miércoles, 17 de noviembre de 2010

RECETAS LITERARIAS

Pocas decisiones acentúan tanto nuestro bienestar como la determinación de convertir los libros en parte de nuestra existencia si no lo son; de intensificar nuestra relación con ellos en el caso de que los frecuentemos. En uno u otro supuesto, la beneficiada será nuestra salud mental, porque acaso ignoren ustedes que no existe mejor terapia para mantenerse uno en sus cabales que entregarse a la pasión de las letras.
Leer es el principal ejercicio de abstracción conocido, la única manera de lograr que nuestro ajetreado cerebro, de habitual enfermizo y estresado, nos diga adiós para sumergirse en la trepidante trama de una novela, en las sorprendentes conclusiones de un ensayo, en la rítmica música de una poesía. Un libro es una suerte de masajista que frota dulce pero enérgicamente nuestras sienes con el mejor aceite posible: el que relativiza todo aquellos que nos ronda y preocupa. Una sociedad que se dice desarrollada y avanzada, aunque tales adjetivos nos provoquen un amago de sonrisa, tendría que inventar una nueva profesión: terapeuta literario.
Que se halla usted encabronado con el universo y parte del extranjero: paladee tres, cuatro, a lo sumo cinco 100 Pipers on the rocks y acompañe al bueno de Charles Bukowski por La senda del perdedor. Si no mejora, es que se trata de un problema metafísico. En tal caso, átese una soga al cuello y escuche atentamente las palabras de Louis Ferdinand Celine en Viaje al fin de la noche ¿Sigue igual? Entonces, deje ir la silla.
Que es usted víctima de un conflicto amoroso: pasee por un parque arbolado mientras contempla el trasiego de familias pseudofelices. Luego tome asiento y aprovéchese de las experiencias de Julian Barnes en Hablando del asunto. Que no sabe si aventurarse en nuevos proyectos profesionales o agarrarse a lo que tiene: pida consejo a Mario Vargas Llosa a través de Pantaleón y las visitadoras. Como puede apreciar, la botica es generosa.
Leer nos sana porque leer, como bien dice el propio escritor peruano, nos ofrece la oportunidad de vivir otras vidas, de ser otros sin dejar de ser nosotros mismos, de aprovecharnos sin rubor alguno de la experiencia ajena. Tengan por seguro que si los libreros luciesen bata blanca la sociedad sería más justa y feliz, y que no pocos facultativos y farmacéuticos pasarían a engrosar las listas del desempleo.
Santiago Díaz Bravo

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