sábado, 10 de septiembre de 2011

CASIMIRO Y POMPEYA


Julio César, el mayor de los conquistadores hasta la irrupción de Bill Gates, es el artífice de una de las frases más contundentes de la historia. Ocurrió allá por el año 60 antes de Cristo, cuando un patricio de nombre Publio Clodio Pulcro, haciendo honor al populachero dicho de que tiran más dos tetas que dos carretas, osó adentrarse en la residencia del ahijado de los dioses para ganarse los favores de la bella Pompeya, a la sazón primera dama de la corte romana.
El imprudente Publio, a quien más le habría valido una terma de agua fría, fue descubierto antes de que lograra ejecutar tan temerario plan, y sólo el soborno a los jueces impidió que fuera enviado al averno de forma precipitada. Desfecho el entuerto, el emperador rubricó su propio divorció y, según narra Plutarco, se dirigió de forma tajante a su esposa con la siguiente sentencia: “La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”.
De poco sirvieron los ruegos y llantos; de nada que clamara su inocencia.Qué pensaría tan excelso gestor de la res publica si levantase la cabeza y comprobase que las Fortunatae Insulae a las que se refirió Plinio el Viejo se han convertido dos mil años después en el perfecto laboratorio para la aplicación de aquella clarividente máxima, aunque con una sustancial variación: sustituyamos a Pompeya, hija de Cornelia Sila y Quinto Pompeyo Rufo, segunda mujer del gran Cayo Julio César, salvando toda suerte de disparidades históricas y estéticas, por Casimiro Curbelo, presidente de la ínsula gomera y ex senador del reino de España, a quien el pretor de su partido en Canarias ha mostrado la senda de regreso a las listas senatoriales.
Curbelo, ni es culpable, ni lo será hasta que la Iustitia así lo dicte, pero igual que el emperador instó a su cándida cónyuge a recapacitar acerca de su papel ejemplarizador, alguien debería hacerle ver que “el aspirante a un cargo público no sólo debe ser honesto, sino parecerlo”. Y es que el ex senador es tan honesto hoy como lo era la madrugada del 14 de julio, cuando dejó de parecerlo tras ser detenido por un presunto delito de agresión a un agente de la autoridad y su buen nombre sufrió un mancillamiento tal, la paradoja del legislador que incumple la ley, que le incapacita para representar a los ciudadanos. Como consuelo, hasta que los jueces se pronuncien disfrutará del beneficio de la duda que tanto echó de menos la infortunada Pompeya.

Santiago Díaz Bravo
ABC

1 comentario:

  1. Diego el de la Calle del Agua20 de septiembre de 2011, 14:06

    Vaya D. Santiago, le leo a Vd. y casi me parece oír a Cesar Vidal cuando iniciaba su “linterna” en la Cope. Sólo le faltó empezar con “…corría el año…”

    Curiosa también la frase ésta de Julio César, que pensándolo bien, debía ser un rara avis en esa corte, pues en aquellas fechas lo que menos primaba entre las primeras damas era la virtud. La misma mujer de Nerón, Popea, lo convenció de que asesinara a su propia madre (hay que ver la tirria que siempre ha habido con las suegras), y posteriormente a su primera mujer. Hasta Tácito dijo de ella: “Esa mujer lo poseía todo, menos honestidad”.

    Otra para dar de comer aparte debió ser Mesalina, a quien su ninfomanía llevó a organizar una competición para comprobar quién podía trajinarse más hombres en una sola noche. El gremio de prostitutas envió a su mejor representante, una tal Escila, que se retiró cuando llevaba veinticinco trasiegos, mientras que la Emperatriz se merendaba a unos doscientos amantes y seguía pidiendo más, a lo que la meretriz oficial sólo pudo aducir: “esta infeliz tiene entrañas de acero”.

    En fin, muy didáctico su artículo, aunque si dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos, me parece a mí que la honestidad, y más en ciertas esferas, no le va a la zaga.

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