio Prado, el almuerzo le va a sentar fatal a más de uno.

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