viernes, 26 de noviembre de 2010

CATALUÑA NO PAGA A TRAIDORES

Si las encuestas no yerran, que no suelen hacerlo, el presidente de la Generalitat de Catalunya, José Montilla, abandonará el cargo con el rabo entre las piernas y entonando un sonoro mea culpa tras una concatenación de despropósitos tan infantiles como de previsibles consecuencias. El próximo jefe de la oposición en el Parlament catalán lleva cuatro años jugando a ser lo que no es, al menos a lo que aseguraba no ser, y sus votantes, traicionados, tratados como imbéciles por quien de la noche a la mañana quiso asumir el papel de adalid del catalanismo rancio, le han vuelto la cara.
Los nacionalistas moderados de CiU han ganado elección tras elección una vez restaurada la democracia, y sólo las matemáticas parlamentarias permitieron fraguar una mayoría alternativa, primero con Maragall al frente; luego bajo el liderazgo del ex ministro de Industria. El experimento no ha podido ser más desastroso, porque avenir en una misma vasija ideologías tan dispares como las de PSC, ERC e ICV sólo podía derivar en la conformación de un sucedáneo nacionalista tan absurdo como grotesco. Buena parte de los 789.767 catalanes que en 2006 prestaron su apoyo a los socialistas han asistido impávidos al empeño de Montilla en fajarse con CiU en sus propios dominios, en tratar de convencer a los 928.511 votante de Artur Mas de que, para catalanista, el menda. Montilla gastó dinero y esfuerzos en regalar flores y todo tipo de presentes a una pretendida novia mientras descuidaba a la otra, la de verdad, la que le había colmado de besos. Y ya se sabe: no hay nada peor que una amante despechada.
El todavía president convirtió asuntos como el de la reforma del Estatut en bandera de su gobierno, y ni siquiera cambió de rumbo tras comprobar el exiguo seguimiento de la erróneamente calificada como "masiva manifestación" contra la sentencia del Tribunal Constitucional, a la que apenas asistieron unos 100.000 ciudadanos. Aquello fue un  toque de atención, la prueba del algodón, el contundente reflejo del divorcio entre el PSC y su electorado, la irrefutable verificación de un error de estrategia que ha brindado su cabeza, en bandeja de plata, a las huestes de CiU.
Cierto es que Montilla se ha visto obligado a lidiar con los permanentes caprichos de los socios independentistas de Esquerra, a quienes sus votantes obsequiarán el domingo con una suerte similar a la de los socialistas, pero no lo es menos que, lejos de intentar amansar a la fiera, ha actuado como un domador complaciente, a ratos ejerciendo incluso de azuzador de una insaciable voracidad antiestatal. Da la impresión de que nada más prometer el cargo, Montilla olvidó a quienes lo habían alzado y las razones por las que lo hicieron, y estos, recurriendo a la siempre vigente sabiduría romana, no parecen dispuestos a pagar a traidores.

Santiago Díaz Bravo

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