sábado, 24 de septiembre de 2011

GUAPAS, GUAPOS Y CASPOSOS

A las cosas antiguas hay que hacerles sitio, porque aunque a menudo las nuevas sean mejores, siempre habrá alguien, por costumbre o convicción, que prefiera lo de antaño. Por ello resulta aconsejable que los cambios se lleven a cabo poco a poco, sin rupturas extremas, evitando en lo posible que los amantes del pasado se sientan ninguneados. Es el caso de los concursos de belleza femenina, esos ridículos acontecimientos adornados de cutrerío y caspa donde hermosas señoritas se exhiben como ganado, el súmmum del anacronismo en una sociedad que presume de moderna y hasta de vanguardista.
Sin embargo, en contra de lo que cabría imaginar y en una suerte de huida hacia adelante, los defensores a ultranza de tamaña perversión, lejos de amilanarse, se han decidido a sortear las acusaciones de machismo recalcitrante organizando concursos de belleza masculina, como si la solución al dolor de muelas fuese una patada en el estómago. Y es que tales eventos son la evidencia irrefutable de que la estrategia de los patronos del cutre business pasa por igualar en lo malo e indeseable a ambos sexos. Siguiendo el orden lógico de unos planteamientos harto sencillos, entienden que las chicas de feria se sienten demasiado solas, así que nada mejor que hacerlas acompañar por chicos y que juntos se paseen y hagan gracietas por doquier.
Pero hasta ahí nada que objetar salvo el mal gusto, y siempre en la humilde opinión de este escribidor, porque si un promotor, en el sano ejercicio de su voluntad y respetando la ley, se aventura en la organización de uno de tales certámenes, si una esbelta moza, si un musculado efebo, se avienen a convertirse en reses glamurosas, libres son de hacerlo. Otra cosa es que un ayuntamiento, en este caso el de La Laguna, incluya en su programa de actos festivos la elección de miss y mister Tenerife, gastando dinero de todas, guapas y feas, y de todos, guapos, feos y feísimos, en un espectáculo donde el apoyo público resulta más que discutible. Como consuelo, incluso como argumento, sus valedores siempre podrán atribuir esta velada crítica a la manifiesta fealdad de quien esto suscribe que, no obstante, y gracias a la alopecia, puede presumir de hallarse falto de caspa.

Santiago Díaz Bravo
ABC

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