lunes, 22 de noviembre de 2010

DE CASTILLOS Y PARQUES

Pues resulta que a un grupo de jóvenes literatos leoneses no se les ocurre otra cosa que conceder un premio al escritor estadounidense Paul Auster, y éste, agradecido pese a la irrelevancia del galardón, se presenta en tierras castellanas con una sonrisa en la boca y la firme intención de corresponder a tamaña consideración. Y resulta que a un grupo de jóvenes literatos tinerfeños no se les ocurre otra cosa que rogar al Premio Nobel José Saramagoque les prologue un libro de relatos, y el autor portugués, ni corto ni perezoso, los desoye y se presta a participar como uno más aportando un bello cuento, acaso el último de su vida.
Auster y Saramago, dos de los grandes de la literatura universal, aunque al primero aún le queden unos cuantos reconocimientos a los que buscar sitio en sus estanterías, han vuelto a evidenciar la máxima que reza “quien vale, vale para todo”, y la humildad acaso sea uno de los principales signos de valía.
De pésimos escribidores recluidos en castillos de altos e inexpugnables muros está el mundo lleno, casi tanto como de excelentes escritores que pasean por el parque disfrutando del aire fresco, toman café en una soleada terraza, llevan unos pantalones manchados a la tintorería, discuten con la santa en el rellano de la escalera, se emborrachan hasta perder el tino en un bar de mala muerte o tocan en la puerta de sórdidos burdeles con la intención de reencontrar el amor perdido.
La literatura es literatura en tanto refleja las grandezas y miserias de la existencia, y la única persona válida para plasmarlas es quien sale a su encuentro, quien bebe de la fuente de la experiencia, la propia y la ajena, con el ánimo de indagar en el conocimiento del espíritu humano.
La humildad es una virtud imprescindible e irrenunciable para cualquier literato que se precie de serlo, e incluso para quien se precie de querer serlo, porque la humildad facilita la llave que abre las innumerables habitaciones emocionales que pueblan la vida del hombre.
Los castillos de muros altos e inexpugnables, que lucen en sus fachadas lujosas cariátides de mirada altiva y expresión imbécil, quedan para los futbolistas, las modelos y los políticos indignos. Pobre de aquel escribidor, consagrado o incipiente, que se decida a cruzar el puente que sortea la profunda fosa y gire la llave que activa la inamovible cerradura, porque antes habrá arrojado su humildad a los insaciables cocodrilos y estos habrán acabado con cualquier atisbo de vida literaria.
Santiago Díaz Bravo
P.D.: Les dejo con un pequeño documental sobre el libro de relatos ‘Desiderátum. 21 viajes a San Borondón’, editado a principios de años y que se vuelve a relanzar estas Navidades. Entre los autores participantes, el Premio Nobel José Saramago.

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